21/11/2024
Política

Rajoy, un líder en declive

Minado por la corrupción, asediado por Ciudadanos y cuestionado públicamente por José María Aznar, el candidato del PP corre el riesgo de ser el único presidente del Gobierno, junto con Calvo-Sotelo, que no repite mandato

AHORA / Rosa Paz - 09/10/2015 - Número 4
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Rajoy, un líder en declive
Rajoy en un acto del PP en Valencia el pasado 3 de octubre. Manuel Bruque / EFE
Mariano Rajoy llega a las elecciones de diciembre con un liderazgo débil, hasta el punto de que muchos dirigentes de su partido piensan que se arriesga a ser el único presidente  del gobierno, con Leopoldo Calvo-Sotelo, que no repite mandato. Solo le ampara una todavía frágil recuperación económica, debida más a las decisiones del Banco Central Europeo y a la caída del  precio del petróleo que a las políticas del Gobierno. Pero no cuenta ni con el afecto de los electores —en los sondeos del CIS de agosto le dieron una nota del 2,61, algo más alta que el 2,49 de mayo— ni con el entusiasmo de las filas del PP.

El desgaste de la corrupción

Comparece además minado por la aparición de gravísimos casos de corrupción que afectan a altos cargos de su partido y de los que no ha respondido, asediado por la irrupción de Ciudadanos y cuestionado públicamente por su antecesor y mentor, el expresidente José María Aznar. A eso hay que añadir que durante su mandato se ha incrementado el sentimiento independentista en Cataluña, que en las elecciones del 27 de septiembre sumó casi dos millones de votos. Es la crisis político-institucional más grave que se ha producido en España desde la Transición, y no ha hecho nada en estos cuatro años para afrontarla.
 
Aznar le advirtió  de que el partido de Albert Rivera puede arrebatarle el centroderecha al PP, un espacio electoral en el que hasta ahora ha sido hegemónico, y hacerle perder las elecciones de diciembre. Añadió que, en su opinión, Ciudadanos responde mejor a la defensa del modelo territorial de España que su propio partido.

Escorado a la derecha

Muchos analistas políticos piensan que la irrupción de un nuevo partido que juega en el mismo espacio electoral que el PP puede escorar a los populares hacia su derecha, acercarle a la Alianza Popular de Manuel Fraga, sin que eso ofrezca garantía alguna de éxito electoral. Quienes así piensan se basan, entre otros datos, en los resultados de las elecciones catalanas, donde el PP colocó al radical Xavier García Albiol de cabeza de lista y no logró más que 11 diputados, frente a los 25 de Ciudadanos.

Es cierto, como repiten ahora los dirigentes del PP, que el Baix Llobregat no es Valladolid y que las elecciones catalanas no tienen nada que ver con las generales, pero también lo es que la fuerza que le da a Albert Rivera el resultado catalán y el impulso con el que llega a los comicios de diciembre era impensable hace solo unas semanas. Tanto que en el PP dudan ahora de si el discurso territorial, en el que pensaban basar su estrategia electoral junto con la recuperación económica, les suma o les resta votos en el resto de España. Y eso que los partidos de la oposición atribuyen el inmovilismo del presidente del Gobierno en el problema catalán “a un mero cálculo electoral”, al convencimiento de que “el anticatalanismo les puede dar votos en las generales, como se los dio en anteriores convocatorias”.

La oposición le acusa de pensar solo en sus intereses electorales al afrontar Cataluña o los presupuestos generales


Parece que ahora, sin embargo, temen que las cicateras previsiones de Rajoy se vuelvan  en su contra. Tanto en el caso catalán, donde desde la oposición política y desde sectores empresariales y sociales le reprochan que desoyera las peticiones de sentarse a hablar y buscar una solución negociada, como en la utilización de las instituciones del Estado para sus fines partidistas. Sería el caso de la reforma del Tribunal Constitucional para castigar al presidente de la Generalitat o al del Parlament de Catalunya si desobedecieran las sentencias del Tribunal, o incluso la decisión de forzar el calendario parlamentario para aprobar los presupuestos generales de 2016 y condicionar así la labor del próximo gobierno.

