Las elecciones regionales que Francia celebró el 6 y el 13 de diciembre de 2015 pasarán a la historia como la constatación del triunfo de Marine Le Pen. Uno de los momentos más escalofriantes de la jornada electoral de la primera vuelta se produjo cuando la líder del Frente Nacional, después de haber cosechado
el 40,64% de los sufragios en Nord-Pas-de-Calais-Picardie (la región del norte donde se presentaba), declaraba a su partido como el primero de Francia. “Bravo a los electores patriotas del Frente Nacional que han hecho nacer un espíritu nuevo para la región y para Francia”, afirmó. Los tentáculos de una ultraderecha abiertamente racista y antieuropea avanzan en el corazón de Europa. A pesar de que el Frente Nacional no obtuvo representación en ninguna de las regiones después de la segunda vuelta, consiguió cosechar 6,8 millones de votos en toda Francia y, por tanto, una implantación sin precedentes.
No conviene minimizar el efecto de los atentados terroristas del 13 de noviembre en París sobre los resultados de esas elecciones, pero tampoco es pertinente perder de vista la complejidad del fenómeno populista y el lavado discursivo que la hija del fundador del Frente Nacional ha ido haciendo desde que se puso al mando de la formación. Una de las estrategias más llamativas de Marine Le Pen, un verdadero animal político, ha sido instalar un observatorio en el seno de su partido encargado de estudiar las tácticas políticas de Podemos en España. Aunque por supuesto el trasfondo ideológico de
Asistimos a una grave crisis de legitimidad política, a un divorcio entre representantes y representados
Podemos y del Frente Nacional son radicalmente distintos, merece la pena detenerse en el porqué de esta actuación. ¿Qué le interesa saber de Podemos a la mandataria frontista y qué estrategias ha puesto en marcha a partir del estudio de esta formación?
Las causas del auge del populismo no se pueden desvincular del análisis del contexto europeo. Los datos de las encuestas que se realizan a nivel continental, como la Encuesta Social Europea o el Eurobarómetro, indican que la mayoría de los ciudadanos no confía en sus gobiernos ni en sus instituciones. Hace tiempo que venimos asistiendo a una grave crisis de legitimidad política traducida en un creciente divorcio entre representantes y representados, en modelos institucionales y políticos agotados que no saben dar respuesta al empobrecimiento paulatino de las clases medias, y en una Europa que solo sirve para hacerla culpable en abstracto de la pérdida de soberanía de los estados. Es fácil entender por qué todo esto ha generado una situación propicia para el surgimiento de fuerzas políticas que dicen suplir esa falta de soberanía, que reivindican la acción política, el “sí se puede”, y conectan con unos ciudadanos que piensan que votando a partidos tradicionales nada va a cambiar de manera signifivativa.
A partir de aquí, el fenómeno de expansión de los populismos sigue estrategias muy similares que encajan con mecanismos de construcción política que pueden ser tanto de izquierda como de derecha, aunque discursivamente no se muevan necesariamente en ese eje ideológico. De hecho, en la medida en que lo que quieren es establecer una nueva frontera que divida el campo político (pueblo frente a élites), uno de los eslóganes más emblemáticos que Marine Le Pen se ha apropiado de Podemos es que “el Frente Nacional no es de izquierdas ni de derechas, sino de los verdaderos patriotas”. ¿Pero en qué consiste esa construcción política hecha a partir de técnicas discursivas?
En primer lugar, es necesario articular todo el descontento en torno a un “nosotros” que instituya una voluntad popular. Crear un “nosotros” es crear una frontera. En el campo político siempre hay un “ellos” y un “nosotros”, pero la construcción populista del “nosotros” interpela al pueblo en ese “nosotros” para fundar un nuevo orden político. Por eso, en uno de sus discursos pronunciados en París el 10 de diciembre, Marine Le Pen decía: “Un viejo mundo desaparece, mientras un nuevo orden se está perfilando y nosotros estamos en la vanguardia de esta agitación política de gran magnitud”.
