Cataluña envenena sus pactos
La investidura de Puigdemont pone el foco sobre Sánchez para que agilice la formación de un nuevo gobierno. Él se decanta por buscar un acuerdo con Podemos y Ciudadanos pese a las presiones para que facilite un ejecutivo del PP
Cuando los líderes de los principales partidos se estaban aún lanzando tentativas, vetos y descartes, pero sin sentarse a negociar en serio la posibilidad de alcanzar acuerdos de investidura, legislatura o coalición, el sector independentista catalán volvió a arrogarse el protagonismo. Las escaramuzas de la CUP en contra de la investidura de Artur Mas habían hecho creer que habría una repetición de las elecciones en Cataluña. Había incluso fecha: el 6 de marzo. Y esa posibilidad había quitado presión a la negociación para formar gobierno en España, ya que parecía incluso alejar el riesgo de la secesión porque los resultados de las elecciones generales del 20-D habían reflejado un escenario político en Cataluña muy diferente al de las autonómicas del 27 de septiembre, sectores empresariales se habían alejado públicamente de la deriva independentista de Convergència y la sensación de bochorno por la actitud de Artur Mas y los anticapitalistas era generalizada. Unos datos que tenían también muy presentes los políticos partidarios de la secesión y que llevaron a un acuerdo in extremis para investir a Carles Puigdemont como nuevo president y evitar una nueva convocatoria electoral.
Presiones a Sánchez
El acuerdo para la elección de López como presidente del Congreso muestra la posibilidad de pactos
Así que el temor a que la Generalitat empiece a aplicar la declaración de desconexión de España en 18 meses, aprobada el pasado 9 de noviembre en el Parlament, ha contribuido a centrar las posibilidades de formar gobierno y de intentar sortear la repetición de las elecciones para que no se produzca un periodo de interinidad gubernamental tan largo.
De entrada arreciaron las presiones sobre el PSOE y, en particular, sobre su líder Pedro Sánchez para que se siente a hablar con el PP y busque un pacto “en base a un programa que recoja lo más urgente de lo que hay que hacer en España en política económica y social, más la reforma de la Constitución” y formar rápidamente un gobierno, con o sin Mariano Rajoy al frente, que dé estabilidad política y pueda hacer frente al desafío catalán.
Las presiones las recibe el PSOE porque las elecciones del 20-D le dejaron en una posición central en el tablero político, de manera que depende de su decisión que la solución al embrollo poselectoral sea una u otra: que el PP siga gobernando con una gran coalición de los dos partidos, que haya un gobierno del PP pactado con el PSOE más Ciudadanos, que se produzca una alianza de las izquierdas que aparte al partido de Rajoy del poder, que se podría hacer también con el apoyo de Ciudadanos, o que se repitan las elecciones.
A Sánchez le apremian los dirigentes del PP, los poderes económicos —el Ibex35 siempre ha preferido un gobierno de gran coalición— y algunos notables socialistas para que intente si no un gobierno de coalición, sí un ejecutivo de consenso con el PP. Esas presiones no son nuevas, ya se estaban produciendo antes, pero se han redoblado tras la investidura de Puigdemont. Aunque hay veteranos socialistas que se han sumado en los últimos días: “Si lo explicamos bien, la gente entenderá que se facilite ese gobierno, con un programa claro, en el que estarán nuestras prioridades. Es lo que hacen en los países europeos”, han explicado a AHORA, casi con idénticas palabras, un par de exministros socialistas.
Con Podemos y Ciudadanos
Esa posición no es mayoritaria en el PSOE, cuyo comité federal acordó el 28 de diciembre no facilitar, ni con su voto ni con su abstención, un gobierno de Rajoy o del PP. En la pelea entre Sánchez y los principales barones —ahora en tregua— es lo único, también, en lo que parece haber consenso. El propio líder socialista rechazó esta semana esa posibilidad y anunció que va a buscar un acuerdo para “un gobierno de cambio” con Podemos y Ciudadanos. En la cúpula del PSOE se baraja también la hipótesis de buscar un acuerdo con Podemos, más IU, más PNV y la abstención de ERC y Democràcia i Llibertat (la antigua CDC) que tenía detractores internos por el “coste” que podía tener el apoyo de los nacionalistas y los independentistas. En los últimos días se ha ido fraguando la posibilidad de buscar el acuerdo también con el partido de Albert Rivera.
“Ha llegado la hora del cambio, del diálogo y de las reformas”, aseguró Sánchez el lunes en la Ser y explicó que los tres partidos, PSOE, Podemos y C’s, apuestan por un programa de regeneración y de reforma de la Constitución, que podría ser una solución para “la crisis de convivencia” en Cataluña.
