Pat Metheny & Ron Carter. El sonido de la sorpresa
Los músicos abrirán el Festival Porta Ferrada y actuarán en el Festival de Jazz de Vitoria. El dúo es la unión entre la experiencia y la innovación
Esa fue la palabra, sorpresa, que escogió Ron Carter cuando le preguntaron qué podía esperarse de los conciertos que forman parte de su gira con Pat Metheny, un recorrido que se inició en septiembre del año pasado en Detroit y que, en su paso por España, los trae al Festival de Porta Ferrada de Sant Feliu de Guíxols, en Gerona (15 de julio) para luego recalar en el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz (16 de julio). Con menos de 20 años de diferencia entre ellos, bastante poco para el jazz, y a pesar de que Metheny ya pasó los 60, el dúo Carter-Metheny se presenta como la unión entre la innovación y la experiencia, entre la audacia y la sabiduría, entre lo aprendido y lo desconocido.
La historia del jazz
Ron Carter, con casi 80 años, representa la historia del jazz, a fuerza de abarcar décadas y periodos y también por la inmensidad de su obra. Su contrabajo, del que obtiene un sonido sorprendentemente reconocible para un instrumento más bien duro, poco versátil y que suele ser más cimiento que protagonista, aparece en 2.221 grabaciones, convirtiéndolo en el contrabajista más grabado del jazz, dato certificado por la guía Guinness de récords mundiales. Quizás eso se deba a que su toque es tanto base como melodía. Tal vez la razón de ese sonido haya que buscarla en su interés inicial, el violonchelo, instrumento que empezó a tocar a los 10 años en su Ferndale, Michigan, natal. Cuando su familia se trasladó a Detroit, Carter se topó con prejuicios raciales cuya presencia era insoslayable en la música clásica. Aunque no abandonó de todo el chelo, se pasó al contrabajo y siguió con los estudios clásicos. Mientras tanto, tocó con Jaki Byard, Chico Hamilton, Eric Dolphy (con quien grabó la primera de sus sesiones) y Don Ellis, convirtiéndose así en uno de los protagonistas de un cambio histórico en el jazz: el surgimiento, dentro del fértil campo estilístico del hard bop, de la avant-garde que prefiguraría el free jazz y todo lo que vino después. La cosa quizás habría quedado allí si no hubiera sido por la aparición mágica de Miles Davis, el príncipe de las tinieblas.
Ron Carter se incorporó a la base rítmica de la banda de Miles Davis con 26 años
En esa época, Miles Davis estaba pasando por una especie de hiato en su carrera. Después del éxito masivo de Kind of Blue (1959) como momento culminante de su colaboración con John Coltrane y de la partida de este, Davis hizo y deshizo varias formaciones de su banda; entre ellas, una en la que se incorporó Ron Carter, con 26 años, en la base rítmica. Dos o tres cambios de personal después, Davis, junto con Carter, más Herbie Hancock al piano, Wayne Shorter al saxo y Tony Williams a la batería, conformaron una de las bandas más importantes del jazz, que luego se conocería como su segundo gran quinteto. Carter participó en 14 discos de Miles Davis, con el quinteto y en otras formaciones, entre ellos E.S.P. (1965), donde firma, en solitario o con Davis, tres piezas, y Filles de Kilimanjaro (1969), disco que preanunció la transición de Davis hacia instrumentos amplificados eléctricamente y en el que Carter (que fue reemplazado por Dave Holland en medio de la grabación) tocó el bajo eléctrico, instrumento muy poco común en su carrera.
