Las mujeres soldado pelean sus conquistas en Ucrania
Entre la guerra, el nacionalismo y la reconciliación con el Oeste, las mujeres están cambiando la sociedad y lo que en otros países se consigue después de muchos años, las ucranianas lo están logrando en solo unos meses
Todo está tranquilo en Popasna, cerca de la ciudad de Sloviansk. Los primeros disparos suenan a medianoche, cuando los observadores de la OSCE se van a casa. Los soldados escuchan rock patriótico ucraniano malo, limpian sus armas, juegan con el perro del campamento, fuman. Roksovana es la única mujer entre 20 hombres en esta brigada de inteligencia, y uno de los 50.000 soldados que actualmente sirven en el Ejército ucraniano o sus batallones voluntarios.
Roksovana es su apodo. No quiere revelar su verdadero nombre o mostrar su cara. Es de Crimea, donde vive su familia, que podría tener problemas si su identidad sale a la luz. “Es mejor así. De esta forma no tengo que maquillarme”, ríe. Unos cuantos cosméticos están alineados cerca de su cama, justo debajo de la figura de un pequeño ángel guardián de madera, regalo de su sobrina. Roksovana, de 45 años, no tiene hijos. Algo raro en Ucrania. ¿Por qué se convirtió en soldado? Porque, dice, es su deber. Porque no quiere vivir en Rusia. Tras la anexión rusa de la península de Crimea renunció a su puesto como abogada en la Corte Económica y empezó a trabajar para una unidad del Ejército como voluntaria. Lleva seis meses en el frente, donde pasa la mayoría del tiempo en un oscuro y sucio barracón que comparte con los hombres.
Protectoras de la nación
Mientras en los países de la Europa Occidental la admisión de mujeres en el Ejército es percibida como un avance, la imagen tradicional de la mujer todavía prevalece en la Ucrania poscomunista, igual que en tantos otros estados vecinos: la mujer como custodia y protectora de la nación. Por eso el más alto y famoso monumento de Ucrania, el Monumento a la Patria en Kiev, representa a una mujer con una espada en una mano y un escudo en la otra, ambos dirigidos hacia el cielo.
Tenían prohibido ser soldado y se registraban como cocineras: les pagaban la mitad por hacer lo mismo
Aquí, en el frente, uno se encuentra a muchas mujeres soldado diferentes. Están aquellas que, como Roksovana, no quisieron quedarse en el hogar. Las que siguen a sus maridos pero viajan a casa cada tres semanas para rehacer su manicura. Las que necesitan el dinero porque son madres solteras y no encuentran trabajo. Las que simplemente quieren jugar a la guerra —“escoria asocial”, las llama Roksovana—. Y aquellas que esperan encontrar al hombre correcto en el Ejército, uno que gane dinero, porque no hay muchos hombres así en este momento en el país.
En contraste con los batallones voluntarios, no todas las mujeres soldado entran al teatro de la guerra en el Ejército regular. Un departamento las seleccionará dependiendo de sus habilidades y especialización. Durante mucho tiempo, los oficiales al mando no quisieron a las mujeres, afirmando que su efecto era “difícil de calcular” —en el mejor de los casos fortalecerían la moral de las brigadas; en el peor, serían un factor de riesgo—. Para Roksovana, esto es absolutamente comprensible: “Si es un hombre, es un hecho. Pero si algo le pasa a una mujer en el frente, todo el mundo se siente obligado a rescatarla y a arriesgar su vida por ella”.
En la periferia de la capital, Kiev, tampoco hay nada nuevo. Una vez más, no hay agua caliente en el bloque de apartamentos donde viven las soldados Belka y Julia. “Al menos dos semanas más”, informa a los visitantes, sin tener que preguntar, una anciana en la entrada principal que trabaja como portera, guarda y vigilante de los estándares morales. Que no haya agua caliente no es algo que le moleste especialmente a Julia: desde el comienzo de la guerra se ducha durante solo 30 segundos, un hábito del frente. La higiene personal tiene que ser rápida en la guerra.
