24/11/2024
Literatura

El mundo de Rafael Sánchez Ferlosio

La publicación de los pecios reunidos inauguró la reedición de la obra completa del escritor. Se presenta el primer volumen de sus ensayos

Andreu Jaume - 18/12/2015 - Número 14
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El mundo de Rafael Sánchez Ferlosio
Rafael Sánchez Ferlosio. Andrés Pérez Perruca / Fundación Telefónica
El afán clasificatorio que a menudo inspira los estudios académicos, especialmente entre los hispanistas, acostumbra a ser una manera fácil de resolver problemas de interpretación. La literatura española del siglo XX está, en este sentido, todavía muy anquilosada en esa rutina interpretativa y educativa que prefiere oír hablar de la generación del 98 antes que del pensamiento de Miguel de Unamuno o de la evolución estética de Antonio Machado. Los poetas del 27, por su parte, están todos ahí, cada vez más agrupados y desleídos en su cartel del homenaje a Góngora, a la espera de que alguien se atreva a discriminar y constatar cómo han envejecido Jorge Guillén o Vicente Aleixandre, qué queda realmente de Alberti o de Lorca o si el periodo más vivo de La realidad y el deseo, de Luis Cernuda, es, como pretendieron algunos de los novísimos —quizá la última y más ridícula etiqueta del conjunto—, aquel prosaísmo último de Desolación de la Quimera

Ya podemos empezar a hacernos una idea de lo que va a ser el legado literario del siglo XX español, no tanto por una cuestión de perspectiva o de distancia como de experiencia intelectual. Hay autores, como por ejemplo Camilo José Cela, que esperan una segunda lectura, ya liberada del mal sabor que dejó su embarazoso papelón en las últimas décadas de su vida y que ha impedido juzgar con valentía esa parte de su narrativa que escapa precisamente a la clasificación de obligada lectura en el bachillerato. Y si hay una generación que se está imponiendo como la más ambiciosa y perdurable de una posible nueva genealogía es la del medio siglo, donde tradicionalmente se ha agrupado a unos escritores nacidos casi todos a finales de los años 20 y que empezaron a publicar en los primeros 50. 

Una generación dispar

A pesar de la enorme disparidad que los caracteriza (hay en el grupo poetas, novelistas, dramaturgos y ensayistas para todos los gustos), se ha tratado muchas veces de agruparlos por escuelas y corrientes, unificando espuriamente lo que no puede fundirse, más allá de una común vivencia política, muy determinada por la Guerra Civil y el franquismo. El hermanamiento forzado de Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Carlos Barral y José Agustín Goytisolo es, por poner tan solo un ejemplo, el resultado de una miopía que ha impedido o dificultado el estudio del singular alcance de cada una de sus poéticas. Por otra parte, hay a menudo coincidencias que se han obviado por motivos estratégicos, como la confluencia crítica, en más de un aspecto relevante, entre Gil de Biedma y José Ángel Valente.

Benet y Ferlosio destacan por su altura crítica, la ambición de sus proyectos y el vigor de su estilo

Si nos ceñimos al campo de la prosa, hay dos autores que destacan por su altura crítica y especulativa, por la ambición de sus proyectos, por el vigor de su estilo y también por más de una concomitancia que, bien estudiada, revela a su vez los matices de lo que es una diversa formulación de una parecida preocupación formal. Son Juan Benet (Madrid, 1927 - 1993) y Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927). El primero ha tenido una posteridad enrarecida por el mito de su personalidad, denostada y adulada con idéntica indigencia interpretativa. Hay todavía muchas zonas de su obra —no solo en lo que al ciclo de Región se refiere sino también a su vertiente ensayística— que no han tenido aún una lectura seria, libre de anécdotas y juicios urgentes. 

Es sintomático que muchas de las discusiones en torno a Benet que se oyen en el mundillo literario terminen con la conclusión, prácticamente inapelable, de que su mejor libro es Otoño en Madrid hacia 1950, que si bien es un libro de evocaciones muy bueno no aguanta la comparación con Una meditación o Saúl ante Samuel. Es como si en Francia alguien se empeñara en demostrar que lo mejor de Proust son sus pastiches. 

