El PP refuerza su posición para gobernar
Rajoy, que se siente afianzado por las urnas, confía en mantenerse en la Presidencia del Gobierno pese al veto de Ciudadanos
El pasado domingo, en la sede de la calle Génova de Madrid, Mariano Rajoy tuvo que hacer el que calificó como “el discurso más difícil” de su vida. No fue un discurso fácil, tuvo que prepararlo en poco tiempo. En pocas horas, en minutos, pasó de estar casi desahuciado de su propio partido a volver a ocupar el trono del PP sin que miembros de la corte, por primera vez en mucho tiempo, murmurasen o dudasen de que le correspondía estar ahí. Había ganado 14 escaños y 700.000 votos desde diciembre, mientras todos sus rivales experimentaban mayores o menores retrocesos. Un simple giro del destino. O más bien de los votantes, que decidieron parecerse muy poco al retrato que de ellos habían dibujado las encuestas a pie de urna. Rajoy titubeaba, se liaba, redundaba, se venía arriba por momentos. Era el discurso más difícil de su vida, porque pocas veces un tipo tan abúlico había experimentado tanta euforia inesperada. Y también porque sabía que esta vez no podía eludir la obligación de afrontar una investidura alcanzable, pero complicada.
Desde aquella noche en el balcón de la sede de los populares (remodelada con dinero cuyo origen no les ha importado a los votantes) a Rajoy se le ha visto titubear lo justo. El lunes le aclamaba la ejecutiva nacional del PP y se preparaba para negociar con las otras fuerzas apoyos para su investidura en el Congreso. Actualizaba su propuesta, dirigida sobre todo a PSOE pero también a Ciudadanos, con los que quiere un gobierno tripartito dado que en su opinión están “de acuerdo en las cuatro o cinco cosas que son esenciales para España”. Si la gran coalición no puede ser, no descarta un gobierno en minoría con apoyos puntuales, aunque esta opción le gusta menos, a él y a los mercados e instituciones europeas que quieren estabilidad.
El PP no descarta un ejecutivo en minoría con apoyos puntuales, aunque prefiere la gran coalición
Rajoy quiere empezar una ronda de contactos bilaterales con los partidos que ve como posibles socios, empezando por el PSOE. Pero en la sede socialista de la calle Ferraz le dicen que busque los apoyos de otros “más afines ideológicamente”, en palabras de Antonio Hernando. Señalan a Ciudadanos, que quería una mesa a tres bandas, cortésmente rechazada por los otros dos actores, que piensan que la iniciativa no corresponde ahora a los de Albert Rivera. El PP confía en que el PSOE haya asumido que no tiene legitimidad ni escaños para formar gobierno (una línea avanzada por Susana Díaz y otros barones) y se abstenga con el sentido de Estado como argumento. Algo que solo ha defendido el extremeño Fernández Vara. La presidenta andaluza ha dejado claro que ella ve al PSOE “rehaciéndose desde la oposición”. Pero la mayoría de los socialistas rechazan hacer presidente a Rajoy, a quien hacen responsable de la corrupción de su partido y de las políticas antisociales.
Rajoy, intocable
Con un acuerdo con el PSOE descartado hasta que haya otros avances, el objetivo del PP se desvía hacia Ciudadanos. Rivera ha vuelto a dejar claro que puede dialogar, pero no quiere hacer presidente a Rajoy, que también para los naranjas representa una permisividad con la corrupción alejada de la nueva política. Los populares piensan que un partido que ha retrocedido ocho escaños en seis meses no está en condiciones de reclamar ciertas cosas. Menos aún cuando ya ni José María Aznar se atreve a discutir a Rajoy. El expresidente, que hace solo unos meses reclamaba la renovación del liderazgo en el partido, felicita ahora al PP y se pone a su disposición. “Manifiesto mi apoyo en la medida en que sea útil, conveniente y necesario en la negociación para que su éxito se pueda concretar lo más rápidamente posible”, declaraba el presidente de FAES, entre alguna que otra crítica a la ausencia de armadura ideológica en su partido.
Si los socialistas mantienen su negativa a abstenerse, los populares tendrán que ganarse al PNV
El PP tratará de contentar a Ciudadanos con concesiones a su programa, con la reforma de la ley electoral que perjudica a los naranjas y con gestos a la renovación política que exige Rivera, sin llegar a quitar a Rajoy. Como el apoyo de Ciudadanos no es suficiente para que salgan las cuentas parlamentarias, los populares deben hablar también con el PNV con el fin de sumar votos positivos o, al menos, de restar negativos. Es complicado ganarse el apoyo de los nacionalistas vascos y de Ciudadanos al mismo tiempo, y más en un año de elecciones en Euskadi. Se les puede ofrecer más autonomía política y económica y apelar a la responsabilidad de la que siempre han hecho gala, pero en un equilibrio difícil, propio de funambulistas. Iñigo Urkullu se juega el gobierno vasco en pocos meses, y probablemente contra Podemos, a quien es conveniente no regalar muchos argumentos. El responsable del área institucional de la ejecutiva del PNV, Koldo Mediavilla, descarta de momento cualquier posibilidad de acuerdo con el PP y lanza la pelota al tejado del PSOE.
La alternativa sin el PSOE
Y en el PSOE está, efectivamente, la clave. Porque si su voto a Rajoy se mantiene en el no, el PP estaría obligado a buscar apoyos activos para la investidura hasta los 176 escaños. Eso implica tener el sí de Ciudadanos, del PNV, de Coalición Canaria y, al menos, otro voto más. Un voto que se antoja imposible conseguir de los partidos catalanes, que sí podrían sumarse, sin embargo, a un juego de abstenciones y ausencias que hiciera posible la investidura en una segunda votación. Aunque está la posibilidad de que Pedro Quevedo, líder de Nueva Canarias, que va en coalición con el PSOE, votara a favor de Rajoy y así ayudaría a a los socialistas a ahorrarse el coste político que supondría para ellos facilitar un gobierno del PP y también a evitar unas terceras elecciones que, visto lo visto, solo beneficiarían al PP.