Gordon Lish. De qué hablamos cuando hablamos de editar
Se le atribuye la creación del estilo de Carver, trabajó en Esquire, en Knopf y dio clases de escritura durante años
El personaje de Leavitt está basado en el editor y escritor Gordon Lish (Nueva York, 1934), que también aparece retratado en la obra de teatro Seminar, de Theresa Rebeck, y en la novela Elbowing the Seducer, de T. Gertler. En Ray, de Barry Hannah, hay un personaje llamado Capitán Gordon, por Gordon Lish.
El trabajo de un editor no es publicar lo que otros escriben. La relación con el autor es una competición
Entre 1969 y 1976 Lish fue el responsable de ficción de Esquire. Por su trabajo como descubridor de jóvenes talentos y su ojo para mejorar los cuentos originales que le presentaban, la revista Vanity Fair lo bautizó como Capitán Ficción. Para Lish el trabajo de un editor no consiste en publicar lo que otros escriben. Ni en proponer ideas a los autores, ni mejorar sus cuentos ni sus novelas. La relación entre el editor y el autor es una competición.
Trató con autores como Don DeLillo, Richard Ford, Cynthia Ozick y Barry Hannah, a quienes publicó en Esquire y en la editorial Knopf, para la que trabajó desde 1977 hasta 1995, después de que la revista lo despidiera. “No quiero que me vean como alguien bueno e inteligente. Prefiero que lo hagan como el gran estafador. Prefiero que me vean como el gran artífice”, le dijo a Rob Trucks en una larga conversación.
Construyendo un escritor
Lish inventó el minimalismo de Raymond Carver, el cuentista estadounidense más importante de la segunda mitad del siglo pasado. “Las historias de Carver fueron dotadas de intensidad gracias a mis esfuerzos. Es un fraude. No creo que sea un escritor de peso”, dijo.
Conoció a Carver en 1967, un día en el que este estaba tan borracho que no podía arrancar el coche. El escritor era alcohólico, como su padre. Creció con estrecheces y pronto tuvo que ponerse a trabajar. Con 20 años tenía dos hijos. Para llegar a fin de mes trabajaba en una lavandería. Quería escribir una novela, pero solo le quedaba tiempo para poemas y relatos cortos que corregía durante años. Sus personajes eran camareros, parados, borrachos, parejas rotas, personajes solitarios, sin épica. Su universo fascinó a Lish.
Cuando Esquire lo contrató, Lish comenzó a trabajar con el escritor, que se estrenó en 1971 con el relato “Vecinos”. Cinco años después, gracias a la mediación de Lish, McGraw-Hill publicó ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), que recogía los relatos que Carver había escrito durante dos décadas y que fue nominado al National Book Award. Para entonces, el autor estaba fuera de control por su afición a la bebida. Unos meses antes de publicar su primer libro, le dio un botellazo en la cabeza a su mujer. En 1977 dejó de beber.
Después de Esquire, se incorporó a Knopf y firmó un contrato de 5.000 dólares para el siguiente libro de Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor, que se publicó en 1981 y tuvo un gran éxito.
Los críticos situaron a Carver en la corriente minimalista por la economía de lenguaje, por las omisiones, la ausencia de descripciones, de adornos en las palabras y por las frases cortas y directas. “En los silencios de Carver se dice buena parte de lo que es imposible decir”, publicó The New York Times. Por sus personajes, incluyeron al autor en la corriente del realismo sucio. Pero Lish dice que todo el mérito era suyo: “Los lectores fueron seducidos y, lo siento, pero fue mi intervención lo que los sedujo”.
La influencia de Capitán Ficción en los escritos de Carver era más o menos conocida, pero fue D.T. Max quien la constató en The New York Times Magazine en 1998, 10 años después de la muerte del escritor. Max viajó a la Universidad de Indiana, a la que Lish había vendido su archivo, y descubrió que el editor había reducido a la mitad el número de palabras de los cuentos y había reescrito 10 de los 13 finales de la colección De qué hablamos cuando hablamos de amor.
