La enciclopédica cinefilia del crítico David Thomson (Londres, 1941) es un hecho contrastado. El año pasado lanzó la sexta edición de su
New Biographical Dictionary of Film, publicado por primera vez en 1975. Voluminoso hasta cruzar las mil páginas, no se trata solo de un manual de referencia o de una institución de la literatura cinematográfica que centrifuga la historia del cine a partir de sus pobladores, sino de un ejemplar extraño, incluso exótico, que aborda más de 1.400 biografías desde la subjetividad y el tono ensayístico. Su culto ha ido creciendo con los años, con cada una de las ediciones y actualizaciones, hasta el punto de que hace apenas un lustro
Sight and Sound, la revista mensual del British Film Institute, publicó una encuesta que revelaba la jerarquía del gusto de los críticos cuando leen a otros críticos: ocupaba el primer puesto en la clasificación del mejor libro de cine jamás escrito. Si no es el mejor, es en todo caso de los más leídos, a pesar de que nunca se ha traducido al castellano.
De la producción del escritor británico, aunque asentado en San Francisco desde hace años —publica regularmente en
The New Republic,
The New York Times,
Film Comment,
The Guardian,
Movieline y
Salon—, se conocen en el mercado editorial español la novela
Sospechosos (1985, edición española de 2010, Mondadori) y
La verdadera historia de Hollywood (2004, edición española de 2013, T&B). Ambos libros son muestras más que contundentes de la panorámica visión de Thomson sobre el cine mudo, clásico, moderno y contemporáneo y de la capacidad del crítico para fabular desde el cine como pretexto para reflexionar sobre él. El argumento conceptual de su obra es que el cine transforma poderosamente nuestras vidas. Al menos las del cinéfilo. En
Sospechosos propone un ejercicio de ficción a partir de las biografías de grandes personajes del cine negro estadounidense —de
Casablanca,
El Padrino,
Lolita o
Taxi Driver—, cuyos trayectos vitales antes y después de lo que conocemos de las películas conforman los capítulos de una original novela habitada por la sociedad
noir.
“Si de verdad quieres ver una película, debes estar dispuesto a asumir que tu propia vida se esfuma. Eso requiere conocimientos y educación. Y, a la vez, ser algo estúpido.” El discurso pasional,
El argumento conceptual de Thomson es que el cine transforma nuestras vida
la mirada impar y el tono leve de Thomson subyacen en estas palabras finales de su último ensayo,
Instrucciones para ver una película, que de la mano de la editorial Pasado y Presente ha llegado con inesperada celeridad al lector español. El libro actúa en cierto modo como la libre destilación de la experiencia y los aprendizajes de una larga vida consumida al pie de la pantalla, dedicada también a escribir sobre las sombras que ha proyectado en sus retinas.
Escribe Thomson que bajo la ventana del texto que escribe (y que nosotros leemos) tiene abierta otra con la película
Persona en Youtube. El capítulo reflexiona sobre las distintas pantallas en las que hoy vemos el cine, y su hilo conductor de hecho es el filme de Ingmar Bergman, que pone en relación tanto con la reciente
La vida de Adèle de Abdellatif Kechiche como con un corte promocional de Rob Lowe, al igual que varios capítulos antes confinaba en una misma frase, en un mismo pensamiento,
El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl y un anuncio de Gatorade protagonizado por el jugador de béisbol Derek Jater.
En esta mirada heterodoxa, capaz de generar improbables conexiones, se identifica no solo uno de los mayores atractivos de la lectura de este libro, sino sobre todo las pulsiones desmitificadoras de la crítica de cine contemporánea, alérgica a las jerarquizaciones entre la alta cultura y el arte popular. Thomson, como otros grandes críticos anglosajones que lo preceden, ha sabido gestionar su devoción por las películas que le hicieron amar el arte del cine sin caer en la nostalgia o la renuncia a la curiosidad por las imágenes del presente, que trata de entender en relación a lo que fueron en el pasado. El hilo de su pensamiento es escurridizo y latente, pues nunca se adentra en profundidad en los temas que anuncia, en las ideas que propone o en las opiniones que arroja. Cuando confiesa por qué dejo de ver
Homeland no se escucha a un crítico versado, sino la palabrería de un vulgar televidente.
Películas y memoria
La ocultación del argumento en favor del aforismo forma parte de la estrategia divulgativa del libro, de cuya naturaleza más periodística que académica cae presa el mismo título. Más que un manual de autoayuda sobre las formas de analizar y comprender los valores artísticos de una película —función que se podría suponer que ejerce la obra a partir de su título—,
Instrucciones para
Para disfrutar de la lectura de este ensayo no es necesario concordar con los gustos del crítico
ver una película propone una serie de interacciones entre el cine, la psique y la memoria bajo el reino de la subjetividad y la experiencia. Su tesis es que “para ver bien una película hay que mirarse a uno mismo mirando”, y a esa deconstrucción de las partes que suman el todo de un filme (y en las que asegura que hay que fijarse) dedica Thomson 15 capítulos, preocupados más por plantear cuestiones que por darles respuesta.
Para disfrutar de su lectura no necesariamente debemos concordar con los gustos de Thomson, para quien
Million Dollar Baby forma parte de las “películas correctas y agradables que no merecen un segundo visionado”, junto a nimiedades como
The Artist,
Slumdog Millionaire y
El discurso del rey. Su miopía con la obra maestra de Clint Eastwood —de quien dice que en muchas ocasiones le ha “alegrado el día”— no le impide establecer una serie de películas de apoyo a las que regresa una y otra vez para sostener determinados argumentos:
Ciudadano Kane,
Psicosis,
Pierrot le Fou,
Magnolia,
Todo está perdido o
Locke. Se aprecia el discurso horizontal del libro, que nos conduce a lugares imprevisibles, pero echamos en falta su verticalidad. No se trata de una investigación del arte del cine, sino de una compilación de opiniones y gustos adquiridos.
Tampoco ofrece el libro aquello que promete el título, y en las últimas páginas del ensayo, el propio autor lo admite en un gesto que puede ser tan presuntuoso como arrogante, a pesar de reconocer la artimaña: “Llegaste a este libro con promesas engañosas (por mi parte) y con falsas expectativas (por la tuya). Creías que podías dar un paso decisivo para aprender a ver una película. Bien, pero en realidad era una estratagema para que miraras la vida. El verdadero tema de una película es ver y que te vean, igual que con
Las meninas”. A partir del cuadro de Velázquez y también de la pintura de los nenúfares de Monet propone el autor, en el capítulo “Mirarla una vez y verla dos”, uno de los fragmentos más brillantes del libro, en torno a los significados del acto de ver películas y la “momentaneidad” de la vida recobrada en la pantalla. Cine y vida, en definitiva, entendidos como experiencias indiscernibles.