Esa obsesión por apurar la legislatura va a provocar, por ejemplo, que mientras en Cataluña los independentistas pueden formar gobierno en noviembre y empezar a aplicar su hoja de ruta hacia la secesión, en España no habrá más interlocutor a ese desafío que unas Cámaras disueltas, un Gobierno en funciones y los principales partidos enredados en la batalla electoral. Y si se cumplen los vaticinios de las encuestas y si el futuro Parlamento está tan fragmentado como se augura, puede que se tarde además unos meses en formar gobierno, porque es posible que solo pueda lograrlo quien sea capaz de pactar con varios partidos al mismo tiempo. Esa es la razón por la que en sectores políticos, pero también en círculos empresariales, le reprochan a Rajoy no haber convocado las elecciones generales antes de las catalanas y poder tener un gobierno con amplio respaldo parlamentario, capaz de frenar el desafío independentista y buscar una solución para el mejor encaje de Cataluña en España.

Un asunto interno de España

Fuentes del PP aseguran que ahora esas recomendaciones de que se siente a negociar le llegan discretamente también desde la Unión Europea e incluso desde Estados Unidos, aunque Rajoy también desoye esos consejos. De hecho, en medios comunitarios se lamentan de que desde el Gobierno español se transmita en ocasiones la sensación de que el desafío soberanista lo parará la UE, cuando tanto en Bruselas como en las principales capitales europeas se considera que ese no es un caso que les incumba —aunque están en contra de la separación de Cataluña—, sino que es un asunto estrictamente interno de España.

El rival que le puede quitar al PP una parte de sus diputados no solo comparece con la fuerza de los votos catalanes, llega además a la política española limpio, con un discurso fresco y moderno y muy duro con la corrupción. Aspectos todos ellos en los que Rajoy tiene difícil competir. Porque su imagen es la de la experiencia, sí, pero también la de alguien que ha convivido con la corrupción de su partido, a la que no ha sido capaz de hacer frente, y la de una persona calculadora en beneficio de los intereses partidistas y alejado de lo que se espera de un hombre de Estado.
 
 De hecho, durante la pasada primavera, antes de las elecciones municipales y autonómicas del 25 de mayo, de círculos empresariales  llegaban mensajes sobre la conveniencia de cambiar al candidato del PP y hubo dirigentes de ese partido que se lo plantearon en privado. Pero el propio Rajoy cortó el debate de raíz ratificándose públicamente como “el mejor candidato”. Igual que ahora se presenta como “el único” que puede garantizar la estabilidad necesaria para la recuperación económica.

Pérdida de poder territorial

Los resultados de aquellos comicios fueron muy malos para el PP, que perdió buena parte de su poder territorial: los ayuntamientos de Madrid, Valencia, Sevilla, Cádiz, Valladolid y Santiago y los gobiernos de Extremadura, Comunidad Valenciana, Baleares, Aragón y Cantabria, por ejemplo. Pero Rajoy hizo el discurso del ganador: el PP fue la fuerza más votada, pero el PSOE con “los extremistas de Podemos” le arrebataron lo que era suyo, se escudó. No pudo evitar, no obstante, las críticas internas y las quejas de los que se vieron desalojados del poder, que, conscientes de su derrota,  le exigieron, incluso públicamente, cambios en el Gobierno. Ya parecía tarde para pedirle también que renunciara a ser candidato y no parece que tuvieran tampoco una alternativa. Rajoy no tocó el Ejecutivo y se limitó a un cambio cosmético en la dirección del partido con la incorporación de algunos jóvenes dirigentes, Pablo Casado, Javier Maroto y Andrea Levy, que no han sido capaces de cortar la sangría.