Elena Ferrante: la gran novela napolitana
La niña perdida es la cuarta y última entrega de la vida de dos amigas nacidas en un barrio miserable de Nápoles
En La amiga estupenda, la primera entrega de la serie de Elena Ferrante Dos amigas, la llamada de Rino alertaba a Lenù, la narradora, de la desaparición de su madre: “La madre de Rino se llama Raffaella Cerullo, pero todo el mundo la ha llamado siempre Lina. Yo no, nunca usé ninguno de los dos nombres. Desde hace más de sesenta años para mí es Lila”. Para tratar de impedir que Lila, su amiga, consiga borrar todo rastro, toma la determinación de escribir “hasta el último detalle” de su historia. Así empieza la tetralogía en la que Ferrante disecciona no solo esa relación, también una época y los cambios sociales que se produjeron en ella.
Muñecas de trapo
Comienza con una anécdota de infancia, cuando Lila tiró a un sótano la muñeca de Lenù, Tina, cuya carga simbólica no se comprende hasta que no se conoce la historia completa. Solo entonces se puede entender la importancia de que Lenù reciba en su casa de Turín las dos muñecas con las que jugaban de niñas ella y Lila y que se cierre con eso el relato: “Examiné con cuidado las dos muñecas, aspiré su olor a moho, las apoyé en los dorsos de mis libros. Al comprobar que eran pobres y feas me sentí confusa. A diferencia de lo que narran los cuentos, la vida real, cuando ha pasado, no se asoma a la claridad sino a la oscuridad”.
Entre las dos apariciones de las muñecas pasan más de 50 años en los que las dos amigas se casan, engañan a sus maridos, los abandonan, tienen hijos, descubren el amor, el sexo y los placeres —al menos Lenù— y son testigos del paso del tiempo en el barrio, en sus amigos y familias y en el país. Sus vidas y caracteres son tremendamente divergentes: Lila, a pesar de su talento y sus dotes, renuncia a los estudios; Lenù va a la universidad. Lila nunca ha salido del barrio y Lenù lo abandona enseguida y viaja fuera de Italia. También son diferentes en su relación con su propio cuerpo: mientras que Lenù es un ejemplo de mujer sexualmente liberada que vive con naturalidad el deseo y el placer, Lila le confiesa que el sexo “nunca le había proporcionado el placer que de jovencita había esperado, al contrario, siempre había sentido poco o nada”. Al menos una cumple sus sueños de infancia.
Se diferencian en casi todo, hasta en cómo se comportan sus cuerpos en el embarazo y en el parto, pero comparten el amor de su vida: Nino Sarratore, el hijo del poeta y ferroviario Donato Sarratore, un seductor profesional. Donato toquetea a Lenù bajo las sábanas y al verano siguiente la desvirga en la playa dei Martoni después de que Lila le confiese que ella y Nino se han besado: “Sentí que primero lo hacía con delicadeza, después con una arremetida limpia y decidida que me causó un desgarrón en el vientre, una punzada borrada de inmediato por un balanceo rítmico, un roce, una embestida, un vaciarme y llenarme a golpes de ávido deseo. Hasta que salió de mí de repente, se tendió de espaldas sobre la arena y soltó una especie de rugido ahogado”, cuenta Lenù en Un mal nombre, la segunda entrega de la serie.
En Las deudas del cuerpo Lenù engaña a Pietro, el brillante profesor con el que se ha casado, padre de sus dos hijas y gracias al cual accede al mundo de la burguesía intelectual de izquierdas, por el que fue su amor de adolescencia nunca consumado. Nino Sarratore parece corresponder el amor apasionado e irracional de Lenù, por fin, cuando ella es ya una escritora de cierto prestigio.
Una historia de violencia
Una de las constantes de la serie es la violencia, que lo impregna todo y de la que nada parece poder librarse. En La amiga estupenda la narradora cuenta: “No siento nostalgia de nuestra niñez, está llena de violencia. Nos pasaba de todo, en casa y fuera, a diario, pero no recuerdo haber pensado nunca que la vida que nos había tocado en suerte fuese especialmente fea. La vida era así y punto”.
