Elecciones en Rusia: la primavera abortada
La oposición ha acabado enredada en el juego que ha marcado el Kremlin. Los que más tenían que perder se han ido y los imparables acaban muertos
El duro despertar de ese sueño de cambio llegó este 18 de septiembre con las elecciones a la Duma, la Cámara Baja del Parlamento. Aunque las encuestas pronosticaban un descenso del 49% al 30%, finalmente el partido oficialista Rusia Unida se aseguró la mayoría de más de dos tercios con un 54,2% de los votos. Esto le permitirá aprobar enmiendas constitucionales sin el apoyo de otras tres fuerzas que vuelven a tener representación parlamentaria: el Partido Comunista (KPRF), los ultranacionalistas (LDPR) y Rusia Justa. Habían cambiado las normas del juego: concurrían listas de partido y circunscripciones unipersonales. Pero el resultado quedaba igual: los mismos cuatro partidos entran en el Parlamento, los liberales quedan fuera. “La verdadera oposición ha sido ignorada otra vez”, dice el analista Mijail Klilushin.
El calor del descontento en las ciudades abrigó muchas esperanzas en aquella revolución blanca iniciada en 2011. Pero ese caldo de cultivo ha terminado apagando el fuego que lo hacía bullir. ¿Qué ha pasado? Hasta la clase media urbana ha bajado los brazos y se ha quedado en casa: en Moscú y San Petersburgo apenas votó un tercio de la población.
La oposición ha acabado enredada en el juego que ha marcado el Kremlin. Primero fue el endurecimiento de la ley sobre manifestaciones. Era el verano de 2012, los opositores aspiraban a mantener el impulso. Se puso coto a las manifestaciones clandestinas, pero no se abrió la mano para que se pudiesen celebrar concentraciones legales en el centro de la ciudad. Los infractores de las manifestaciones de la plaza Bolotnaya que en mayo se habían enfrentado a la policía recibieron duras condenas. El moscovita acomodado pero descontento que se divertía gritando contra el poder recibió así un primer aviso.
Udaltsov sigue en arresto domiciliario por haber urdido “desórdenes masivos” con ayuda de poderes extranjeros. Alexei Navalny vio resucitar un caso de corrupción contra él: logró un espectacular segundo puesto en las municipales en Moscú, pero ahora está inhabilitado para ocupar cargos públicos. Pasó por la cárcel, pero el sistema decidió que era mejor no darle la aureola de mártir y puso tras las rejas a su hermano.
Esbirro de Washington
De los “tres tenores” de ese invierno del descontento solo quedaba operativo el tercero: Ilya Yashin, proveniente de las juventudes del partido liberal Yabloko. “Contra mí no tenían nada, así que lo inventaron”, relata Yashin, que ha concurrido sin éxito a las elecciones de la ciudad de Kostroma. Un día dos chicas le invitaron a casa y trataron de hacerle una cámara oculta. Fotógrafos emboscados junto a la embajada sueca lo retrataron acudiendo a recoger un visado y divulgaron las imágenes diciendo que estaba espiando para Occidente: “Lo más gracioso es que iba con mi madre, soy el primer espía que actúa de esa manera”, recuerda con una sonrisa triste. Durante la campaña, un coche con matrícula diplomática y bandera de EE.UU. le fue siguiendo para señalarlo como “esbirro de Washington”.
Los asesinatos de los opositores son una advertencia, por eso su puesta en escena tiene algún simbolismo
En otros casos han caído en la trampa. El ex primer ministro ruso Mijail Kasianov (de 58 años, casado y uno de los críticos más importantes de Putin) fue grabado este año teniendo relaciones sexuales con otra opositora. El vídeo fue difundido por televisiones progubernamentales, sacudiendo el proceso interno de su partido, el liberal Parnás, el más genuinamente crítico con el sistema. Kasianov es el sustituto de Boris Nemtsov, la principal víctima en la oposición: fue asesinado en febrero de 2015. “Desde entonces la gente tiene más miedo de colaborar”, explica Yashin, que al mismo tiempo cree que su muerte sirvió para demostrar que tarde o temprano será necesario “un cambio”.
La lista de represaliados es larga. Pero a diferencia de la URSS, ahora el sistema ruso lo hace sirviéndose de una fuerza gradual proporcional a la resistencia de cada uno. Los que más tenían que perder, como la estrella del ajedrez Gari Kasparov o Maria Gaidar (hija de un primer ministro) se han ido fuera. También Evgenia Chirikova, la primera líder ecologista del país.
Los que no son asimilados son fagocitados o expulsados. Los imparables, como la periodista Anna Politkovskaya, acaban muertos. Y sus asesinatos son una advertencia para el resto, por eso siempre su puesta en escena tiene algún simbolismo: Nemtsov fue abatido a tiros junto al Kremlin y Politkovskaya tiroteada en el ascensor el día del cumpleaños de Putin, el 7 de octubre de 2006. El descontento se está sedimentando en el interior de las casas. Pero también está cambiando de piel: “La clase trabajadora está tomando el relevo de la clase media en muchos asuntos políticos y sociales, aunque hasta la fecha no ha tenido casi impacto”, explica la escritora Natalia Antonova, que cree que lo que suceda a partir de ahora dependerá de “cómo se desenvuelva la economía y si se logra poner coto a la corrupción a nivel local”.
El patriotismo tapa las grietas
La ola de patriotismo desatada tras la anexión de Crimea sigue tapando las grietas del sistema. Es tan fuerte que incluso abre algunas puertas del pasado. Según muestra una encuesta de marzo de 2016 del centro Levada, un 54% de los rusos opina que Stalin tuvo un papel positivo en la historia del país. Es el índice más alto desde que en 2003 se empezó a hacer este tipo de sondeos. Para el politólogo Alexei Makarkin esto es una reacción a la Perestroika, que ahora es muy impopular y en su momento supuso un periodo de crítica abierta al estalinismo.
“La verdadera oposición ha sido ignorada otra vez” en las elecciones a la Duma, dice un analista
Desde el reinado de Pedro I, Rusia ha preferido reflejarse en Europa en lugar de en Asia. Pero el poder soviético, que dominó durante casi todo el siglo XX, vio a Occidente como un obstáculo que había que superar. Las veces en las que recientemente se ha dejado embelesar por el modelo occidental —durante la convulsa transición al capitalismo de la mano temblorosa de Boris Yeltsin— ha terminado debilitada. El Kremlin capitaliza esa desconfianza.
“Rusia Unida aparece como ganadora en este proceso, pero la vencedora ha sido la apatía porque la manipulación y el control que ha practicado Putin estos años ha hecho que la gente deje de creer en el voto”, dice Vladimir Kara-Murza, otro miembro de la oposición que denunció haber sufrido un envenenamiento por parte de agentes gubernamentales en 2015.
Hay algunas esperanzas. El politólogo Konstantin Kalachev cree que las nuevas circunscripciones uninominales pueden dinamizar algunos ámbitos de la política rusa: “Deberán mantener la popularidad en sus demarcaciones y la relevancia del diputado dentro de Rusia Unida dependerá ahora también de los electores”. Putin ha puesto en marcha el relevo generacional en las listas y los escalafones inferiores, anticipándose a esa batalla.