Cotizado músico de sesión
Después de su partida de la banda de Davis, Carter se convirtió en un cotizadísimo músico de sesión. Su sonido particular y reconocible, que algunos llegaron a comparar con una voz humana, jerarquizó innumerables discos de jazz, en especial para los sellos Blue Note y CTI, algunos de los cuales se convirtieron en los mejores de su era. Participó en grabaciones de Billy Joel y de A Tribe Called Quest. Transformado en un músico de músicos (y más tarde en profesor de prestigiosos centros educativos), Carter no se limitó a aportar su bajo “cantante” prácticamente a quien se lo pidiera y a obtener reconocimientos como el de “bajista sobresaliente de la década”, según el Detroit News; “bajista del año”, según Down Beat; “Intérprete más valioso”, según la Academia de Artes y Ciencias de Grabación. También compuso para el cine —la pieza “Sheet Blues” para ‘Round Midnight (1986) de Bertrand Tavernier, que le valió su segundo Grammy (el primero fue al mejor grupo instrumental por la banda tributo a Miles Davis)—. De las grabaciones a su nombre, entre las que hay incursiones en proyectos camerísticos, algunos flirteos con el jazz rock y otros con la música clásica e, incluso, la dirección de su propia big band (Ron Carter’s Great Big Band, de 2011), las mejores son Third Plane de 1977, un espectacular trío con Herbie Hancock y Tony Williams (la base rítmica del segundo gran quinteto de Davis) y sus dúos con el legendario Jim Hall, uno de los mejores guitarristas de jazz, recogidos en Alone Together de 1972, Live at the Village West de 1982 y Telephone, de 1984.
La vertiente soleada
Fuera del obsesivo, erudito y algo recalcitrante mundo del jazz, la otra parte de este dúo, Pat Metheny (pronúnciese “mecini”, no “méceni”) es más conocido por haber representado, quizás sin quererlo, una vertiente soleada y moderadamente hippie de la fusión jazz-rock con el Pat Metheny Group, especialmente durante la segunda mitad de los 80 y principios de la década siguiente, cuando su cóctel de country, rock y adornos jazzísticos encabezó las listas de los discos más vendidos fuera de los límites del jazz. Esa fama, aumentada por su aspecto de estudiante universitario que con sus más de 60 años todavía conserva, oscurece una interesantísima carrera repleta de aristas e intereses que van desde el rock, los ritmos latinos y las suaves percusiones brasileñas hasta el free jazz más avanzado, incluyendo una incursión en el noise, además de un virtuosismo sólido y alejado de toda pirotecnia y, al igual que Ron Carter, un sonido propio y reconocible.
Metheny nació en Lee’s Summit, Misuri, una ciudad pequeña, de casas bajas y rodeada de grandes extensiones de campo cerca de Kansas, lo que probablemente explique su querencia por el country rock y la enorme influencia de lo que se ha dado en llamar americana (patrimonio cultural folclórico estadounidense) en su música. Empezó tocando la trompeta con 8 años, pero se pasó a la guitarra a los 12, dejándole el otro instrumento a su hermano mayor, Mike, un poco conocido pero valioso intérprete de fliscorno, además de periodista. Con 15 años, Pat ganó una beca para un campamento de jazz donde se convirtió en protegido del guitarrista Attila Zoller, quien lo llevó a ver a dos leyendas del jazz: Jim Hall y Ron Carter.
Después de tocar con los músicos más importantes de Kansas, se mudó a Florida, donde, con 18 años, empezó a enseñar en la Universidad de Miami y fue el profesor más joven de la historia de ese establecimiento. Al año siguiente repitió la misma hazaña en Berklee, probablemente la academia de música más prestigiosa de Estados Unidos, donde fue asistente docente del vibrafonista Gary Burton y más tarde miembro estelar de su banda. En 1975 grabó su primer registro, Bright Size Life, con el bajista Jaco Pastorius y el batería Bob Moses. El disco sigue siendo uno de los mejores de su carrera: su sonido entre cristalino y vaporoso parece ya completamente formado.
Bright Size Life, el comienzo de la carrera discográfica de Pat Metheny, fue lanzado por ECM, el exquisito sello alemán que en cierta manera inventó lo que dio en llamarse neo cool: un estilo vanguardista pero atmosférico, audaz pero sereno y alejado lo más posible del swing y los sonidos funky que habían caracterizado el hard bop de los 50 y 60 y el conservadurismo reinante en el jazz de la época. El paisajismo de Metheny encajaba a la perfección en ese neo cool. Su siguiente disco, Watercolors (1977), ya contaba con la colaboración del pianista y teclista Lyle Mays y contenía la semilla del Pat Metheny Group, formación principal de este guitarrista que, casi 40 años más tarde y con algunos cambios de personal, todavía pervive.
Cambiar las reglas del juego
Dentro de esa primera fase del Pat Metheny Group, y justo antes de la cumbre de ese paisajismo en As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls (1981), el disco más importante en términos de declaración musical y cultural quizás fuera American Garage, de 1979: la refulgente imaginería folclórica y a la vez posmoderna de la portada se ve contrastada por una imagen trasera de lo que parece una banda de garaje de Estados Unidos profundos, mientras que la música combina motivos improvisatorios jazzísticos y el country de grandes espacios con una fusión jazz rock enérgica y estimulante.