Belka saca un cigarrillo y se mete la camiseta con el escudo azul y amarillo de Ucrania en sus pantalones del Ejército, que le quedan demasiado grandes y se le caen todo el tiempo. “Muchos hombres creen que las mujeres solo van al frente para proveer servicios sexuales, así que tenemos que persuadirles de lo contrario. ¿Cómo? ¡Con violencia, por supuesto! Lo que funciona realmente bien es la culata de un arma. Pero la mayoría son unos caballeros. Me protegieron y hasta cavaron un baño para mí. ¡Tener tu propio baño es lo mejor!”, dice Julia. “¡Y una ducha!, incluso si siempre tengo miedo de que me caiga una granada mientras me ducho. Eso sería lo peor: morir desnuda y de forma tan absurda.”
Ambas se ríen a carcajadas y encienden su tercer cigarro en cinco minutos, un hábito del frente. También fumar se debe hacer rápido en la guerra. Belka es dulce y cálida. Julia, de 21 años, es todo lo contrario: enérgica, anárquica, impulsiva. A primera vista, Belka y Julia no tienen mucho en común excepto por sus muchos tatuajes. “¡Los héroes nunca mueren!”, se lee en sus brazos, en eslavo antiguo. “Todos son iguales”, dice un tatuaje en hebreo en la mano de Belka.
Belka, judía ucraniana de la ciudad de Dnipropetrovsk, al este del país, era diseñadora de moda antes de la guerra. Julia es de la pequeña ciudad rusa de Pyatigorsk, al sur, y era una ardiente nacionalista rusa antes del conflicto. Hace solo un par de años todavía iba a los desfiles por una Rusia “étnicamente pura”. ¿Qué pasó entonces? “Cuando estalló el Euromaidán en Kiev, veía la televisión rusa y escuchaba que los fascistas ucranianos se estaban bebiendo la sangre de los niños rusos. Quise verlo por mí misma. Entonces fui al Maidán y encontré amigos allí. Belka también estaba presente. Cuando los rusos tomaron Sloviansk lo tuve claro: mi país está en el lado contrario; están instigando la guerra.”
'Souvenirs' de guerra
Julia se unió al Batallón Aidar, un batallón voluntario con convicciones nacionalistas ucranianas. Belka la siguió unos meses después. Julia ya no se habla con su familia rusa y es considerada una “traidora a la patria”. Las dos amigas han sido desmovilizadas, aunque se habrían quedado felices en el frente. Julia ha dado a luz a Miroslava (el pacífico), que ahora tiene un año y es una especie de “souvenir de guerra”.
“Claro que estamos resentidas. Los chicos ganan premios, dinero. Y nosotras nada”, dicen dos veteranas de guerra
El souvenir de guerra de Belka es “diagnóstico número 17”. Ella ya no sabe lo que significa: tras seis lesiones, incluyendo una cerebral, ha perdido memoria. Lo peor de su condición es cómo le tiemblan las manos, malo para disparar un arma. Antes Belka era una tiradora en Aidar. Oficialmente se registró como telefonista porque en Ucrania no hay mujeres tiradoras. Tampoco hay comandantes de tanques mujeres como Julia. Hasta hace unos pocos meses, las mujeres tenían prohibido entrar al teatro de la guerra como soldados.
Todas las mujeres estaban por tanto registradas como cocineras, médicos y, por supuesto, telefonistas. Por eso Belka solo cobrababa 250 euros al mes —la mitad de lo que le pagan a los tiradores hombres— y ahora no puede recibir una pensión por invalidez. Julia y Belka viven de la ayuda recibida por Miroslava, una cantidad mínima por desempleo y donaciones de amigos y voluntarios. “Claro que estamos resentidas: son los chicos los que ganan los premios; hombres que no han hecho nada reciben dinero y alojamiento. Y nosotras nada. Más allá de a algunos voluntarios, no le importamos a nadie”, dice Julia.