En Un mal nombre Lila le confiesa a Lenù que la noche de bodas su marido le dio una paliza antes de violarla: “Cuando al cabo de unos intentos desmañados le desgarró la carne con una brutalidad entusiástica, Lila estaba ausente”. Y un poco más adelante Lenù explica la docilidad con que se aceptan los golpes: “Desde niñas habíamos visto a nuestros padres zurrar a nuestras madres. Nos habíamos criado pensando que un desconocido no debía rozarnos siquiera, pero que nuestro padre, nuestro novio y nuestro marido podían darnos bofetadas cuando quisieran, por amor, para educarnos, para reeducarnos”.
Una de las constantes de la serie es la violencia, que lo impregna todo y de la que nada se libra
La historia de las dos amigas está ligada a una violencia que ellas mismas también ejercen, aunque traten de evitarlo (más Lenù que Lila). En Las deudas del cuerpo Michele Solara, de la familia más poderosa y temida del barrio, acude a la fábrica Soccavo, en la que trabaja Lila. Allí, en el despacho del dueño, después del comentario grosero que Michele le dedica, Lila “agarró el cenicero de bronce del escritorio desparramando ceniza y colillas por todas partes, trató de golpearlo”. En La niña perdida la madre de Lenù viaja a Florencia para tratar de convencer a su hija de que no abandone a su marido con métodos poco sutiles: “Ven aquí, yo te he dado la vida y yo te la voy a quitar”, le dice. Después se abalanza sobre ella y Lenù la aparta “de un empujón, la aparté gritando más que ella. Fue sin querer, instintivamente, pero con tanta fuerza que perdió el equilibrio y se cayó al suelo”.
Lenù también recurre a la violencia cuando se entera de que Nino le ha mentido y no ha abandonado a su mujer, y descubre así que la brutalidad también habita en ella: “Lo golpeé en el pecho con los puños y mientras lo hacía sentí como si en mi interior llevara a otra que se había despegado de mí y quería hacerle aún más daño; quería abofetearlo, escupirle a la cara como había visto hacer de pequeña en las peleas del barrio, gritarle hombre de mierda, arañarlo, arrancarle los ojos. Me quedé pasmada, me asusté. ¿Sigo siendo yo esa otra tan enfurecida, yo aquí, en Nápoles, en esta casa mugrienta, yo la que si pudiera mataría a este hombre, le clavaría un cuchillo en el corazón con todas mis fuerzas? ¿Debo retener a esta sombra —a mi madre, a todas nuestras antepasadas— o debo soltarla? Gritaba, lo golpeaba”.
Hacia el final de la novela, Lenù recuerda una vez en que Lila le habló de la violencia: “Nosotras creíamos, dijo, que era un rasgo del barrio. Hemos estado rodeadas de violencia desde el nacimiento, nos ha rozado y tocado toda la vida”.
Intimidad
Elena Ferrante ha cautivado a la crítica anglosajona dando lugar a un fenómeno similar al del escritor noruego Karl Ove Knausgård, que tiene algo de fascinación por lo exótico. Que Ferrante sea un seudónimo cuya identidad real se mantiene oculta y sobre la que se especula hace que aumente el encanto. Sus editores italianos han respetado siempre el deseo de la autora de mantenerse en el anonimato y esa voluntad de la escritora ofrece un tentador juego de espejos con Lila, que quiere borrarse, pero también con Lenù, a la que hace escritora.
La serie napolitana admite varias lecturas, aborda diferentes temas y es muchas cosas (una historia de Nápoles, de las relaciones humanas, de la miseria, del progreso social, del terrorismo político, del feminismo, de la corrupción política; en fin, la historia de Italia de la segunda mitad del siglo XX) que son compatibles con el tratado de la intimidad femenina que encierra en sus páginas: habla de sexo, del estupor que genera el cambio que se produce en la pubertad, de la extrañeza que provoca el embarazo, cuando se siente un cuerpo dentro de sí que, como dice Lila, se va adueñando del propio.
Las cuatro entregas componen una única novela que es el retrato de una compleja relación de amistad —que encierra envidia, rencor, admiración y sentimiento de culpa— donde hay sitio para el contexto y los cambios históricos. Elena Ferrante cuenta la intimidad de la Historia.
Ferrante cuenta la intimidad de la Historia a través del retrato de la compleja relación de amistad
Presta atención a la liberación sexual (los personajes toman la píldora) y también a la tímida escalada de las mujeres por la igualdad en esa época en Italia. Lenù deja a Pietro porque tiene una aventura con Nino, pero lo cierto es que estaba atrapada en ese matrimonio: había dejado de escribir y de hacer lo que quería para dedicarse a ser esposa y madre. La primera parte de La niña perdida describe el conflicto al que se enfrenta la narradora tras la separación: “Así, de repente, me vi en el brete de elegir entre recoger a mis hijas o ponerme a trabajar. Pospuse el viaje y me dediqué día y noche a trabajar, angustiada por hacerlo bien”. Pero no duda en dejar el trabajo para correr a reunirse con su amante.