La cúpula socialista quiere además que se afronte sin alarmismos el desafío independentista. No hay duda de que el PSOE va a apoyar las medidas legales que el Gobierno adopte para frenar el camino hacia la secesión marcado en la declaración de desconexión, porque las ha pactado y las comparte. Y el propio Rajoy anunció tras la investidura de Puigdemont que el hecho de que el Ejecutivo esté en funciones no limita la posibilidad de emprender las iniciativas judiciales que sean necesarias para evitar la independencia. Algunos analistas catalanes opinan además que el nuevo president frenará el ritmo de desconexión con la esperanza de encontrar un resquicio para el diálogo con el Gobierno español.
Dificultades para el pacto
Nadie niega en el PSOE que la apuesta por un gobierno con Podemos y Ciudadanos “es dificilísimo”, pero también se opina que un entendimiento en materia territorial entre los tres partidos sería la clave del éxito, porque otorgaría al nuevo ejecutivo la posibilidad de dar respuesta al conflicto catalán y de desinflar el independentismo, que quedaría descolocado. Admiten que este punto representa también la gran dificultad para el acuerdo, ya que dan por descontada la posibilidad de pactar con una cierta facilidad un programa de regeneración política y un plan de reparto más justo de las consecuencias de la crisis. Eso sí, consideran que será casi imposible que Podemos y Ciudadanos voten a favor de Sánchez, así que aspiran a que uno de los partidos vote a favor y el otro se abstenga.
Una alianza en política territorial con Iglesias y Rivera es el obstáculo, pero sería también la clave del posible éxito
Hasta el momento, ni Podemos ha renunciado públicamente al referéndum para Cataluña ni Ciudadanos ha rectificado su afirmación de no apoyar ninguna opción en la que participe el partido de Iglesias, pero en la cúpula socialista creen que son las posiciones maximalistas de partida para una negociación, y, por tanto, modificables. De hecho, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que concurrió en coalición con Podemos en las generales en Cataluña, emplazó a los socialistas a que presenten un plan alternativo al de ese referéndum, lo que abriría una vía de acuerdo. Su investidura fue posible gracias a los votos, entre otros, del PSC. Como la de Manuela Carmena en Madrid se produjo con el apoyo de los concejales del PSOE. En el caso de Ciudadanos, que daría un giro más radical, opinan que podría sumarse a un pacto, una vez fracasado el intento de formar gobierno del PP, con un programa muy claro “para no quedar reducidos a la irrelevancia”. De hecho, Sánchez dejará que Rajoy intente primero su investidura, sabiendo que no saldrá, antes de intentarlo él.
Más centrista
En el PSOE confían en que la apertura de Sánchez también a Ciudadanos le daría al hipotético ejecutivo resultante un aire más centrista y lo centraría en el espacio político español.
De lograr ese “gobierno del cambio y la regeneración” del que habla Sánchez se caería uno de los argumentos que esgrimen los partidarios de “un gobierno de estabilidad, serio y sólido” con el PP, ese de que un pacto de izquierdas “no suma”. En las filas populares saben que sí, porque el propio Rajoy no para de hablar de que Sánchez es capaz de armar un gobierno “de izquierda y de extrema izquierda” formado por “ocho o nueve partidos” y porque el miércoles el PP perdió la presidencia del Congreso de los Diputados que, gracias al acuerdo del PSOE y Ciudadanos, recayó en el socialista Patxi López. Ese pacto muestra la verosimilitud de una alianza más importante entre ambos partidos.
Ese pacto a tres alejaría también el riesgo de que los votantes socialistas —solo 5,5 millones votaron el 20-D al PSOE, 5,75 millones menos que en 2008— se sientan defraudados porque se facilita la permanencia del PP. La mayoría de los socialistas considera que hacer eso sería como firmar el acta de defunción del partido, porque lo que más ha dañado sus expectativas ha sido la equiparación con los populares que se ha producido desde las movilizaciones del 15-M. El hashtag #PPSOE tan extendido en Twitter, por ejemplo.
La renuncia más importante que tendría que hacer ese gobierno, de formarse, sería la de la modificación de la Constitución, porque el PP ha dejado claro en privado, y alguno de sus diputados lo ha confirmado a AHORA, que solo participará en esa reforma si sigue en el gobierno, pero no lo hará si está en la oposición. “Si se hace, será como la reforma del Estatut de Cataluña, una reforma contra el PP”, aseguran. La mayoría de los analistas y de los partidos saben que no se puede reformar la Carta Magna sin el PP.