La prolongada sombra de Hitler
España fue una especie de colonia del “imperio informal”
del III Reich, según demuestra el historiador Barbieri
El Führer había leído los informes que le llegaron de la Embajada de Alemania en Madrid, que daban cuenta de que el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 iba a degenerar en una guerra civil. La situación en España siguió ocupando a Hitler y a su círculo más próximo.
Junto a Hermann Göring, ministro del Aire del Reich; Werner von Blomberg, responsable de la cartera de la Guerra, y Wilhelm Canaris, responsable de los servicios de inteligencia, el Führer decidió que había que apoyar a Franco. En esa reunión se destiló el apoyo alemán que recibiría el bando nacional en la Guerra Civil española. Esa ayuda fue clave para la resolución en favor de los sublevados; eso es lo que viene a decir el economista Pierpaolo Barbieri en su primera publicación, La sombra de Hitler. El imperio económico nazi y la Guerra Civil española.
“Entre 10.000 y 15.000 hombres llevaron esvásticas en el suelo ibérico” durante la Guerra Civil española, recuerda Barbieri. Pero más “significativo fue el apoyo con material bélico: 150 cazas Messerschmitt 109, 63 bombarderos Junkers Ju52, 125 Heinkel He51 y 93 Heinkel He111 entraron en combate en el cielo español, junto a 200 tanques, miles de piezas de artillería y los celebrados cañones antiaéreos 88 milímetros”, se lee en el volumen. Tantos y tan significativos medios —en la España de 1936 apenas había 400 aviones y solo un puñado podían tener uso militar— no fueron regalos. Abrieron las puertas a la influencia imperialista del III Reich sobre la España que Franco iba “reconquistando”. Barbieri expone que España fue una suerte de colonia en el “imperio informal” alemán de mediados y finales de los años 30.
Esta relación vertical era la que establecieron con éxito en España las élites de la Alemania nazi. Hitler era el detentor de la última palabra en su partido, pero también y muy especialmente Hjalmar Schacht. Hasta mediados de 1937 se pusieron en práctica en el III Reich sus conceptos económicos sobre el tipo de influencia que debían tener las grandes potencias europeas en países escasamente desarrollados como la España de los años 30. Schacht pensaba que Alemania sin colonias jamás podría pagar las deudas impuestas por el Tratado de Versalles. Y pudo construir relaciones con naciones “menos poderosas” que sirvieron “como mercados para productos industriales y de continua fuente de materias primas”. Franco no podía hacer nada “sin el material de guerra nazi”, subraya Barbieri. “La hegemonía alemana en España fue mucho mayor que la experimentada en los Balcanes o América Latina”, cuenta. Aquella influencia fue “ejecutada” a través “del envío de armas que Franco necesitaba
desesperadamente”, añade.
Así se llegó a formalizar el protocolo secreto firmado por el ministro de Exteriores de Franco, Francisco Gómez-Jordana, y el embajador germano, Wilhelm Faupel, según el cual ambos países se prometían “asistencia” en el envío “de materias primas, comida, productos elaborados o semielaborados”. Esos términos fueron, según Barbieri, resultado de las “presiones imperiales” de Alemania, principal beneficiada de las riquezas naturales que ofrecía el suelo español.
Tras desencadenarse la Segunda Guerra Mundial, el régimen franquista caminó hacia una desconexión comercial con una Alemania cuyo poder sobre Madrid menguó a medida que se fue desarrollando la contienda.
Barbieri hace hincapié en la importancia de este apartado español del “imperio informal” alemán. De hecho, “una Alemania constreñida en recursos acabó convirtiéndose en el socio comercial más importante de España”, sostiene el autor. Esa constatación, teniendo en cuenta que entre los historiadores suele asumirse que el imperialismo informal nazi en España fue un “fracaso”, no suena a decepción. En absoluto.
Pierpaolo Barbieri
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
Taurus, Madrid, 2015,
380 págs.