23/11/2024
Cuento de verano

Verano, no estés triste, eres verano

Nuria Labari - 12/08/2016 - Número 46
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Verano, no estés triste, eres verano
Diego Mir

13 de julio. Esther, mi madre. Está veraneando en Denia con mi padre y mis dos hijas. Se quedan en un hotel todo incluido (tres estrellas) que yo misma he reservado. Dice: “El hotel está completo. Está incómodo de lleno que está y mira que lo tienen todo bien organizado en el bufet para que no falte de nada. Pero es difícil coger tumbona en la piscina. Yo no lo entiendo. Son más de 2.000 euros por familia a la semana. Con todo incluido, vale, pero yo no sé qué familia tiene 2.000 euros para gastarse a la semana, por mucho que sea la de vacaciones. Eso sin contar con la gasolina desde donde vengas y los gastos, porque al final siempre gastas. Pero es que no te imaginas la gente qué forma de servirse y de dejar todo con tres mordiscos en los platos. Paso vergüenza en todas las comidas. Esto del todo incluido tiene que cambiar. Deberían decir: puede comer usted todo lo que quiera, solo pagará lo que deje en el plato. ¿Qué demonios piensa esta gente que es la comida? No es tuyo todo lo que pagas”.

14 de julio. Niza. El Gobierno francés eleva a 84 los muertos en el ataque terrorista con un camión en la fiesta nacional francesa.

15 de julio. Desayuno con Amalia, 26 años, después de dos sin vernos. Está embarazada de siete meses. Los ojos verdes muy quietos, como los de una princesa en la última página: justo antes de que la rana se haga príncipe. “No he ido a clases preparto ni he comprado un chupete”, dice. “Esa parte no me agobia. Me preocupa que soy autónoma, que voy a dejar de trabajar y de cobrar, que empezaba a irme bien, que no sé cómo lo haré después, aunque sé que lo haré, siempre lo hago.” Él, el
padre, está a su lado y le pone una mano en el hombro cuando ella se acaricia la barriga. Esa mano quiere decir que no va a faltarles nunca nada, aunque no sabe muy bien por qué lo dice. Es la mano de un hombre que viene de muy lejos, de todos los machos que han provisto de cueva y alimento. Pero ella es mujer y lleva encima el vértigo del amor más allá del instante, esa otra cuenta. El amor que se extiende en la barriga, tan deprisa que quizás salgan estrías en la carne. Y empieza a quererlo todo y todo el tiempo: el amor que era trueno en la tormenta y este otro, llamado a navegar con aguas quietas. Y vuelve a la otra cuenta, ¿estará a punto de conocer a su futura hipoteca? Hasta que se cansa de sumarlo todo. Entonces mira al cielo y suspira. “Qué bien me está tratando este verano”, dice.

Huele tanto (y no exagero) que estoy pensando en cortarme la cabeza. Apesto al verano de los 90

Gabriela, 41 años. Murió ayer, 16 de julio. Yo ni siquiera la conocía. No sé bien a qué se dedicaba ni a quién amaba o qué hacía. Pero su sueño era montar en globo, un sueño de película, colorido como un circo, supongo que un capricho, qué más daba. Nadie le pidió nunca explicaciones sobre su deseo. Y conoció al amigo de un amigo que tenía uno. Y voló. Él volaba siempre, a veces cada día. Pero esta fue la última, la definitiva. Murieron en el aire con las alas abiertas, los dos desconocidos unidos por las nubes y el deseo. Y cayeron a un pantano y hubo que bucear y bajar hondo hasta que el cielo se borró muy lejos allá arriba. Entonces sonó el primer teléfono.

La muerte de Gabriela alargó mi noche porque a su amigo sí lo conocía. Y abracé su carne, la de él, carne incrédula la de anoche, hace apenas unas horas. Nos fuimos a beber a un bar con contraseña del centro de Madrid, cerca de casa, sin pereza. Tan secreto que el tabaco y todo lo que fumamos sigue pegado esta mañana a mi melena. Huele tanto (y no exagero) que estoy pensando en cortarme la cabeza. Apesto al verano de los 90. Ese tufo de juventud que ahora está quieta.

17 de julio. Estoy hablando de las primeras horas. Porque anoche, que ya es hoy, fueron también las cuatro de la mañana. Media hora después queda muy claro que ya no tenemos 20 años este verano: conozco a Alberto. Es guapo y neutro como una entrevista en la oficina.

-He estado trabajando, llegué hace un rato del teatro —dice.

-Así que eres… actor. O tal vez no —no creo que exista el actor neutro—. ¿Escribes, diriges, produces?

-Diseñaba la cartelería de las obras antes de la crisis, cuando había una profesión por persona. Ahora soy técnico de sonido, ayudante de dirección, guionista y el diseñador de antes. Estamos ahora mismo en la Gran Vía. Clásicas envidiosas, se llama la obra.

-Enhorabuena, ¡la Gran Vía!

-No te creas, no es un éxito del todo. No juntamos ni 50 algunos días. Y eso que las críticas son buenas. En El País, El Mundo, ABC, hasta la Guía del Ocio, que es definitiva. Pero es Shakespeare después de todo. Y es verano, ya sabes.

-¿Y de qué vives?

-De otra cosa. Vendo penes de plástico en una tienda especializada.

-Qué pasada.

Si el verano tuviera un género, sería el de la melancolía. Cuando eres tan feliz que hasta la muerte te acompaña

-Bueno, es un trabajo, como todos, con sus reglas. No ligar, no recomendar, solo informar, no juzgar, no prejuzgar. Pero paga las facturas mientras el teatro paga la vida.

-Pero estamos aquí, ¿no? Y esto es un gintonic. Recomiéndame algo en nombre de tu obra. Sáltate la regla al menos esta noche.

-Lo mejor que tengo es para hombres, claro que es también lo que yo he probado.

-Conozco algunos hombres, me interesa.

-Regala un huevo masturbador “Tenga” a tus amigos. Son como 100 lenguas por segundo y la gama comienza en los 10 euros.

-No me voy sin un secreto para chicas.

-Algo hay, un gadget por el que yo deseo ser mujer algunas noches. Un aparato vibrador que se mueve al ritmo de la música. Te metes una especie de lengua en las braguitas y la conectas al sonido ambiente, a la voz de tu amante o a tu canción preferida. Podrías llevarla ahora mismo puesta. Escucha, la música es buena.

Tiene razón. Ya la escucho: es la música de los días del verano.

Si el verano tuviera un género, sería seguro el de la melancolía. Como cuando eres tan feliz que hasta la muerte te acompaña. Como cuando el deseo se queda pegado en una foto, un atardecer o una postal cualquiera. Esa época del año en la que no sabes lo que es tuyo, lo que te han quitado y lo que quieres de la vida de los otros, del cuerpo de las otras en la playa. Los relatos de verano son siempre complicados. Después de todo, el verano forma parte de la vida.