El difícil momento de Hillary Clinton
Las dudas sobre su salud y transparencia golpean a la candidada demócrata a un mes y medio de las elecciones en EE.UU.
Septiembre está siendo uno de los meses más difíciles en la carrera de Hillary Clinton hacia la Casa Blanca. Arrancó con las dudas sobre el origen de la financiación exterior de su fundación y la publicación de otra tanda de polémicos correos electrónicos, en el marco de la investigación del FBI sobre su uso de cuentas y servidores privados cuando era secretaria de Estado. Empeoró cuando la candidata presidencial demócrata llamó “deplorables” a los seguidores de Donald Trump, que se sintieron ofendidos de inmediato por una falta de respeto de manual: los ataques políticos se lanzan contra el oponente, nunca contra los votantes.
Y ahora el mes se ha complicado todavía más con un fatídico episodio de neumonía que ha dejado en evidencia la falta de transparencia de la campaña de Hillary Clinton. Una vez más. Durante la reciente ceremonia de homenaje a las víctimas del 11-S en Nueva York con motivo del decimoquinto aniversario de los atentados, la candidata demócrata tuvo que marcharse anticipadamente porque no se encontraba bien. Nadie se dio cuenta hasta media hora más tarde.
“¿Cuál es la cura para una obsesión enfermiza por la privacidad?”, se pregunta un exconsejero de Obama
El pool de periodistas que viaja siempre a su lado para cubrir la campaña preguntó entonces por su paradero, subrayando lo extremadamente inusual que era que Clinton hubiera desaparecido sin informarles ni dejar que la acompañaran. La respuesta tardó otra hora más en llegar. Durante esos 60 minutos nadie sabía dónde estaba la ex primera dama. “En la ceremonia se sintió acalorada, así que se fue al apartamento de su hija y ya se encuentra mucho mejor”, explicó en un brevísimo comunicado el portavoz de la campaña, Nick Merrill, lo que provocó un estallido de rumores. Poco después Clinton salió por sorpresa de casa de su hija Chelsea, posando sonriente ante los medios y asegurando que estaba estupendamente. Pero ya era tarde. Circulaba en las redes sociales un vídeo en el que se veía a Hillary Clinton tambalearse y desfallecer, agarrada de los brazos por su seguridad, de camino al coche.
“Consejo y realidad: si tienes algún tipo de problema físico haciendo campaña y dejas plantado a tu pool de prensa, florecerán los rumores y conspiraciones”, escribía en Twitter Mark Halperin, editor de Bloomberg Politics. Y eso es exactamente lo que ocurrió. Al anochecer, después de horas de especulaciones y teorías de la conspiración sobre la salud de la candidata demócrata, la campaña publicó otro comunicado del médico de Clinton confirmando que el mareo había sido por una deshidratación, como consecuencia de la neumonía que le había sido diagnosticada dos días antes. Pocos podían entender cómo era posible que lo hubieran mantenido en silencio, sobre todo teniendo en cuenta que la salud de la exsecretaria de Estado llevaba semanas a debate por los ataques de prominentes republicanos en el entorno de Trump, como el exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, que especulan con una misteriosa enfermedad que Clinton mantendría en secreto.
Teorías de la conspiración
Las críticas llovieron desde todos los frentes. “Puede tener neumonía y esa sería toda la historia. Pero nunca sabemos toda la historia con los Clinton”, apuntaba la analista conservadora Bethany Mandel. “Los antibióticos pueden ocuparse de la neumonía. ¿Pero cuál es la cura para una obsesión enfermiza por la privacidad que crea problemas repetidamente?”, se preguntó el exconsejero de Obama y uno de los artífices de su victoria en 2008, David Axelrod. La falta de transparencia de Clinton ha vuelto así al ojo del huracán. Desde el inicio de la campaña electoral, las encuestas han mostrado que el mayor punto débil de la candidata demócrata es la desconfianza que genera en la mayoría de los estadounidenses, que aseguran en porcentajes astronómicos que Clinton no les parece honesta. Este episodio de salud ha empeorado las cosas. Un sondeo de YouGov y del británico The Times dice que el 46% de los votantes no se cree que Hillary tenga neumonía. Un dato del que ella no parece ser consciente. En una reciente entrevista en CNN, el periodista Anderson Cooper le preguntó si creía que lo ocurrido podía afectar a la transparencia de su campaña. “Por dios, Anderson”, contestó Clinton, como quien no puede creer lo que acaba de escuchar.
Pero las cifras están ahí, además de una avalancha de teorías de la conspiración en medios conservadores y redes sociales sobre enfermedades terminales y el uso de dobles en la campaña para reemplazar a Clinton en recientes apariciones públicas. “No pensé que sería para tanto”, respondió la candidata demócrata sobre por qué mantuvo en secreto la neumonía. Contaba con recuperarse pronto y no siguió los consejos de los médicos de guardar reposo. “Ya estoy cumpliendo los más altos estándares de transparencia”, zanjó. “Comparad todo lo que sabéis sobre mí con lo que sabéis de mi oponente.”
Opacidad sin precedentes
La campaña de Clinton está centrada ahora en subrayar las diferencias entre lo que ella ha revelado a lo largo de sus más de tres décadas de vida pública y lo poco que se sabe de Donald Trump. “La señora Clinton ha hecho pública su declaración de la renta, mientras que el señor Trump, no. Ella ha dado detalles exhaustivos de sus propuestas políticas, mientras que él no. Y ella ha publicado considerablemente más información médica en el último año que el señor Trump. De hecho, la carta del médico de Trump contiene poco más que admiraciones exageradas sobre su cantidad de fuerza y energía”, enumeraba The New York Times.
El candidato presidencial republicano, que mostró una prudencia poco característica en él durante la neumonía de Clinton, no puede presumir de tener tampoco una campaña transparente. Es normal que los candidatos sean reticentes a confesar secretos oscuros sobre sus finanzas o su salud. La historia estadounidense está plagada de presidentes que han tratado de ocultar sus enfermedades, y de rivales que lo han usado como arma de ataque. Pero el nivel de opacidad alcanzado este 2016 no tiene precedentes, con dos candidatos que rondan los 70 años.
Hay que remontarse a Ronald Reagan para encontrar a otro septuagenario en la Casa Blanca. Y esto convierte la salud en un tema importante este año. Pero a menos de dos meses de las presidenciales, hay mucho que los votantes todavía desconocen de sus candidatos presidenciales. Y las consecuencias están siendo mayores para Hillary Clinton (68) que para Donald Trump (70), cuestionada por votantes, políticos y medios de comunicación.