Bibliotecas públicas: del préstamo de libros a internet gratis
Los usuarios acuden atraídos por el silencio y el wifi a estos espacios que cada vez se alejan más del espíritu de la biblioteca de Alejandría
Decía la canción de Vainica Doble que “todo está en los libros”, pero cada día parece ser menos cierto. Persona lectora es aquella que lee, en un sentido tan amplio que incluso las estadísticas preguntan ya por múltiples soportes y formatos en sus encuestas. Según la Federación de Gremios de Editores de España, el 92% de los españoles lee. Pero ¿lo hacen frecuentemente o solo aquel día en la consulta del dentista? El informe sobre hábitos de lectura publicado por esa entidad afirma que el 88,6% de la población lectora lo hace, al menos, una vez a la semana; asiduidad que sirve para denominarlos “lectores frecuentes”. Ahora bien, dejando de lado los prospectos de las medicinas, el periódico deportivo o el manual de la Thermomix, ¿cuántos libros se leen en España? Once al año, como media entre los que se declaran lectores, según el citado informe sobre hábitos de lectura y consumo de libros de enero de 2013. Según el barómetro del CIS de junio de 2015, la media por habitante es de 4,69 libros, basándose en una selección estadística de 2.500, menos de la mitad del tamaño de la muestra del estudio de la Federación de Gremio de Editores.
En España se publican más de 4.000 novedades al mes, según datos del Depósito Legal
Para mantener el ritmo de lector frecuente, un español debería terminar un libro al mes, o mes y algo. Si se dejara aconsejar por los suplementos culturales, se vería incitado a elegir una novedad de entre las más de 4.000 que se publican al mes, según datos del Archivo del Depósito Legal en la Biblioteca Nacional. Se edita mucho, se compra poco y se lee aún menos.
Libros para reciclar
En 2013 se vendieron 153,8 millones de ejemplares. Eso quiere decir que se da salida solo a un 60% de lo editado. El 40% restante se salda o se recicla en pasta de papel para seguir alimentando las imprentas. Un ejemplar de cada libro impreso se preserva del paso del tiempo en la Biblioteca Nacional. Las trituradoras destruyen los worstsellers y, mientras, la biblioteca pública municipal ofrece libros de hace dos años en su estantería de novedades.
España tiene 6.835 bibliotecas, según datos del INE de 2012. Como media, cada habitante habría acudido a una biblioteca 4,6 veces al año. En realidad, la población usuaria de las bibliotecas se queda en un 43,6%. Lo que sí muestran con claridad las estadísticas es que a partir de 2009, segundo año de la crisis, las visitas a las bibliotecas han aumentado. Por otro lado, y para completar este escarpado paisaje de la lectura en España, según el último estudio del CIS un 34,1% de los españoles no lee ningún libro al año. Lo más habitual —un 28%— es leer entre dos y cuatro.
Hay 6.835 bibliotecas, a las que cada español habría acudido 4,6 veces al año, según datos del INE de 2012
Hoy se edita menos que en 2010, se vende menos, el precio de venta al público del libro ha subido —en 2014 la media fue de 20,67 euros en papel y de 16,20 euros en digital—, pero se lee más. Las bibliotecas son la clave. Y no solo las públicas, sino todo tipo de repositorio de textos cuyo acceso no tenga un coste directo. Hablamos de los libros cuyos derechos de autor han expirado —por ejemplo, un relato de Emilia Pardo Bazán—, el intercambio, el bookcrossing, la piratería digital, las tiendas de segunda mano y todos esos volúmenes comprados hace años que esperan pacientemente al fondo de la estantería. No obstante, por su titularidad pública, las bibliotecas están llamadas a ser las garantes del acceso universal a la cultura.
