Las obras de ficción cuyo eje central es una casa podrían constituir un género propio. Un palacio abandonado, un refugio de la montaña, un piso en un barrio de extrarradio o un chalet en el que se acumulan recuerdos de otros veranos. Esta última modalidad inmobiliaria se caracteriza por su efectividad a la hora de emocionar gracias a la nostalgia. Es un arma de doble filo, porque la capacidad reconfortante de los buenos recuerdos viene acompañada de la imposibilidad de volver a vivir lo que sucedió en el pasado.
Paco Roca (Valencia, 1969) se ha servido de dicho escenario para situar a los personajes de
La casa. El argumento dista mucho de ser enrevesado y, de hecho, puede sonar hasta manido: tres hermanos vuelven a la residencia de verano de la familia un año después de la muerte de su padre para arreglarla y ponerla a la venta. Durante el proceso, cada hermano recuerda los momentos vividos en el lugar y, aunque solo sea durante unos días, vuelven a estrechar los lazos afectivos que les unían cuando eran niños y sus caminos no habían tomado rumbos diferentes. También aparecen temas incómodos que permanecían escondidos pero no olvidados ni resueltos. El proceso de restauración de la casa hace las veces de almanaque y su última hoja también es la del libro.
Las obras de ficción cuyo eje central es una casa podrían constituir un género propio
El autor se ha basado en su propia experiencia para componer este relato, como ha hecho en gran parte de sus libros. El atractivo de este trabajo reside en los diferentes puntos de vista que aportan los personajes —condicionados por el papel que desempeñan dentro de la familia— y que afectan a la manera en la que se enfrentan a las situaciones. Solo uniendo los pensamientos de cada uno se consigue una idea global de cómo era el padre.
Una trayectoria consolidada
La narración transcurre de manera sosegada viñeta a viñeta, con la personalidad de los protagonistas plasmada con minuciosidad en las ilustraciones y los filtros de color que indican los cambios de época. El dibujo de Roca es fiel a los detalles y cada secuencia es un ejercicio de descripción que la acerca al fotograma. De hecho, si llegase a convertirse en una película de animación no sería la primera del autor. En 2012 su libro
Arrugas (Astiberri, 2007) fue adaptada al cine por Ignacio Ferrera y ganó el Goya al mejor guion y a la mejor película de animación. El libro ya había obtenido el premio Nacional de Cómic en 2008 y al mejor guion y mejor obra en el Salón del Cómic de Barcelona en el mismo año.
La lista de galardones de los que puede presumir en su currículum es bastante larga. Se le ha premiado en los certámenes nacionales más importantes. A nivel internacional se le ha reconocido en los festivales de Lucca y Roma. Paco Roca es un autor versátil tanto en el tono y los temas que trata como en los formatos que utiliza. Por un lado están las ilustraciones para publicidad y medios de comunicación y por otro sus libros. Estos últimos se dividen en dos líneas: una en la que se explican historias largas sobre cuestiones diversas, como
Los surcos del azar (Astiberri, 2015) — sobre la Novena Compañía, formada por republicanos españoles, que estaba a las órdenes del general Leclerc y que fue la encargada de liberar París—,
El faro (Astiberri, 2004),
La metamorfosis (Astiberri, 2011) —una versión ilustrada del texto de Kafka— o
La casa y otra en la que los protagonistas de la trama son dibujantes.
Retrato de dibujantes
En algunos títulos el personaje principal es él mismo y en otros son personas pertenecientes al gremio. Por ejemplo, en
El invierno del dibujante (Astiberri, 2010) Roca recupera la historia de Guillermo Cifré, Carlos Conti, Josep Escobar, Eugenio Giner y José Peñarroya, cinco de los ilustradores de la famosa editorial catalana Bruguera que a finales de los años 50 decidieron dejar sus trabajos para fundar la revista
Tío Vivo.
Paco Roca es un autor versátil tanto en el tono y los temas que trata como en los formatos que utiliza
Los libros autobiográficos son también los más humorísticos. Sabe reflejar sus experiencias y hacerlas asequibles. En
Memorias de un hombre en pijama (Astiberri, 2011) recopila las viñetas que estuvo publicando en el diario valenciano
Las Provincias durante un año y las convierte en un dietario en el que ironiza sobre su personalidad. Con su anécdota sobre el aspecto lamentable con que recibe a los mensajeros cuando les abre la puerta en pijama consiguió que le regalasen uno elegante con sus iniciales bordadas para aparentar dignidad a la hora de recibir.
Andanzas de un hombre en pijama (Astiberri, 2014) puede considerarse una secuela. Esta vez reúne sus colaboraciones quincenales en la revista
El País Semanal. La manera de narrar su cotidianidad recuerda a la de autores como Guy Delisle o Michel Rabagliati, también aficionados a dibujar su propia vida.
Pese a que al convertirse en un dibujante que trabaja desde su hogar cumplió su sueño infantil de pasar todo el día sin quitarse la ropa de dormir, su propia destreza le ha obligado a volver a salir a la calle. Cada jornada que pasaba delante del ordenador sin cambiarse era un paso más hacia una popularidad que le ha llevado a viajar habitualmente organizando exposiciones, dando charlas e impartiendo talleres por el mundo: España, República Dominicana, China, Finlandia o Estados Unidos.