Según cuenta Carol Sklenicka en la biografía Raymond Carver. A Writer’s Life (Scribner, 2009), hubo tres versiones del libro: el manuscrito que envió el autor, una segunda en la que Lish cambió el título original y una tercera versión que dejó desolado a Carver. El relato que abre el volumen, “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, Carver lo había titulado “Principiantes”. Lish reescribió frases enteras, eliminó diálogos y tachó párrafos íntegros.
Carver, que llevaba tres años sobrio, “no se esperaba esa picadora de carne”, según Sklenicka. Suplicó a su editor que respetara sus manuscritos. Se sentía “confundido, agotado, paranoide y temeroso”. Lish se negó. “Si no hubiera revisado a Carver, ¿se le habría prestado la misma atención?”, se pregunta Lish en The Paris Review. “Tonterías.”
La relación entre Carver y su editor acabó en los años 80. El escritor, persuadido por su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher, renunció a la tijera de Lish en su siguiente libro. Mientras trabajaba en Catedral, escribió a su mentor: “Gordon, verdad de Dios, y puedo decirlo de una buena vez: no puedo someterme a este proceso de amputación y a los trasplantes que los harían encajar en el envase para poder cerrar la tapa”. Como respuesta, Lish le devolvió editado uno de los cuentos de la colección. El trabajo que había hecho en ese relato era lo “mínimo” que esos textos necesitaban: “Hacer menos sería, en mi opinión, exponerte demasiado”.
Catedral se publicó en 1983 y recibió más elogios aún que los anteriores. Estos cuentos no tenían los silencios que imponía Lish, había más diálogos intrascendentes y menos intensidad. Los críticos destacaron que eran historias más convencionales, con un estilo más expansivo.
En 2009, Gallagher, con la ayuda de los profesores William L. Stull y Maureen P. Carroll, publicó Principiantes, un volumen que recoge los cuentos de Carver restaurados. Volver a los textos originales llevó 12 años de trabajo, de tantos cambios como había hecho el editor. “La publicación de Principiantes no hace ningún favor a Carver. Pone más bien de manifiesto el genio editorial de Lish”, sentenció Giles Harvey en The New York Review of Books.
Una escuela propia
Lish empezó a dar clases en los años 70 y no dejó de hacerlo hasta los 90. Impartió seminarios, con un máximo de 15 alumnos, en las universidades de Nueva York, Columbia y Yale. De su paso por Iowa hablan dos antiguos estudiantes en el libro We Wanted to Be Writers. Life, Love and Literature at the Iowa Writers Workshop (Skyhorse Publishing, 2011).
“Recuerdo una vez que cogió el escrito de un estudiante con las yemas de los dedos y dijo: ‘Esto es una mierda’. Era cínico y mezquino, aquejado de un complejo de Napoleón que le hacía comportarse con los textos de los alumnos como si tuviera que demostrar a todos los que le escuchaban cómo podía conquistarlos, que era mejor de lo que era”, dice Douglas Unger.
El editor también daba clases en apartamentos privados. “Les pedía a sus alumnos que escribieran para seducirle y cuando alguna mujer lo conseguía, a menudo se la llevaba a la cama”, dijo Carla Blumenkranz en The New Yorker. Lish lo negó en Newsweek: solo durmió con una alumna, Amy Hempel, y esa aventura no era ningún secreto.
“Escribir no consiste en contar. Se trata de mostrar, pero no todo”, decía Gordon Lish en sus clases
Una vez a la semana, Lish pedía a sus estudiantes que leyeran en alto su trabajo y los detenía cuando dejaba de interesarle lo que estaba escuchando. Mucha veces le bastaba una frase. Después él tomaba la palabra. Hubo una excepción: “Solo una vez un alumno leyó un relato completo en clase: Noy Holland, que leyó hasta las 2 de la mañana una larga historia llamada ‘Orbit’, recitada de principio a fin. Había unas 25 personas en la sala. Nadie se movió, nadie hizo el amago de irse”.
