Las medidas antidemocráticas del nuevo Gobierno polaco y sus ataques verbales contra la Unión Europea resultan inspiradoras para los países del Tratado de Visegrado, los V4, que son, además de Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría. Pero, a la vez, están inspiradas en experiencias parecidas de estos mismos países, sobre todo en las fechorías legislativas, sociales y económicas del Gobierno húngaro.
Durante su primer mandato, los gemelos Kaczynski —Lech, de presidente, y Jaroslaw, de primer ministro— causaron estupor en Occidente con su nacionalismo, homofobia y ultraconservadurismo furibundos, pero no llegaron a apoderarse de la economía del país ni desmontaron el Estado de derecho. Los casi 10 años fuera del poder le dieron tiempo, ambición y rencor suficientes a Jaroslaw (Lech murió en 2010) para que —ahora desde la sombra— empezara a realizar todo lo que en su día no se atrevió a hacer. En su afán por lograr un control ilimitado sobre la sociedad polaca le sirve de guía el exitoso ejemplo del
premier húngaro
Viktor Orbán. Tanto Orbán como Kaczynski se declaran conservadores y el polaco hasta lo es.
Pero como los otros dos países de Visegrado tienen gobiernos socialdemócratas, está claro que el elemento aglutinador entre ellos no es la afiliación partidista izquierda-derecha, sino la versión poscomunista de un viejo cáncer político llamado populismo.
Nacionalismo victimista
Ahora bien, ¿cuál es la causa populista bajo cuya bandera se pueden juntar gobiernos políticamente antagónicos de países que entre ellos guardan viejas heridas y nuevas rencillas? Lo han adivinado: el nacionalismo victimista al cual la actual crisis de los refugiados viene como anillo al dedo. Todos estos países (y algunos más de la zona) mostraron recelo ante la reciente avalancha de los náufragos de guerras lejanas y rechazaron —juntos y por separado— cualquier cooperación europea para remediar la crisis, incluidas las cuotas de redistribución de los refugiados.
Eslovaquia presentó ante el Tribunal de Justicia de la UE una denuncia contra ellas, ya que según Robert Fico, su recurrente primer ministro, las cuotas “no solucionan nada, solo son un apoyo al crimen organizado”. Hungría se sumó a la denuncia y, con su ya habitual retórica militar, orquestó un costoso plebiscito con el lema “¡Defenderemos la patria!”. De acuerdo con el presidente checo Milos Zeman, se trata de “una invasión organizada y el 90% de los refugiados son jóvenes varones, fuertes y pudientes, equipados con iPhone, que cobardemente dejaron atrás a sus familias”. Kaczynski afirma que los refugiados traen epidemias y parásitos, y tanto él como Orbán insisten en la defensa de los valores cristianos y de una Europa étnica y culturalmente homogénea. La propaganda xenófoba se completa con una campaña antiislámica.
Para poder evaluar la magnitud del peligro al que están expuestos los V4, conviene recordar que solo uno de ellos, Hungría, se sitúa en la ruta de los refugiados —quienes en ningún momento han pretendido establecerse en esos países—, pero ni siquiera allí ha aumentado su número. Actualmente se encuentran entre 200 y 300 personas que han recibido asilo político, la mitad de ellos en alojamientos carcelarios si bien con libertad de movimiento.
Paternalismo e islamofobia
En cuanto a las cuotas, de los 160.000 refugiados que hasta 2020 se quieren redistribuir entre los 28 países comunitarios, a Polonia le tocarían 11.946; a la República Checa, 4.306; a Eslovaquia, 2.287, y a Hungría, 827. Parecidas resultan las estadísticas relacionadas con el peligro de islamización. Los dos países donde más cunde el pánico, Hungría y Polonia, cuentan con población musulmana del 1%, que en el caso del primero significa 10.000 personas y en el del segundo, 38.500.
Estos y muchos otros ejemplos tan funestos como grotescos ilustran bien una práctica que se está propagando entre los países centroeuropeos (y no solo los del V4), donde la falta de tradiciones democráticas fue agravada por la resignación a los dictados y auspicios de un Estado paternalista. Esas naciones tan expuestas a la tentación autoritaria son las mayores beneficiarias de la UE, al tiempo que empiezan a suponer el mayor peligro para ella. Si en Polonia —que, por suerte, cuenta con una fuerte oposición democrática— definitivamente se impusiera el modelo húngaro, sería un golpe muy duro no solo para los valores que pretende representar la Unión Europea, sino también para su integridad. Dentro, a favor de los populismos rampantes; fuera, a favor de Rusia.