Los acordes que se opusieron a Hitler
En Swing frente al nazi el escritor Mike Zwerin recoge testimonios sobre el camino de esa música de proscritos en Alemania
En Alemania las primeras Swingjugend (pandillas del swing) se formaron entre 1935 y 1936. Hablaban, al igual que sus compañeros continentales, una jerga que intercalaba anglicismos musicales y se mostraban proclives al internacionalismo, sin importarles la raza (la pobre película Rebeldes del swing, de 1993 y dirigida por Thomas Carter, los retrata). Joseph Goebbels no tardó en identificarlos como un peligro para la patria: con su apostura representaban justo lo opuesto al carácter alemán que las autoridades nazis pretendían fabricar —marcial, disciplinado, gregario y obediente—. Goebbels prohibió tempranamente el jazz (lo consideraba “música americana negrojudía de la selva”, caracterizada por “terribles graznidos”), junto con el foxtrot y el tango, pero de manera difusa, vaga.
Las primeras pandillas de swing se formaron en 1935. Goebbels las identificó como un peligro para la patria
Las instrucciones poco claras del Ministro de Propaganda dieron lugar a contradicciones remarcables: el propio Goebbels usó fragmentos de swing entre sus alocuciones para atraer la atención del público; en el frente, las tropas alemanas tenían permiso para escuchar swing porque era una manera de mantener alta la moral. Durante la ocupación nazi de Dinamarca, los invasores contraprogramaron un programa radiofónico musical que coincidía en duración y franja horaria con la versión local de la BBC. La falta de concreción de Goebbels no evitó una represión sistemática entre músicos y aficionados, que fue en ocasiones más laxa que la racial o política por las propias afinidades en los gustos de víctimas y verdugos. El libro Swing frente al nazi (Es Pop Ensayo, 2016), del periodista y crítico musical estadounidense Mike Zwerin (Nueva York, 1930 - París, 2010), está plagado de episodios sintomáticos. Esta edición es traducción directa de la versión ampliada de 2000; el libro original, titulado La tristesse de Saint Louis, se publicó en Nueva York en 1985.
Música de proscritos
Ya desde el prólogo Zwerin advierte de lo que van a deparar sus páginas: “La materia de este libro incluye lo que me sucedió mientras lo estaba escribiendo debido a que lo estaba escribiendo. [...] El formato es el de una cronología personal [...]. La imaginación en sí misma pasó a ser un hecho más”. Swing frente al nazi surge del afán por justificar un posicionamiento existencial. El pasado y el presente del autor —un presente en el que todavía existen la Unión Soviética y el apartheid sudafricano— tienen un protagonismo idéntico debido al universalismo de su tema de fondo, la música jazz.
La tesis de Zwerin, trombonista además de escritor, se resume en la siguiente reflexión: “Cuando un músico decide ganarse la vida tocando jazz, se convierte automáticamente en un proscrito. Su decisión carece de toda motivación válida salvo la pasión, y la pasión es una justificación proscrita en una sociedad movida por el beneficio económico”. Los proscritos de Zwerin encontraron su humanidad a través de la práctica, el intercambio o la escucha activa de música. La improvisación inherente al jazz los acostumbró a tomar decisiones por cuenta propia. Los músicos de los guetos a los que resucita del olvido hicieron más llevadero su suplicio en los campos de concentración, o de trabajo, según cuál fuera su edad y pureza de sangre, por medio del tarareo de las rabiosas tonadas de los maestros del otro lado del Atlántico.
Mike Zwerin recorrió Europa durante dos años en pos de testimonios y de testigos. Se entrevistó con Dieter Schulz-Köhn, el políglota teniente coronel de la Luftwaffe, un hombre honrado y amable de amplias miras, que durante la guerra imprimía boletines clandestinos sobre música bajo el seudónimo de Swing Doc. Tuvo delante a Charles Delaunay, hijo del pintor, creador del primer club de jazz en Francia y de una prestigiosa revista, metido a productor musical en el momento del encuentro entre ambos. Encontró a los supervivientes de la orquesta de jazz del campo de concentración de Theresienstadt, en el que la crueldad nazi creó un espejismo de libertad a raíz de una puntual visita de la Cruz Roja. Refirió el caso de un piloto de la Luftwaffe que bombardeaba Londres al ritmo de los acordes de Benny Goodman (sus airadas quejas a Hitler por la supresión de los programas radiofónicos sobre jazz lograron que, durante un breve lapso de tiempo, continuara radiándose música). Y le dedicó, con reverencia y desconcierto, numerosas páginas al virtuoso músico gitano Django Reinhardt, una contradicción ambulante, brillante, manirroto, pródigo y carismático. Su arrolladora presencia sobrevuela cada rincón del libro, ya que refuerza el mensaje que con tanto tino señala el subtítulo de la edición española: el jazz es una metáfora de la libertad. En las coordenadas del relato de Zwerin no hay personaje más metafórico, más libre, más jazzístico que un gitano capaz de olvidarse de su guitarra durante un concierto y de burlarse de los temibles toques de queda escamoteándole horas a la noche en interminables veladas musicales.
Mike Zwerin
Traducción de Óscar Palmer Yáñez
Es pop ediciones,
Madrid, 2015,
288 págs.