En segundo lugar, crear un “nosotros” implica un movimiento de expulsión; siempre queda fuera el “ellos” al que se instituye como adversario o “enemigo” político. La construcción populista articula ese “nosotros” como voluntad política nueva encarnada en un pueblo soberano, frente a un enemigo del cual obtiene su propia identidad. Podemos nombró con la palabra “casta” a este adversario. Esa denominación se hizo en un contexto en el que el principal problema político era el “no nos representan”, como rezaba el 15-M. La unión de las siglas de los dos grandes partidos en PPSOE sirvió para impugnar a la clase política como un todo. Hay alternancia de partidos, pero no partidos alternativos, se decía. En Francia es posible que Sarkozy cambiara el nombre de su partido para adoptar el de Los Republicanos porque las antiguas siglas UMP (Unión por un Movimiento Popular) acabaron convertidas, con el añadido de las del Partido Socialista, en UMPS. El mensaje de este juego de siglas era que el Parlamento no representaba las posiciones antagónicas que hay en la sociedad sino a una élite que solo vela por sus intereses. Marine Le Pen declaraba el día de la victoria en la primera vuelta de las elecciones regionales que su
La líder del Frente Nacional también llama “casta” a la clase política incapaz de solucionar los problemas
conquista era “el triunfo del pueblo frente a las élites políticas francesas”. Durante la campaña utilizó la palabra “casta” para hacer referencia a una clase política incapaz de dar respuestas alternativas a los problemas que asuelan Francia. Le Pen supo articular el mismo discurso antiestablishment contra las élites, contra sus costumbres y sus palabras que Podemos enunció en sus inicios. Por eso Le Pen utiliza con audacia un lenguaje más accesible y cercano para “el pueblo”, frente “al lenguaje político de los
énarques”, la tradicional élite política francesa diplomada en la Escuela Nacional de Administración.
En tercer lugar, si el populismo es un proceso de construcción nacional-popular, es necesario recurrir a símbolos de la nación resignificándolos para dar un nuevo contenido que ponga de manifiesto esa renovada identidad nacional-popular que se quiere generar. Crear pueblo es crear la identidad de un pueblo, apelar a mitos populares presentes en el imaginario colectivo, como el propio Don Quijote al que con frecuencia alude Pablo Iglesias en sus discursos, que remite a un “loco soñador que fue capaz de enfrentarse al poderoso”. Siguiendo con esta lógica de utilización de mitos, Le Pen se ha apropiado del icono más emblemático de Francia: el símbolo de la República. En la actualidad, la idea de República en Francia es uno de los términos más disputados a nivel discursivo por las distintas fuerzas políticas. Todas ellas pugnan por representarla. Por su propia amplitud, la palabra República ha dejado de ser un concepto para pasar a ser un nombre que pierde todo su contenido y que trata de anclar su nueva significación de acuerdo a la identificación distinta que se quiere generar. Igual que en España para Podemos hablar de la patria es hablar de “la gente”, en Francia Le Pen ha articulado una retórica mediante la cual hablar de República es hablar de patriotas, y es ahí desde donde ataca a las élites de Bruselas y a la “casta política” de su propio país. Además, utiliza el principio de laicidad republicana como coartada para arremeter contra el culto musulmán. Frente a los valores tradicionales de la República francesa, establece un discurso contra la inmigración en abstracto, pero no contra los inmigrantes en concreto. De esta forma, construye pueblo por medio de la lógica nacionalista xenófoba y consigue, paradójicamente, que la voten musulmanes que no la habrían votado hace 15 años.
Recientemente,
Chantal Mouffe, una de las intelectuales que ha inspirado el fondo teórico de Podemos, declaraba para una revista argentina que Marine Le Pen había ganado la hegemonía en Francia. Cuando se gana en el terreno de la hegemonía, el resto de las fuerzas políticas dejan de ser un poco ellas mismas para parecerse a su adversario. En Francia todas las fuerzas políticas han incorporado un discurso lepenista sobre seguridad e inmigración. En España han adoptado el discurso de regeneración democrática que primero planteó Podemos. Habrá que reconocerles a ambos haber comprendido la naturaleza de la lucha política mucho mejor que sus adversarios. Aunque ganar hegemonía, todos lo sabemos, no es lo mismo que conseguir llegar a gobernar.