Hacer visible el cine invisible
Los programadores que desafían el criterio de las grandes distribuidoras toman la palabra y demuestran que hay otras formas de mirar y de dar cobijo al cine de los márgenes
En los últimos tiempos se están dando muchas vueltas al concepto (casi una etiqueta) de nuevo cine español para referirse al que se cocina al margen de la industria, al que busca, casi porque no tiene más remedio, nuevas ventanas de exhibición. Pero también al que viaja de festival en festival por todo el mundo como único representante de lo que se hace aquí y ahora. Los certámenes no rebuscan entre lo que se produce de manera industrial, sino que apuestan por productos más pequeños —que nunca hay que confundir con menores—.
Existe ese cine, que algunos llaman low cost, como elemento de debate cinéfilo. Y cerca de él se sitúa el concepto de visibilidad. Es decir, se trata de librerar al cine invisible del ostracismo al que lo empuja el vómito de estrenos de las grandes distribuidoras.
Casi una red
Entre estos dos fenómenos se ha comenzado a formar un tejido, algo parecido a una red, donde actúan, de manera más o menos oficial, un grupo de programadores y exhibidores que ha decidido apostar por otro cine. Es un movimiento silencioso, pero no lento, que se lleva dejando ver un tiempo y que está cambiando la forma de entender el cine. Quizá por factores externos (IVA cultural, falta de ayudas o crisis de creatividad) y también empujados por las nuevas tecnologías y por la capacidad para conectar con solo un clic a creadores separados.
Eso enriquece la cinefilia y está llevando, contra todo pronóstico, a la apertura de nuevas salas que forman un circuito paralelo al comercial. Este, curiosamente, ve cómo sus cines están colgando el cartel de “cerrado por la crisis”. En la búsqueda de estos elementos dinamizadores está uno de los veteranos de este oficio: Fran Gayo, que comenzó a programar en el Festival de Cine de Xixón —fundamental para entender estos cambios— en 1997, con la carrera de Filología Hispánica terminada y “experiencia cero”.
Gayo forma parte del equipo de programación del BAFICI (Buenos Aires) y programa la sala de cine del Centro Niemeyer, de Avilés. Explica que su trabajo “está lleno de trampas, demasiadas, como para pensar que hay un reto principal. Uno es no caer en el capricho, entender que el gusto personal es una primera llamada de atención pero no justifica de modo inmediato seleccionar una peli. Otro, no caer en la condescendencia al programar, tipo: ‘Yo sé lo que le gusta al público, sé lo que tengo que hacer para que salgan contentos de la sala’. En realidad, el mayor peligro de este oficio es que puedes hacerlo mal y nunca se va a notar demasiado, hay una ética del trabajo que debe poner el programador mismo, partir de una convicción: alquilar pelis o comprar contenidos no equivale a programar”, asegura.
Con casi 20 años de experiencia, Gayo ha tenido en sus manos suficientes títulos como para opinar, y ha tenido que apostar por uno u otro siempre con el objetivo de cumplir un compromiso con el espectador —que es el gran protagonista de todo esto, conviene no olvidarlo— y también del evento en el que participa.
“Todo gira en torno a un proceso de reflexión del programador frente a la película en cuestión (por muy petulante que esto pueda sonar), no hay que quedarse con algo tan caprichoso como el gusto o un concepto tan resbaladizo como la ‘calidad’. Para mí al menos no hay otra vía, tener clara la personalidad, la dirección del evento que organizas y también cómo esa película concreta juega en ese contexto, cómo afecta a todos los títulos que ya están seleccionados y a los que vendrán luego.” Si se le pregunta por películas a las que tenga especial cariño, tira hacia su tierra y rescata dos documentales: ReMine (2014), de Marcos Martínez Merino, y Equí y n’otru tiempu (2014), de Ramón Lluís Bande. “Casi vi cómo iban tomando forma, pasaron por BAFICI y luego hicieron un circuito de festivales importante. Fue un proceso muy bonito del que me sentí parte, modestamente, pero parte al fin y al cabo.”
