En las redes no existe el olvido
George Steiner lamenta, en Presencias reales. Hay algo en lo que decimos, que el aprendizaje de memoria haya sido eliminado en gran parte de nuestros sistemas educativos: ya existen medios electrónicos y bancos de datos que hacen esa tarea por nosotros. Así, lo que él considera "un instrumento en nuestra conciencia, un 'marcapasos' en el crecimiento y la complicación vital de nuestra identidad" queda reducido a su mínima expresión.
En algún lugar opuesto está Ireneo Funes, inolvidable personaje borgiano que protagoniza el relato que lleva su nombre, “Funes el memorioso”, para el que la memoria se convirtió en un castigo. Era incapaz de considerar que el perro visto desde diferentes ángulos y en minutos distintos fuera el mismo animal, y, por lo tanto, “no era capaz de pensar. [Porque] pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”, cuenta sobre él el narrador.
En julio de 2006 nació Twitter, un Ireneo Funes que se encarga de recordar todo lo que cualquier ciudadano diga a través de la red social. Gracias a él, es más fácil encontrar la mancha de la incoherencia, de lo incorrecto, de la aberración. Y gracias a él es más sencillo exigir a quien salga (se atreva a salir) a la escena pública que nunca haya dicho nada inapropiado. Es lo que le ha ocurrido recientemente a Guillermo Zapata a raíz de unos, cuanto menos, desafortunados tuits. Desde que los límites de la privacidad se difuminan o, más bien, desaparecen (y eso es lo que ocurre cuando aceptas participar en Twitter), hay que tener cuidado con lo que se dice, porque inmediatamente todos somos susceptibles de ser apuntados con el dedo y escuchar “me ha dicho un pajarito que…”.
Sin embargo, no todos actúan en consecuencia del modo que sería deseable. O se quedan a medias: no vale dimitir como responsable del área de Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Madrid pero seguir siendo concejal.