Maria Berlinska apunta: “No fui al frente por el dinero ni por los premios o los beneficios”. Por eso no le importó no estar registrada como una oficial de inteligencia. Se dio cuenta mucho después de que esto era de hecho un problema. Observó que otras mujeres en el Ejército habían tenido la misma experiencia. Junto a Tamara Martsenyuk y Anna Kvit, ambas sociólogas e investigadoras en cuestiones de género, Berlinska examinó la situación social, financiera y legal de las mujeres soldado en Ucrania. Sus entrevistas confirmaron que la situación de las mujeres en casi todas las áreas es precaria, y en algunos casos catastrófica: ni reciben uniformes con tallas de mujer, ni un salario razonable, ni servicios sociales. Y sus colegas hombres prácticamente no reconocen su labor.
Maria Berlinska no pensó que fuera a crear tanto revuelo con su informe, manifestaciones incluidas. Pero al menos la ley cambió como resultado de su estudio: 25 puestos de combate en el Ejército han sido abiertos desde entonces para mujeres. “Ucrania está cambiando a toda velocidad”, dice Berlinska. El país lleva tiempo creciendo fuera de las leyes de Stalin y las reformas están en la agenda de todas las instituciones. Aun así, ni la apática y corrupta Administración ni la mentalidad que todavía se esconde en los viejos atuendos soviéticos de corte chovinista pueden cambiar tan deprisa. Lo mismo ocurre con la imagen de la mujer.
La guerra, aunque terrible, es también en este sentido una bendición, explica Berlinska. “Lo que otros países solo consiguen después de muchos años nos está pasando a nosotras en Ucrania en solo unos meses. De hecho, hemos cambiado algo a través de nuestro estudio en solo seis meses. Esto no habría sido posible antes, en tiempos de paz.”
Stalin y la cuestión femenina
Feministas como Berlinska se sienten conectadas a la larga tradición del movimiento femenino ucraniano: aquí, antes que en muchos otros países, se tomaron muy en serio el ideal de igualdad y desde finales del siglo XIX en adelante este ideal articuló el movimiento de las mujeres. Poetas y periodistas ucranianas como la heroína nacional Lesya Ukrainka rompieron públicamente con los papeles convencionales asignados a la mujer y pertenecieron a la vanguardia feminista europea. Así, como resultado del discurso de independencia y una conciencia nacional emergente, el movimiento de las ucranianas siempre ha tenido un fuerte sentimiento patriótico.
El conflicto, aunque terrible, ha servido para empezar a cambiar la imagen de la mujer
Con Stalin, la “cuestión femenina” fue declarada como resuelta, y el movimiento supuestamente se disolvió. Por un lado, no había un buen apoyo desde el Estado —ellas estaban tanto en las guarderías como en las cantinas para que las mujeres pudieran construir el comunismo junto a los hombres—. Por otro, Stalin prescribió a las mujeres el modelo materno. Ya no era la colectividad sino la familia la que conformaba la llamada “célula del comunismo”. Es decir, construían el comunismo durante el día y pelaban patatas por la tarde.
Tras la disolución de la Unión Soviética, la emancipación quedó sin efecto y la imagen de la mujer se balanceba como un péndulo de un extremo a otro: el deseo de una exagerada feminidad caló en ellas, acompañado de su anhelo por asumir el papel de mujer de clase media. El estatus social estaba una vez más asegurado a través de un lucrativo matrimonio a cambio de una apariencia extrafemenina, vulgarmente resumida en la imagen cliché de la mujer de la Europa del Este: tacones y pronunciados escotes.
Al mismo tiempo, hay más mujeres que hombres en las universidades, muchas féminas que invierten sus esfuerzos en una carrera profesional. “En cuanto al feminismo, la mayoría de las mujeres aquí tienen un gran lío en la cabeza”, dice Anna Dovgopol, experta en temas de género en la sede en Kiev de la Fundación Heinrich Böll. “Y la situación en el país es igual de confusa. Por un lado, la guerra, con su discurso neonacionalista y neopatriarcal. Por otro, una sociedad civil pacífica y en desarrollo que está adoptando los estándares occidentales. Y que reconoce que ahora es el momento en que se pueden cambiar las cosas, porque todo está desquiciado.”