Además de Holland y Hempel, Lish dio clase a David Leavitt, Will Eno, Ben Marcus, Sam Lipsyte, Diane Williams y Gary Lutz. Entre 1987 y 1995 editó The Quarterly: The Magazine of New American Writing, una revista en la que publicó trabajos de los nuevos talentos.
“Escribir no consiste en contar —decía Lish—. Se trata de mostrar, pero no todo.” Tetman Callis asistió en 1990 al seminario que impartió Lish en Nueva York y publicó en internet los apuntes que tomó. Para Lish, que nunca dejó por escrito sus lecciones, la escritura era un acto de seducción que comenzaba en las primeras palabras.
“Cuando estaba en Esquire publicamos el cuento ‘For Rupert, with No Promises’ y no iba firmado. La revista se agotó. La gente se pensó que lo había escrito Salinger o Cheever o Updike. Luego se descubrió que había sido yo. Lo hice como un homenaje y Salinger consideró que era algo despreciable”, dijo Lish a Andrea Aguilar en El País.
Publicó su primera novela, Dear Mr. Capote, en 1983. En ella, un asesino en serie envía cartas al autor de A sangre fría en las que le pide que escriba su historia. “Escribí unos 20 libros antes que Dear Mr. Capote, con otros nombres”, como negro literario, le dijo Lish a Rob Trucks. Fue el primer volumen que firmó y el único que se dejó editar. Lish había escrito varias versiones y, a última hora, le pidieron que no publicara la última que entregó. Querían la anterior. Lish accedió, pero siempre ha estado “descontento con aquella decisión”.
Novelas perfectas
Periférica ha traducido tres novelas: Perú, Mi romance y Epígrafe. En Epígrafe, el protagonista, que se llama Gordon Lish, envía una serie de cartas a amigas de su esposa, recién fallecida, a funcionarios y asociaciones médicas para saldar cuentas pendientes. Es un libro obsesivo del que Lish escribió hasta 28 versiones antes de decidirse a publicarlo. Así le explicó a Trucks su proceso de escritura: “Utilizo mi pene para escribir la primera vez y mi cerebro para hacer las revisiones. Quiero decir, no es mi cerebro. Uso más bien secuencias muy ensayadas de movimientos que tienen que ver principalmente con la mente o con el conocimiento técnico. Intento hacer que este conocimiento técnico destaque en la página la primera vez”.
El estilo de Lish —Perú es la novela en la que mejor se refleja— consiste en lo que llama “consecution”, avanzar sin dejar de mirar atrás. Presta su nombre y el de su gente próxima a los personajes y construye historias en las que apenas hay acción. Se trata de coger la primera frase y darle forma, quitarle el embalaje. La escritura de Lish es desquiciante pero adictiva. Técnicamente, sus novelas son perfectas.
Don DeLillo convenció al editor Gerald Howard para que publicara una nueva obra de Lish : Mi romance. En ella un tal Gordon Lish, que trabajó para Esquire y Knopf, pronuncia un monólogo desde el estrado de un congreso de editores. Howard contó en Slate que Lish lo quería controlar todo, desde la elección del diseñador de la portada hasta la estrategia comercial. Las ventas no fueron malas, fueron “patéticas”: 500 copias. “No lamento haber publicado Mi romance ni por un segundo”, dijo Howard.
No cambió una sola línea del manuscrito que le envió Lish porque no vio nada que se pudiera mejorar, pese a la tentación que suponía corregir al hombre que reescribió a Carver.
Gordon Lish
Traducción de
Juan Cárdenas
Editorial Periférica,
Badajoz, 2011,
160 págs.
Gordon Lish
Traducción de Juan
Cárdenas
Editorial Periférica,
Badajoz, 2014,
160 págs.
Gordon Lish
Traducción de
Israel Centeno
Editorial Periférica,
Badajoz, 2009,
224 págs.
Raymond Carver
Traducción de Jesús
Zulaika
Anagrama,
Barcelona, 2010,
320 págs.