Ciudadanos reivindica su papel mediador
Las dos Castillas reflejan el daño infligido a la formación de Albert Rivera por la confluencia del voto útil y la ley electoral
Si el papel que jugará Ciudadanos en los próximos días parece aún una incógnita, alimentada por la calculada ambigüedad de sus dirigentes, no hay sin embargo muchas dudas en torno a las razones que explican su descenso el 26-J. Los análisis electorales aparecen claramente respaldados en este caso por los números. Que los casi 390.000 votos que perdió el 26-J con respecto a las elecciones de diciembre han ido a parar al Partido Popular —que ganó 670.000, el resto procedente de anteriores abstencionistas— parece evidente. Funcionó el voto útil: entre dos fuerzas situadas en la misma franja ideológica, y ante el riesgo de un triunfo de la izquierda, los electores afines decidieron apoyar al más potente.
Que la ley electoral jugó en su contra, y esta sería la segunda de las razones, tampoco es discutible. Tras la decisión de Izquierda Unida de concurrir en coalición con Podemos, el partido de Albert Rivera se ha convertido en la víctima modelo que refleja la supuesta injusticia, o al menos desproporcionalidad, del sistema. Sus diputados son los más caros en términos de votos: cada uno de los 32 conseguidos le cuesta 92.617 votos, frente a los 71.123 que le han costado los suyos a Unidos Podemos; los 63.820 al PSOE o 57.709 al PP.
Penalización desmedida
De ahí que su descensoen votos, leve en términos porcentuales, de apenas el 0,89% —ha pasado del 13,94% en diciembre al 13,05% seis meses después—, se haya traducido, sin embargo, en un pérdida del 20% de sus escaños (de 40 a 32). Una penalización, en principio, desproporcionada para tan poco retroceso en las urnas. Los resultados electorales en las dos Castillas reflejan a la perfección los efectos perversos que sobre las expectativas de Ciudadanos ha tenido la combinación de ambos factores: voto útil más ley electoral. En Castilla y León, por ejemplo, el partido naranja solo ha perdido poco más de 27.000 votantes, que parecen formar parte de los 50.000 que ha ganado el PP, pero ese descenso se ha traducido en dos diputados menos. En la coalición Unidos Podemos, con 70.000 votos menos de los que lograron en diciembre entre Podemos e Izquierda Unida, su descenso no ha tenido consecuencias en términos de diputados.La aritmética ha vuelto a situar a Ciudadanos en el centro del escenario político, pero con menos poder
16.000 votos, tres diputados
Y en Castilla-La Mancha el análisis es aún más gravoso para Ciudadanos: con 16.000 votos menos, captados por el PP, ha perdido los tres diputados que logró en esta circunscripción. Unidos Podemos, con 39.000 votos menos de los que sacaron por separado en diciembre, ha sumado un diputado.
Más difícil es cuantificar la tercera razón apuntada por los analistas al valorar el descenso de Ciudadanos: que sus electores han castigado su pacto con el PSOE en la pasada minilegislatura. De ser cierto, como parece, cabría pensar que los votantes que convirtieron en diciembre a Ciudadanos en la cuarta fuerza política del país están más escorados a la derecha de lo que sus propios dirigentes creen, y que si entonces encontraron en el partido naranja el instrumento para castigar la corrupción en el PP, que eso estuviera a punto de propiciar un gobierno con presidente socialista les ha parecido llevar las cosas demasiado lejos. Así que vuelta al redil popular, debieron pensar buena parte de los electores perdidos.
Rivera mantiene su veto a Rajoy y apuesta por un acuerdo tripartito entre PP, Ciudadanos y PSOE
Lo que, efectivamente, no se adivina tan fácilmente es el papel que Ciudadanos jugará en los próximos días. Mientras todos los analistas, desde el mismo momento en que las urnas comenzaron a vaticinar el triunfo del PP y el descenso de la izquierda, dieron por descontado su apoyo al partido conservador, Albert Rivera prefirió jugar en todas sus declaraciones posteriores un difícil equilibro en el que, sin descartar ese apoyo, mantenía su negativa a utilizar sus diputados para hacer presidente a Mariano Rajoy. Los números, sin embargo, restan fuerza a ese veto —palabra que, por cierto, Rivera se esfuerza en negar—: como cuarta fuerza política y con solo 32 escaños, su legitimidad para indicar al líder de los ganadores, mucho más reforzados ahora que en diciembre, el camino hacia la puerta de salida se muestra, al menos, debilitada.
Muñidor de pactos
Eso sí, la aritmética ha vuelto a colocar a Ciudadanos, aunque con menos poder decisorio del que le gustaría, en el centro del escenario político. No ya desde el punto de vista ideológico, que Albert Rivera se empeña en reivindicar para su partido, sino como posible muñidor de algunos de los hipotéticos pactos que pudieran servir para formar gobierno en torno al PP. Si Rajoy pretende rebañar apoyos entre partidos nacionalistas moderados para conseguir los apoyos necesarios, será contando con Ciudadanos. Y si el todavía presidente en funciones consigue convencer a los socialistas para que permitan su continuidad, todo hace indicar que será, probablemente, en el marco de algún tipo de acuerdo a tres, de alcance ahora completamente desconocido, con Rivera en el medio.
A tenor de sus declaraciones, ese es el escenario deseado por su formación, como lo fue también en la pasada legislatura frustrada. Su objetivo confeso, según dijo el pasado lunes, es tratar de sentar en una misma mesa a PP, PSOE y Ciudadanos para hablar “de cambios y reformas”, no de sillones, según repite como una especie de mantra desde el 26-J, sin dejar claro si los sillones en cuestión son los de Rajoy o los suyos. ¿O es que acaso, en algún momento, a Rivera no se le ha pasado por la cabeza convertirse en la Birgitte Nyborg que, como en la serie danesa Borgen, logre alzarse desde su cuarto puesto —tercero en la ficción— como la figura moderada y sensata ideal para encabezar un gobierno con presencia de los dos grandes partidos?