Tras la disolución de la URSS, la emancipación quedó sin efecto y el deseo de una exagerada feminidad caló en ellas
Debido a la guerra, los eslóganes patrióticos y los símbolos nacionalistas son omnipresentes en Ucrania: “¡Larga vida a Ucrania, saludemos a nuestros héroes!”. En todos los sitios ondean las banderas ucranianas y al mismo tiempo la gente se manifiesta diariamente por la democracia. Un espectáculo confuso.
“Fue un tema muy discutido en los círculos feministas: si era correcto formar parte del Euromaidán porque había mucha retórica de derechas allí”, explica Dovgopol. “Pero si no lo hubieran hecho, sus voces se habrían perdido en la revolución. La pregunta es: ¿a qué valores podemos comprometernos colectivamente? ¿O nos dividimos? Eso es muy difícil de contestar en este momento”.
También hay otra cuestión: la gente que ha vuelto del frente va al desfile del orgullo gay porque quiere que el país haga progresos. Pero los nacionalistas son tradicionalmente los archienemigos de la comunidad homosexual. Llamados a recibir los valores nacionales como la moralidad o el sentido de la familia, discriminan a lesbianas, gays y transexuales.
Si las feministas no hubieran estado en el Euromaidán, sus voces se habrían perdido en la revolución
Julia también fue al desfile del orgullo en Kiev este año. Actualmente tiene una relación con una mujer, pero habría ido igualmente. Cuando sus amigas del frente se enteraron, se quedaron atónicas: “Me dijeron: ¿qué pasa contigo y tu orgullo? Como si no hubiera otros problemas en el país. Entoces les pregunté: si hay tantos problemas, ¿por qué no hay nada más importante para vosotras que criticar el orgullo? Todo el mundo debería poder luchar por sus derechos”. Hasta 6.500 policías estuvieron presentes este año en el desfile del orgullo gay para proteger a unos 2.000 participantes. “Esto significa que casi nadie nos vio, así que el desfile no logró realmente su objetivo. Pero al menos nadie fue atacado ni herido como el año pasado, que ya es una gran mejora”, dice Anna Dovgopol.
Ya no confían en el Estado
La Ucrania de hoy está dibujada sobre una fuerte sociedad civil que, desde las protestas del Maidán, tiene un poder real, pero también responsabilidad. Comprende a miles de voluntarios que suministran de todo al Ejército: además de armas y tecnología de guerra, organiza el tratamiento y rehabilitación de los heridos, provee para los refugiados de Donbás... Tiene ONG financiadas por Occidente que se ocupan de los problemas sociales y la educación. Está formada por gente “normal”: no pasa ni una semana sin manifestaciones frente a la Rada, el Parlamento de Kiev. Después de dos revoluciones Maidán, cientos de promesas vacías y esperanzas arruinadas y un siglo de gobierno extranjero, la gente ya no confía en el poder del Estado.
Además, en términos de igualdad de derechos, la sociedad civil está ganando importancia y levantando el debate. Solo que sin Femen, el famoso grupo que algunas feministas ucranianas no ven como actrices políticas sino como un truco de marketing. El ejemplo más reciente es el hashtag en Twitter que empezó la periodista ucraniana Anastasia Melnichenko, #IAmNotAfraidToSay, y que miles de mujeres ucranianas y después rusas también utilizaron en posts en las redes sociales para escribir sobre la violencia sexual. La respuesta a este hashtag puso este asunto en el centro de la sociedad ucraniana.
Y eso también es una revolución. Una revolución personal porque los afectados están al menos recibiendo solidaridad y apoyo. Una revolución social porque está cambiando la forma en la que se trata la violencia sexual. Y estas revoluciones demuestran que Ucrania ha cambiado. La verdad incómoda ya no puede esconderse debajo de la alfombra. Tanto se ha acumulado ahí, que se lo ha llevado todo con ella: chovinismo, estereotipos, angustia e inacción.
Este artículo es parte del proyecto Eurozine: Beyond conflict stories: Revealing public debate in Ukraine. © Katja Garmasch / Missy Magazine
Traducción del inglés de Noelia Sastre