Puigdemont frena la reivindicación aunque mantiene la retórica
El president quiere tranquilizar a los empresarios y pactar con otras fuerzas al margen de la CUP
El Gobierno catalán se ha dado un respiro en los acelerones secesionistas, pese a que el miércoles el Parlament inició los trámites para elaborar las leyes de transición a la independencia, aunque, al parecer, no pretende aprobarlas. Mantiene la retórica para consumo de sus bases más exigentes, pero ha empezado a negociar en varios frentes con diversos partidos, ante la evidencia de que, si quiere que se aprueben unos nuevos presupuestos, la CUP puede no ser un báculo sino más bien un obstáculo. Carles Puigdemont ha iniciado reuniones con organizaciones empresariales para tranquilizarlas y con los grupos parlamentarios para explorar vías de acuerdo. Donde ha creído encontrar más comprensión ha sido en Catalunya Sí que es Pot (incluye Podemos) y en el PSC de Miquel Iceta, un hombre poco dado al desplante y al portazo. “Sabemos en qué discrepamos, habrá que ver si podemos coincidir en algo”, sostiene el líder socialista. “Es evidente que un Gobierno que se mueva hacia la independencia no tendrá nuestro apoyo, pero si hay algún cambio se puede hablar.”
Es una mano tendida que puede tener un doble efecto: activa a los sectores de Convergència poco dados al aventurerismo que, en su opinión, representa la CUP y su exigencia de una declaración unilateral de independencia, y exacerba las discrepancias entre CDC y Esquerra, más cercana en esto a las pretensiones de la formación anticapitalista. Para que la divergencia en el seno de Junts pel Sí se note menos, las declaraciones que siguieron al encuentro entre Puigdemont e Iceta no las hizo el vicepresidente Oriol Junqueras (responsable de los presupuestos en su calidad de titular de Economía) sino su segunda en ERC, Marta Rovira. Pero tampoco fueron incendiarias. La consigna del Gobierno catalán parece ser la de la suavidad en los gestos. Las soflamas quedan a cargo de las organizaciones satélites como la Asamblea Nacional Catalana, que estos días ha propiciado un acercamiento a la CUP, que resultó aguado porque al mismo tiempo Artur Mas se despachaba, con un tono que parecía cargado de rencor, contra una de sus diputadas, Anna Gabriel, a quien acusó de estar buscando cargos a cualquier precio.
Dos presidentes
Las declaraciones de Mas se hicieron en una televisión amiga (El Punt Avui) en la que se entrevistó a la vez a Puigdemont y al expresident, en un gesto que puede ser interpretado como expresión clara de que Mas no se ha ido del todo sino que sigue vigilante y a la espera de volver en cualquier momento. Una interpretación que cobra fuerza porque Puigdemont ha comentado a varias personas que su intención es no ser candidato en las elecciones que deben, en principio, celebrarse dentro de año y medio.
El resultado, en cualquier caso, es que el bloque independentista se presenta ahora debilitado. Pese a que Mas había asegurado que la CUP votaría siempre con Junts pel Sí, lo cierto es que ya han anunciado que lo de los presupuestos está crudo si no son más sociales y se suben algunos impuestos, como, por ejemplo, el de sucesiones.
A la división entre Junts pel Sí y la CUP se añaden las suspicacias entre Convergència y Esquerra. Y, para que nada falte, la indefinición en la dirección de la propia Convergència, que acaba de descubrir que la solución a su males consiste en “consultar a las bases” sobre el futuro del partido. En esta tesitura, el objetivo del independentismo es no perder presencia ciudadana sin avivar la confrontación con el conjunto no independentista de la sociedad catalana. El Govern, pues, trata de moverse en una perspectiva que pueda parecer centrada, aunque no haga ascos a que aquí y allá se expresen sectores radicales como, por ejemplo, los concejales de Sant Hipòlit de Voltregà (en el interior rural de Barcelona), que propusieron que se dejara de pagar una nómina pública a los funcionarios contrarios a la independencia. La moción no prosperó pero el partido no ha tomado medida alguna contra sus responsables. Puede parecer una estrategia planificada, pero parece que responde a la falta de dirección en el independentismo. El problema es que esa falta de dirección hace imprevisibles los movimientos futuros.
Cada vez hay más voces que dicen que son nulas las posibilidades de alcanzar la independencia
La misma ambigüedad se reproduce en las actitudes de Esquerra y Convergència (Democràcia i Llibertat) en el Congreso de los Diputados respecto a la formación del futuro gobierno español. Su primera opción sería un gobierno formado por PP y Ciudadanos porque permitiría explotar la idea de que se trata de un gobierno frente a Cataluña. Un ejecutivo de izquierdas que, en un sentido u otro, abriera vías al diálogo sería menos movilizador del independentismo. Su problema es, sin embargo, que no acaban de encontrar el modo de apoyar la opción que cuenta con mayor rechazo en Cataluña (PP más Ciudadanos) sin pagar por ello. Su discurso repetido ha sido que Cataluña está sitiada y asediada y el PP ha dado argumentos para justificar esta apariencia. Pero no lo ha hecho la izquierda (en su sentido más amplio).
Buena vecindad
En estos momentos, Cataluña está rodeada de gobiernos formados por alianzas de izquierda: Baleares, Aragón y la Comunidad Valenciana. Y todos ellos han promovido gestos de acercamiento y no de confrontación. Aragón ha eliminado la ley que designaba como Lapao (lengua aragonesa propia del área oriental) al catalán que se habla en la franja limítrofe con Cataluña. Baleares y Valencia retoman las relaciones lingüísticas y, en el primer caso, también las televisivas, tras el nombramiento como director de la Televisión de Baleares del periodista Andreu Manresa. Una política de buena vecindad que no es fruto de acercamientos propiciados por el Gobierno de Puigdemont sino por gestiones de las formaciones de izquierda y, en algunos casos, directamente de los socialistas con Iceta a la cabeza.
Parece que Mas no se ha ido del todo, que sigue vigilante y a la espera de volver en cualquier momento
Así las cosas, Convergència se esfuerza en mostrar un nuevo rostro y esta misma semana ha anunciado que recupera como demanda los 23 puntos que Mas expuso a Rajoy en su última entrevista, antes de echarse al monte de la secesión. El objetivo es moderar el tono al menos hasta el final de la legislatura abreviada. La ponencia que debe redactar la futura constitución catalana ha sido formalmente desactivada al convertirla en comisión de estudio, sin carácter legislativo. Pero dentro de 18 meses o algo antes, es decir, cuando se acerquen las nuevas elecciones, se podría activar de nuevo el radicalismo con la intención de presentar la consulta como un nuevo plebiscito, arrastrando a Esquerra a una unidad que no desea repetir.
La independencia se aleja
El bloque independentista muestra cierta fatiga ante la evidencia de que el paraíso del nuevo estado independiente no está ni mucho menos a la vuelta de la esquina. Más aún, cada vez son más numerosas las voces que ponen de manifiesto que, salvo que hubiera un cataclismo en la Unión Europea, las posibilidades de una independencia pactada son nulas y las de una independencia unilateral, menores aún. De modo que lo mejor es reorientar la dirección del movimiento hacia un pacto territorial más o menos federal basado en un entendimiento, por frágil que sea, con la parte de España menos reacia a entender que las diferencias no tienen por qué implicar la ruptura de España.