Casi todos los certámenes apuestan por producciones pequeñas, pero no menores
Es interesante su opinión sobre esos nuevos festivales que ayudan a impulsar otro cine y que permanecen impermeables ante el poder de las grandes distribuidoras. Y también sobre cuáles son sus retos de cara al futuro o cómo se plantean su supervivencia. “Hay un modelo de festival agotado, que no da para más, que no encaja con la coyuntura social, política o económica actual, y perpetuarlo, por capricho o porque no queremos pensar un modelo alternativo, conllevaría hacer que los festivales fueran como burbujas. Y creo que su objetivo debería ser, precisamente, lo contrario. Por lo demás, se suele identificar internet como el gran enemigo, el demonio, pero yo creo que simplemente nos obliga a esforzarnos y a lograr explicar por qué nuestro trabajo es importante, o a simplemente claudicar.”
Apoyo a nuevos autores
El Festival de Málaga está especializado en cine español y tiene una sección, Zonazine, que apuesta decididamente por esas películas novísimas. Este espacio ha dado a conocer a nuevos directores en los últimos años, propuestas estimulantes que quedan fuera de la sección oficial (a veces merecerían estar dentro), pero que han ido conformando una identidad muy sólida en este apartado supuestamente off. Este año, sin ir más lejos, dos títulos como Todo el mundo lo sabe (2014) y Todos tus secretos (2014), ambos auspiciados dentro de Littlesecretfilm —un proyecto de cine de bajo coste y rodajes de guerrilla— salieron premiados.
“Lleva 12 años siendo la plataforma para la promoción de películas de una narrativa menos convencional, más contemporánea, que reivindica un cine diferente y que apoya a los nuevos autores. Por aquí han pasado Miguel Larraya, Daniel Castro, Pablo Llorca, Roberto Pérez Toledo, Alfonso Sánchez o Chiqui Carabante, por citar algunos directores que me vienen a la cabeza en este momento. Es una sección que abre las puertas al cine español que se encuentra en los márgenes de la industria y al que damos la máxima prioridad”, asegura Miguel Ángel Oeste, que forma parte de los programadores del festival andaluz y también del de Melilla.
Progamar no tiene que ver con seleccionar las mejores películas, sino con descubrir nuevos caminos
Después de más de dos décadas explorando en busca de nuevos títulos, Oeste cuestiona cuál es el objetivo de su trabajo. ¿Encontrar buenas películas? ¿Descubrir nuevos cineastas, nuevas miradas? ¿Conectar con el público? “Quizá los retos son estos, aunque siempre hay que estar atento a un panorama cambiante donde los hábitos —de consumo, de producción, etc.— se están transformando muy deprisa.”
Desde esta perspectiva, con su participación tanto en la sección oficial del festival como en Zonazine, da su opinión sobre qué caminos se abren y qué dirección van a tomar los certámenes en materia de programación para cumplir con esa función de llegar al público, mientras suben el volumen de la voz de los nuevos directores. “Se dice que es un oficio que está en crisis, como todo, vaya. Creo que el quid de la cuestión está en encontrar el equilibro entre la diversidad y el eclecticismo, junto a otras propuestas menos exigentes. Proponer nuevas actividades, jugar con lo transversal, innovar siempre que sea posible. Un buen programador debe saber moverse con perspicacia y ofrecer películas más accesibles al público, pero también aprovechar su posición privilegiada para exhibir otras películas que despierten la discusión en torno al medio y a otros temas que permitan, a través del cine, conocer el mundo.”
En Pamplona se celebra el Festival Punto de Vista. Es el lugar de encuentro entre el documental, la no ficción y el cine experimental. Con su apuesta radical, el certamen navarro ha sentado las bases de una nueva forma de entender la relación entre público y película. Recuperando nombres clave y apostando, sin dudar, por nuevos talentos nacionales.
