La economía cuenta pero…
Las propuestas sobre impuestos, inmigración y salario mínimo separan a Trump y a Clinton, que no logra despegar con fuerza pese al legado de Obama
Con Obama de presidente, el paro ha caído del 9% al 4,9% y el país roza el pleno empleo. La inflación está bajo control (0,8% de tasa interanual en julio), aunque lejos de las cercanías del 2% considerado como el nivel óptimo por la Reserva Federal. La bolsa está en máximos. El Dow Jones ha subido un 23% en tres años y ha cerrado la primera semana de septiembre a 18.491 puntos. También han subido los otros dos principales índices: el S&P 500 y el Nasdaq. Si se toma en cuenta el Dow Jones, la riqueza financiera de muchos estadounidenses que invierten directa o indirectamente en bolsa habría crecido en 1,2 billones de dólares en tres años. La polarización de la campaña está tapando ciertas coincidencias. Por ejemplo, Clinton y Trump alardean de que lanzarán programas de inversión pública para estimular la economía. Los dos rechazan el TPP entre EE.UU. y 11 países de Asia, América y Oceanía. Aunque este acuerdo no incluye a China, el debate sobre la globalización ha calado en la opinión pública por la pérdida de empleos que podría provocar. Ninguno de los candidatos apoya el tratado con la UE, el TTIP, que pretende reducir barreras comerciales y normativas de entrada de los productos.
Proteccionismo e inmigración
Más allá de estas coincidencias, Trump y Clinton tienen propuestas polarizadas. Las de Trump siguen las fobias contra la inmigración que exhibió en las primarias, aliñadas con su promesa de bajar los impuestos. Con él puede volver un cierto proteccionismo económico, empezando por la mano dura contra la inmigración (muro en México para frenarla, veto de entrada a los musulmanes y expulsión de los sin papeles, aunque en este último punto Trump está suavizando su posición para ganar votos). Las propuestas de Clinton huyen del catastrofismo. En materia de impuestos cuantifican menos que las de Trump, aunque tienen más tinte social. Por ejemplo, su propuesta de elevar un 65,5% el salario mínimo. La promesa de Clinton es ambiciosa: de los 7,25 dólares la hora actuales a 12. También aboga por que los estados puedan complementar este salario con hasta 15 dólares, frente a Trump, que primero obvió el tema y ahora defiende que llegue a 10 dólares y se negocie en cada estado. Por otro lado, Clinton mantendrá la cobertura sanitaria que ha dado Obama a quienes no la tenían. Trump quiere derogar la norma en el Congreso.
El republicano ha sabido crear a su favor una visión casi apocalíptica de la economía de EE.UU. Para ello se ha servido de los puntos débiles: salarios estancados en algunos sectores y una tasa de paro que es el doble de la media en algunos colectivos (8,4% entre los afroamericanos frente al 4,3% entre los blancos, según los datos publicados en agosto por el Departamento de Trabajo). Asimismo, Trump hace guiños de complicidad al descontento de los trabajadores blancos que sienten que no han recuperado sus condiciones de vida previas a la última crisis —“me encanta la gente sin estudios”, ha llegado a decir—.
El republicano ha sabido crear a su favor una visión apocalíptica de la situación económica de EE.UU.
Todo ello forma parte de un mensaje neoproteccionista que repite machaconamente que la globalización sin freno está privando de millones de puestos de trabajo al país. El multimillonario neoyorquino ha echado mano de los viejos discursos republicanos a favor de las bajadas agresivas de impuestos. Algunos de sus mensajes son heterodoxos para un candidato de la derecha: mientras propone bajadas de impuestos para los que más ganan, arremete contra la élite financiera y contra los inversores de fondos de riesgo.
Entre las propuestas estrella de Trump está combatir la fuga de empresas —sobre todo a China—, mediante una drástica bajada del 25% al 15% del impuesto de sociedades. En el impuesto sobre la renta quiere bajar los tramos de siete a tres. El tipo mínimo quedaría en el 12%, el medio en el 25% y el máximo en el 33%, frente al 39,6% de tope actual.
Algunos trabajadores no pagarán, añade el plan de Trump. Y promete suprimir el impuesto de sucesiones, que grava a las herencias, a partir de 5,4 millones de dólares.
Agujero presupuestario
Al magnate republicano le reprochan, aunque él hace oídos sordos, que sus bajadas de impuestos pueden provocar un gran agujero presupuestario. Ya le ocurrió a Ronald Reagan en los 80, aunque en aquellos años empujado por un gran aumento del gasto militar que ahora no existe.
Clinton, en cambio, se desmarca de las bajadas masivas de impuestos y de las expulsiones de inmigrantes de su adversario. Plantea que tributen a un mínimo del 30% quienes ingresen más de un millón de dólares al año. Y ha dicho que aplicará un recargo del 4% para ingresos de más de cinco millones. Para las empresas, su propuesta solo concreta que se reducirán los impuestos a los pequeños negocios. Estos pequeños negocios, recalca su programa, “consumen 150 horas de trabajo y 1.100 dólares por empleado para pagar los impuestos federales, 20 veces más que el promedio de las grandes empresas”.
Con estos recursos quiere financiar un plan de inversiones públicas de 275.000 millones de dólares. Clinton le ha recordado a Trump que no solo no suprimirá el impuesto de sucesiones, sino que hará que tributen más contribuyentes: quienes hereden más de 3,5 millones.
Al contrario que Trump, la demócrata no es nueva en política. Ha sido senadora y secretaria de Estado. La imagen alentada por Trump (y antes por su rival demócrata, Bernie Sanders) de que ha sido condescendiente con las empresas de Wall Street y su pertenencia al establishment político han calado en parte del electorado. Quizá por eso propone en su programa cerrar “los agujeros fiscales de los directivos de Wall Street que pagan tipos más bajos que algunas familias de clase media”. Ahí Clinton ha recogido el guante del multimillonario Warren Buffett, que hace unos años escandalizó a muchos al lanzar su célebre afirmación de que tributaba a un tipo más bajo que su propia secretaria.