El artista más vendido de ECM estaba cambiando las reglas del juego, y después de algunos proyectos laterales como Rejoicing (1984), una delicadísima incursión en el free jazz con Charlie Haden y Billy Higgins, Metheny, aduciendo diferencias artísticas con ECM, se pasó al sello pop Geffen y modificó su propuesta haciéndola, adrede o no, más comercial. Con un mayor predominio de los complacientes sonidos de Lyle Mays, peligrosamente linderos con el smooth jazz, con sus dulces percusiones brasileñas y con las voces de Pedro Aznar, Mark Ledford o Richard Bona, la música de Metheny se convirtió en la soleada banda sonora perfecta para yuppies y acólitos de la new age del mundo entero.
El Pat Metheny Group terminó representando una de las facetas más amables de la fusión entre el jazz y los sonidos más adultos del pop. Pero es en los desvíos laterales donde siempre ha podido encontrarse la música más aventurera e interesante de su líder, capaz de pasar del desconcertante disco en solitario Zero Tolerance For Silence (1994),compuesto por durísimas improvisaciones de guitarra distorsionada, casi un ejemplo de noise, a su perfecto opuesto, el suave remanso acústico de One Quiet Night (2003), también en solitario. Otros grandes hitos de su carrera son Song X (1986), un exultante homenaje al creador del free jazz, Ornette Coleman, y sus dúos con Jim Hall, Charlie Haden y Brad Mehldau. Entre estos desvíos destaca también el proyecto Orchestrion que, en manos menos hábiles, habría devenido en truco circense: una orquesta de instrumentos reales y mecánicos tocando en directo, pero controlados por computadoras disparadas desde su guitarra.
A los 12 años, Metheny cambió la trompeta por la guitarra. Poco después Attila Zoller lo tomó como pupilo
Metheny es también un innovador de su instrumento: además de su típica guitarra electroacústica de cuerpo hueco, utiliza también una de 12 cuerdas, instrumento poco común en el jazz, sintetizadores de guitarra, instrumento del que es pionero, y también ha encargado que le fabricasen guitarras a medida, entre ellas la famosa Pikasso I, de 42 cuerdas y cuerpo de inspiración cubista, que hace unos años exhibió en L’Auditori de Barcelona en un concierto con el contrabajista Charlie Haden.
Si aquellos discos de Ron Carter con Jim Hall fueron saludados como uno de los ejemplos máximos de telepatía improvisatoria entre dos músicos, algo similar podrá esperarse de este nuevo emprendimiento con Pat Metheny, quien, por su parte, siempre había reconocido al propio Hall como una de sus principales (si no la principal) influencia. En una entrevista realizada antes de un concierto, Carter se explayó sobre las cuatro décadas en las que, de una manera u otra, él y Hall habían trabajado juntos. Cuando se le preguntó qué diferencia había entre Hall y su nuevo compañero de viaje, Carter contestó: “Treinta años”. Aunque también reconoció que Metheny “aprendía rápido” y que “cuando deja a un costado todas esas cosas que él hace (refiriéndose a la fusión con el rock y a los sintetizadores), cuando se limita a sacar la guitarra de su estuche y tocar, lo hace maravillosamente, y no necesita nada más”.
Plataforma para improvisar
En la gira que los lleva a Barcelona y Vitoria y que se inició en septiembre, Carter y Metheny siguen una de las tradiciones más socorridas del jazz: un repertorio de standards como plataforma de lanzamiento para improvisaciones de dinámica variada, o como gramática común a partir de la cual crear un nuevo discurso. En algunos de esos conciertos sonaron “Manhã de Carnaval” o “Insensatez”, como guiño a los gustos brasileños de Metheny; también temas de Miles Davis, quizás un homenaje a la carrera de Carter; el resto, piezas clásicas como “I Fall in Love Too Easily” o “My Funny Valentine”. Las críticas, hasta ahora, se han rendido extáticas a la interacción entre ambos. Tal vez, como dice aquel viejo dicho, “no es lo que haces, es la manera en que lo haces”.