Se permitió despreciar sus intimidantes dotes como novelista, pero solo para encauzarlas en el ensayo

El caso de Ferlosio es muy distinto. No solo se trata de un autor longevo en un grupo de muertos prematuros, sino que su posición en la sociedad literaria fue siempre mucho más esquinada y aun solitaria que la de Benet, a quien no le importó ejercer un magisterio muy vehemente para la generación posterior, la de Javier Marías o Eduardo Mendoza

Benet, además, cifró todo su empeño, hasta el final de sus días, en la teoría y la práctica de la novela, amoldándose incluso a las demandas de su propio prestigio. Ferlosio, en cambio, huyó de su destino de joven novelista prometedor, encerrándose en un mutismo por otra parte muy fértil y que constituyó el fundamento del escritor que reaparecería en los años 70 —con Las semanas del jardín (1974), un ensayo de narratología seminal en muchos aspectos—. Se procuraba así una autoridad sin parangón basada en una inexorable independencia ideológica —con la única excepción de su inicial adhesión a la OTAN, que luego rectificó—, en una resistencia sin cuartel a las trampas de la publicidad y en el espectacular despliegue de un estilo que, a pesar de sus altos vuelos, nunca sacrifica el análisis de su objeto en aras del preciosismo o de la rutina de la opinión. 

Para los que alcanzaron la edad de conciencia en los años 80, Ferlosio ha sido el verdadero Escila de la democracia, uno de los pocos, junto a Agustín García Calvo o Félix de Azúa, que no bajó la guardia frente al felipismo, los nacionalismos o cualquier otro de los negocios ideológicos que han ocupado a tantos intelectuales.

En un texto titulado “La forja de un plumífero”, publicado en 1998, Ferlosio resume las tres etapas de su obra diciendo que primero cultivó la “bella página”, refiriéndose a Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), su primera ficción; que luego se ocupó del habla en El Jarama (1955), la novela que le dio a conocer como uno de los principales novelistas de su generación —obtuvo el premio Nadal y el Nacional de la Crítica—, y que finalmente se entregó a la lengua con su tercera y última novela, El testimonio de Yarfoz (1986), pero sobre todo con sus ensayos y artículos, la parte más importante, a su juicio, de toda su producción.

Novelista que huye

Uno de los rasgos más admirables de la trayectoria de Ferlosio es esa implacable severidad con que lo ha juzgado todo, empezando por sí mismo, desarrollando un extremado pudor —que le ha llevado incluso a renegar de “La forja de un plumífero” por ser el único de sus textos autobiográficos— que no es sino otra manifestación de su batalla constante contra la moral publicitaria y comercial en este “mundo malvendido”. 

Los pecios dan una idea de su temperamento, de la contenida emoción de sus reflexiones

Cuando en 1956 vio que El Jarama, donde él había pretendido nada más que una estilización del habla madrileña, se convertía, por obra del crítico Josep María Castellet y del milieu en general, en la punta de lanza del realismo social antifranquista, huyó aterrorizado de su proyección pública, de lo que él mismo llamó el “grotesco papelón del literato”; defraudó todas las expectativas y se encerró en sus Altos estudios eclesiásticos, es decir, en el estudio obsesivo y anfetamínico de la gramática, primero, y luego de la historia, la geografía o la sociología —la primera entrega de los ensayos reunidos acaba de ser publicada en Debate con el subtítulo de Gramática. Narración. Diversiones— . 

Esa huida de la novela fue, de todos modos, más una recusación ética que una radical y verdadera impugnación estética, pues sus ensayos y artículos tienen siempre un aliento, una tensión y una capacidad imaginativa, descriptiva y dramática que son los de un narrador. De la misma manera que Walter Benjamin aprehende poéticamente el objeto de su estudio, sin que se pueda
hablar propiamente de poesía en su trabajo por la presunción teórica de su asalto, Ferlosio emprende sus especulaciones con el armazón de un gran novelista que ha logrado sacudirse la debilidad de la ficción, dándole un poco la vuelta a aquella idea de Benet según la cual el novelista es un ensayista fracasado. 

Nueva vida para sus textos

En un país donde todos los escritores se sienten obligados a pasar por la novela para ser considerados como tales, por ínfimamente dotados que estén para el género, Ferlosio se ha permitido despreciar sus intimidantes dotes para encauzarlas en el ensayo. Pero solo hasta cierto punto: a lo largo de los años ha escrito cuentos y fábulas bellísimos, además de El testimomio de Yarfoz, que no es más que el apéndice de un ciclo más amplio titulado Historia de las guerras barcialeas y que ojalá se pueda leer entero algún día.

Lo poco que ha dejado ver descubre una imaginación que durante mucho tiempo estuvo trabajando al máximo nivel, creando un mundo mítico y remoto en torno al río Barcial, lleno de historias y personajes hipnóticos, con un estilo hipotáctico, previamente entrenado en el ensayo y la historiografía, que alcanza aquí su grado de mayor precisión, eficacia e idoneidad, proponiendo un modelo de épica distinto al de Juan Benet, sobre todo por su omisión de todo el caudal psicológico de la novela moderna, que Benet asume y recicla y que Ferlosio ostensiblemente ignora, acercándose a la estructura y función del mito. 