El oficio de programador
Allí comenzó su carrera como programador Gonzalo de Pedro, que, además, ejerce la crítica cinematográfica. “Empecé allí, en 2005, formando parte del comité de selección, que es el grupo de personas encargado de ver las películas que se presentan al festival y que, junto con el director artístico, configura la sección oficial. Ahí no solo aprendí a programar, sino algo más básico: descubrí un oficio que no tenía que ver con seleccionar las mejores películas, con repetir lo que habían programado otros, sino con proponer una serie de preguntas al espectador, con compartir descubrimientos, plantearnos retos y descubrir nuevos caminos.”
Esos caminos los ha seguido recorriendo en distintas instituciones —La Casa Encendida, Caixaforum, Museo Reina Sofía, Lincoln Center (NYC)— y festivales —Sevilla, FIDMarseille o Locarno—. Desde 2013 es el director artístico de Márgenes, un festival al mismo tiempo online y con sedes físicas en varios países. Márgenes ha contribuido a esa visibilidad de títulos invisibles. En su última edición, por ejemplo, se pudieron ver los últimos trabajos de Ángel Santos o Carlos Serrano Azcona, directores que no llegan a los circuitos comerciales, o llegan a regañadientes, pero que tienen un gran impulso en festivales. Es una apuesta por el cine no convencional que está ahí, reclamando un espacio.
“No sé si orgulloso es la palabra, pero sí me alegra haber ayudado a dar a conocer el trabajo de algunos cineastas. Por ejemplo, el colectivo Los hijos, de quien programamos en Punto de Vista Los materiales, que para mí sigue siendo una de las películas más importantes del cine español de los últimos años. Me alegra no solo por la película, sino porque Los hijos han seguido desarrollando una carrera muy interesante después, con un trabajo muy serio respecto a la historia reciente del país que pocos cineastas habían mostrado, o no de forma tan clara (uno de los miembros del colectivo, Luis López Carrasco, dirigió El futuro (2013), por ejemplo). También me enorgullece haber distribuido, a través de Márgenes Distribución (el sello de distribución que creamos recientemente), el trabajo del portugués Joaquim Pinto E Agora? Lembra-me (2013), una película que se había visto en medio mundo y que en España, para variar, no había llegado a las salas. Hay más como Let Each One Go Where He May (2009), de Ben Russell, que ganó el Gran Premio en Punto de Vista justo después de ganar en Rotterdam, o El modelo (2012), de Germán Scelso, o el programa del trabajo digital de James Benning que organicé en Madrid y Coruña… En realidad, lo interesante no es tanto una lista de títulos, sino haber contribuido a pelear contra la uniformización de los programas y los pensamientos”, comenta Gonzalo de Pedro.
En cuanto a la diferencia entre programar en el campo público o en el privado, De Pedro responde que “infinitas… o ninguna. A nivel práctico, está claro que una institución como el MNCARS tiene unos recursos, pese a la crisis, que hacen más sencillo el trabajo práctico. En Márgenes las condiciones son muy distintas, porque nos basamos en las (escasas y ridículas) subvenciones del ICAA, pero sobre todo en apoyos y colaboraciones, en una especie de red de espacios y gentes cómplices que hacen posible el festival”.
“Por otro lado —sigue De Pedro—, en España la iniciativa cultural puramente privada, o exclusivamente privada, apenas existe: todos dependemos en mayor o menor medida de los apoyos o subvenciones públicas, y es realmente difícil conseguir un patrocinio, porque los patrocinadores solo miden la rentabilidad a gran escala: el Festival de Málaga o de San Sebastián tienen grandes patrocinadores, pero para las iniciativas más pequeñas es casi imposible.”
Y para acabar, ofrece su opinión sobre cómo tiene que ser una película para enganchar a un programador: “Es más fácil decir lo que no busco, o lo que me expulsa de una película: superficialidad, obsesión por la técnica (sin relación con el fondo), películas que imitan películas, películas que se pretenden sin ideología, películas vacías, la belleza por la belleza”.
Es decir, ese otro cine que es posible y que, cuando llega al espectador, gusta y cala. Siempre que se haga visible. O que lo hagan visible.