Con Nino se reproduce el mismo esquema: “Tu liberación no tiene por qué suponer forzosamente la pérdida de mi libertad”, le dice él. La relación con Nino no funcionará y al final de la novela Lenù está convencida de que “el tiempo de las fidelidades y las convivencias sólidas había pasado tanto para los hombres como para las mujeres”. Esa capacidad de retratar la intimidad femenina es una de las características de la escritora Elena Greco, a quien un personaje que ha leído una de las novelas (en un juego cervantino) felicita por contar esas cosas “tal como pasan, con esa suciedad. Son secretos que se saben únicamente si se es mujer”.
Al servicio de la narración
Algunos de los temas centrales de la tetralogía napolitana ya habían aparecido en las novelas anteriores de Ferrante: la desaparición en El amor molesto, la separación amorosa en Los días del abandono y la compleja relación entre madres e hijas en La hija oscura, las tres reunidas en un solo volumen, Crónicas del desamor (Lumen, 2011). Uno de los episodios más emocionantes de La niña perdida es el de la enfermedad de la madre de Lenù. Provoca un acercamiento entre las dos y a la narradora no le preocupa la cojera que le deja su último embarazo porque en ese defecto reconoce a su madre, que era coja. Antes de morir, la madre confiesa su predilección por Lenù, su hija mayor, y se desvela así que la brutalidad con la que la ha tratado respondía al desconocimiento de las emociones.
En La hija oscura, además, aparece un aspecto que comparte con esta gran novela napolitana: la diferencia que marca la elección del italiano o del dialecto. Dice Lenù: “Ella recurría al italiano como a una barrera, yo trataba de empujarla hacia el dialecto, nuestra lengua de franqueza. Pero mientras su italiano era traducido del dialecto, mi dialecto era cada vez más traducido del italiano, y las dos hablábamos en una lengua artificial”.
Lo que hace de Elena Ferrante una escritora singular es la falta de vanidad, combinada con la ambición del proyecto: se ha despojado de sus rasgos de estilo para centrarse en el discurrir de los acontecimientos que se van plasmando como Lenù los recuerda —con algunas vueltas al presente y al momento de la escritura—. Resulta una estructura más cercana al habla que a la literatura con desequilibrios y juegos temporales. Da la impresión de ser una escritura apresurada, pero es algo voluntario: Lenù escribe esa historia así.
Hay un trabajo de búsqueda de imperfección, de ensuciar el estilo, que hace que la novela esté más viva. También facilita que la escritora Ferrante desaparezca y se ponga al servicio de la historia y de los personajes, a los que mira sin condescendencia, desdén ni admiración: los mira de igual a igual. Les deja equivocarse y no le preocupa que caigan mal, no los somete a prejuicios y les permite construir su propio camino, con sus errores y aciertos, sin obligarlos a encajar en arquetipos.
La tetralogía napolitana es también la novela sobre la construcción de una escritora que, a pesar del éxito, sigue dudando de sus capacidades y se pregunta si no es todo un malentendido y la escritora debería ser su amiga voluntariamente desaparecida. Los temores de la narradora quedan desterrados en el epílogo, cuando al releer lo escrito dice: “Lila no está en estas palabras. Solo está aquello que yo he sido capaz de fijar”. “Existe esa presunción en quien se siente destinado a las artes, y sobre todo a la literatura; se trabaja como si se hubiese recibido una investidura”, dice en un momento Lenù, y resume así una de las tareas de la literatura: cumplir la misión de contar la realidad a pesar de todo.
La amiga estupenda
Elena Ferrante
Traducción de Celia Filipetto
Lumen, Barcelona, 2012, 392 págs.
Un mal nombre
Elena Ferrante
Traducción de Celia Filipetto
Lumen, Barcelona, 2013, 560 págs.
Las deudas del cuerpo
Elena Ferrante
Traducción de Celia Filipetto
Lumen, Barcelona, 2014, 480 págs.
La niña perdida
Elena Ferrante
Traducción de Celia Filipetto
Lumen, Barcelona, 2015, 544 págs.