Vamos a tener la oportunidad de volver sobre todo esto y hacernos una idea de la obra de Ferlosio en su conjunto, pues Random House está reeditando y poniendo al día todo el canon, tarea que empezó con Campo de retamas, los pecios reunidos. Han lanzado nuevas ediciones en Debolsillo de las tres novelas (El escudo de Jotán, El Jarama y El testimonio de Yarfoz). Le ha seguido la compilación de sus cuentos completos, también en Debolsillo, y la magna edición de sus ensayos en Debate, agrupados en varios volúmenes temáticos, desde asuntos nacionales e internacionales hasta la lingüística, la historia o la religión. El proyecto está siendo cuidado por Ignacio Echevarría, que ha sido su mejor crítico y que ahora va a ser el autorizado responsable de estas ediciones. Los ensayos, sobre todo los que incluirán material inédito —Ferlosio es un grafómano que ha publicado mucho menos de lo que ha escrito, como él mismo siempre admite—, van a convertirse en una de las obras más contundentes y perdurables de la literatura europea de nuestro tiempo.

A pesar de los matices antes aducidos con respecto a su rechazo de la ficción, Ferlosio se ha apostado entero en la construcción de una voz teórica (“la teoría, envidia de los dioses”) y por tanto contemplativa, analítica y vigilante que ha estado atenta tanto a cuestiones actuales como históricas. En muchos aspectos, la desmesurada ambición de la ensayística de Ferlosio parece querer resolver por sí misma varias de las carencias que presenta la propia tradición, desde la formal y estilística —con la exhibición y aun extenuación de la frase larga, esa hipotaxis que él ha comparado con un gran galeón que solo a veces logra doblar el cabo de Hornos— hasta esa retahíla de perplejidades y confusiones que ha generado y sigue generando en la literatura y el pensamiento españoles la pobreza de su Ilustración, de su Romanticismo o la casi total ausencia de filosofía y teoría política. 

Con una suspicacia y una autonomía intelectual comparables a las de Elias Canetti, Ferlosio se enfrenta a cada una de sus preocupaciones sin dar nunca nada por sentado, prácticamente a solas —Max Weber, Adorno y Benjamin se cuentan entre las pocas autoridades que reconoce—, con un impagable y genuino sentido del humor capaz de arrancar en el lector repentinas carcajadas en medio de una densa disquisición, defendiendo siempre, sea cual sea su objeto de denuncia, la efusión de la inteligencia y de la vida frente a los intentos de domesticación, sacrificio y compraventa. Como ha advertido Tomás Pollán, casi toda su obra ensayística surge de la tensión entre conocimiento y adaptación, entre significación y asimilación, ya sea a la hora de hablar de la tiranía del deporte, de las imposiciones de la identidad, de las tribulaciones de la educación o de las justificaciones de la guerra y la religión.

Campo de retamas reúne todos los pecios de Ferlosio, algunos inéditos y muchos dispersos. Llama él pecios a unos textos breves, o mejor incipientes, de apuntes —Aufzeichnungen, por utilizar el término de Canetti—, observaciones, apólogos e incluso poemas que, si bien no son lo mejor de su autor, como pretende Fernando Savater en la cita que la editorial recoge en la contraportada, sí dan una idea rápida de su temperamento, de sus estupendos cabreos, de la contenida emoción que subyace en muchas de sus reflexiones, de su responsabilidad en el manejo del lenguaje o de su sentido difícil de la belleza. 

Quizá no haya mejor manera de entender la actitud de Rafael Sánchez Ferlosio que apreciando esta conclusión de un largo pecio contra la simpatía: “La antipatía es resistencia y repugnancia a simular y escenificar —abyectamente— un mundo que no existe”. Pero enseguida, tomando aire y desacreditando su propia sentencia, descubriendo como nunca la compleja y honda bondad que combustiona sus indignaciones, añade: “Sin embargo… ¡oh sin embargo!, parecen adivinarse aquí y allá dispersas, débiles, inciertas huellas de que ha habido, de que ha podido haber, o por lo menos ha querido haber, alguna vez, un mundo”.

Solo cabe esperar que este loable proyecto de reedición y fijación de la obra de Ferlosio sirva para que su sentido crítico, su exigencia de clarificación y su capacidad de discernimiento e interpelación se amplíen y hallen eco e incluso se contesten en los próximos años, y que no sea una mera excusa para el homenaje fácil y la clasificación urgente, obligando al escritor a protagonizar, probablemente muy a su pesar, el grotesco papelón del clásico en vida.
Altos estudios eclesiásticos. Ensayos I.
Altos estudios eclesiásticos. Ensayos I.
Rafael Sánchez Ferlosio
Debate, 
Barcelona, 2015,
772 págs.