Veámoslo desde la perspectiva alemana: la prensa de ese país vecino y amigo de Polonia anunció “un día negro para Angela Merkel”. Hay motivos para esta descripción tan pesimista como tajante.
Jaroslaw Kaczynski —líder del partido que acaba de ganar las elecciones polacas,
Ley y Justicia (PiS)-— escribió hace unos años en su libro
La Polonia de nuestros sueños que el propósito político de Merkel era subyugar a Polonia y que su llegada al poder no fue el resultado de una mera coincidencia. Aunque
Kaczynski no explicó a qué se refería con “coincidencia”, se especuló con que quería decir que fueron exagentes de la Stasi (la policía política de la extinta RDA) quienes la convirtieron en canciller.
El PiS juega con los sentimientos antialemanes cuando le conviene. En 2005 acusaron al abuelo de
Donald Tusk —ex primer ministro polaco, líder del partido Plataforma Cívica (PO) y actual presidente del
Consejo Europeo— de haber estado en la Wehrmacht (las fuerzas armadas de la Alemania nazi) durante la II Guerra Mundial, presentando a Tusk como alguien que no puede ser un patriota de verdad. Aquello jugó en su contra: Tusk perdió las presidenciales frente al hermano gemelo de Jaroslaw,
Lech Kaczynski, que murió en el accidente aéreo de Smolensk junto a 96 representantes polacos en 2010.
Esta misma música euroescéptica y xenófoba suena en los recientes discursos de los líderes de Ley y Justicia en contra de los refugiados. “Esta gente trae parásitos que portan enfermedades. Han provocado un brote de cólera en Grecia de y disentería en Viena”, dijo Kaczynski durante la campaña que le ha dado la victoria a su partido, con Beata Szydlo como primera ministra.
Tampoco es comprensible, solidario y humano el resto del poder político polaco. El gobierno neoliberal del PO que ha perdido las elecciones solo aceptó acoger a 7.000 refugiados sirios tras las presiones de la UE. Por tanto, los comentarios de Ley y Justicia no son una distorsión de la sociedad polaca, sino la expresión de lo que piensa la mayoría. Y esto es todavía más triste e inaceptable desde el punto de vista moral sabiendo que Polonia, como aliado de EE.UU., ha participado en las guerras de Irak y Afganistán que han provocado el surgimiento de Estado Islámico y la oleada de refugiados.
¿Será que somos una sociedad política y moralmente ciega? En Polonia se dan varias paradojas tristes. Somos el país del histórico movimiento Solidaridad, que no es solidario con quienes lo necesitan. Somos un país orgulloso de ser católico donde nadie se toma en serio la parábola del buen samaritano. Y somos, además, uno de los países que más ayuda ha recibido en las últimas décadas. Según
The Economist, entre 1990 y 2000 solo China, la India y Egipto recibieron más fondos. Según la
OCDE, Polonia es uno de los estados menos generosos con los más pobres. Pocos recuerdan hoy que durante la II Guerra Mundial Irán —tan ajeno a Polonia— recibió 116.000 refugiados polacos que huían del comunismo.
Las raíces históricas de la xenofobia polaca tienen probablemente que ver con los llamados “elementos de larga duración” (expresión del historiador
Fernand Braudel): la autarquía que durante siglos alimentó la desconfianza hacia los extranjeros, la división de Polonia entre 1795 y 1918 y la II Guerra Mundial. Pero estos aspectos no pueden servir hoy como justificación. No somos ni víctimas ni pobres. Pertenecemos al club de los prósperos y eso conlleva obligaciones. Punto.
Insolidarios
Quizá la brecha entre la Europa occidental y del Este —Polonia, Hungría, Republica Checa, Eslovaquia y Rumanía— respecto a la oleada de refugiados sea un equivalente ético a la crisis de la zona euro. La reacción de los antiguos países comunistas muestra una profunda crisis de la idea de Europa y de su solidaridad política y económica con la Unión Europea. Tampoco consuela que el nacionalismo y la xenofobia estén cada vez más presentes en Francia o Grecia.
De hecho, sería más fácil que en Polonia surgiera una versión del partido neofascista griego Amanecer Dorado que una de Syriza, porque allí el descontento se manifiesta casi siempre a través del nacionalismo extremo, la xenofobia, el populismo derechista y casi nunca con ideas progresistas. Desgraciadamente el eslogan del PiS —“que Varsovia sea Budapest”— parece ya un hecho.
Según la Comisión Europea, hasta 2020 Europa va a necesitar 42 millones de nuevos ciudadanos y hasta 2060, 257 millones. Alguien tendrá que trabajar para que los jubilados cobren sus pensiones, y no serán los hijos de los europeos. Pero la ceguera impide ver la oportunidad. ¿Podrá curarla el pragmatismo? Es muy posible que la victoria del PiS fortalezca la tendencia euroescéptica ya presente en Europa del Este y la división en la UE. De nuevo: la única esperanza reside en el pragmatismo. Cuando juegan con el nacionalismo, los gobiernos deben calcular bien las ventajas e inconvenientes políticos y económicas en un mundo donde es difícil sobrevivir sin aliados serios, fuertes y solidarios. Y con Rusia una vez más con apetito imperialista.
Distanciándose de la UE, Ley y Justicia llevaría a cabo el guion preferido de Putin. Pero mientras el primer ministro húngaro
Viktor Orbán se entiende bien con el autócrata ruso, para Kaczynski los sentimientos antirrusos y anti Putin son más fuertes que su identidad.
Todo indica que lo peor está por llegar, pero merece la pena practicar un poco de optimismo. Creo que Polonia, gobernada por Ley y Justicia, será como un adolescente frente a la UE (al menos al principio): jugará el papel de “nadie nos entiende”, mostrando su supuesta dignidad y orgullo nacional. A veces dará portazos, gritará “nadie nos da lecciones” y después hará todo lo contrario, como un adolescente. Angela Merkel y muchos polacos tendremos que aprender a practicar la virtud de la paciencia. La idea de Europa merece este ejercicio. Debemos mantener la esperenza de que en el poder, a veces, se aprende a ser modesto y, de nuevo, pragmático. Los adolescentes crecen, saben cómo reconocer sus intereses (Polonia puede ser fuerte en una UE solidaria) y se convierten en adultos. Al menos de vez en cuando.