“Debemos comprender las bibliotecas como plazas públicas techadas”, proponía Toni Puig, profesor de Marketing Público de la Universidad Ramón Llul, en el último Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, organizado por el Ministerio de Cultura. Aquellas han de ser “lugares donde compartir ideas y sentirnos en casa, lugares donde el aleteo de lo improbable necesario se oye con especial fulgor y nos permite cargarnos de civilidad para lo cotidiano”. Según Puig, que admira en especial la red de bibliotecas públicas de Cataluña, el tejido bibliotecario debería servir para estructurar “un nuevo y diferente país desde los libros, más colaborativo y creativo”.
A pesar de la crisis, es difícil encontrar una biblioteca más concurrida que una librería. El modelo pujante de tienda de libros es el del espacio donde quedar con los amigos, tomar un café, ver un concierto, escuchar una mesa redonda, participar en un debate o sentarse a leer delante de un bello telón de fondo, el de las estanterías desbordadas de novedades. Ni siquiera es necesario comprar un libro para participar de esta experiencia sociocultural que puede ser compartida, narrada, tuiteada o incluso retransmitida en streaming. Es un nuevo tipo de negocio híbrido que, a juzgar por éxitos como Tipos Infames en Madrid, funciona.
Se edita menos que en 2010, se vende menos, el precio de venta al público del libro ha subido, pero se lee más
Según los expertos, la biblioteca debería haber ocupado ese espacio. Como no lo ha hecho, debe reinventarse “expulsando furiosamente la burocracia conformista e impotente”, en palabras del profesor Puig, porque no pueden ser “un almacén de libros con vigilantes. Una biblioteca no personalizada desde las necesidades y retos de los ciudadanos del entorno anda minusválida”.
Dos velocidades
La distancia entre la representación de los expertos y la percepción del público es abismal. El documento de conclusiones del Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, celebrado en Badajoz en noviembre de 2014, afirmaba que las bibliotecas son “incubadoras de ideas que permiten generar cambios en la sociedad” y para ello “deben convertirse en espacios de creación” que actúen como lugares de “generación de conocimiento compartido”. El informe resalta el carácter local e hiperlocal de estas “pequeñas Alejandrías” que deben “ceder su espacio a los ciudadanos” e incluirlos “de forma más activa en su gestión”.
El 10% de los fondos de las bibliotecas públicas son electrónicos. En 2012 el préstamo en ese formato fue del 5,4%
Los hechos, en cambio, no parecen decir lo mismo. La Federación Española de Sociedades de Archivística, Biblioteconomía, Documentación y Museística ha realizado un informe sobre el valor económico y social de las bibliotecas. Se ven como “espacios acogedores” y tienen una imagen asociada “a lo literario, a los libros y su préstamo” junto a un nuevo perfil, en paralelo, “ligado a internet, en el que el usuario ve la biblioteca como un lugar desde el que acceder a la web o en el que trabajar compatibilizando el material de la biblioteca, la información localizada en internet y el ordenador”. La libre disposición de wifi es “uno de los aspectos más atrayentes”, sobre todo para inmigrantes y usuarios recientes. Quienes acuden a las bibliotecas no las perciben como lugares de encuentro, intercambio y participación porque no lo son.
Usuarios y ciudadanos
Una de las dos bibliotecas municipales de Chamartín, un distrito madrileño de 142.000 habitantes, ha estado cerrada por obras durante siete meses. En la remodelación, que ha costado 282.000 euros, se ha separado la sala de estudio de las estanterías. Se han ganado 300 m2, pero no hay un lugar donde consultar los libros sin tomarlos en préstamo. No es, ni mucho menos, un espacio acogedor donde apetezca incubar ninguna idea transformadora de la sociedad. Como temía Toni Puig, los bibliotecarios son vigilantes de la logística del almacén. Aunque, eso sí, han aumentado los puestos de ordenadores con conexión a internet.
“Los bibliotecarios no nos cansamos de decir frases como que la biblioteca del siglo XXI va a poner al usuario en el centro de nuestra actividad”, recuerda Arantza Urkia Etxabe, directora de la Biblioteca Municipal y de la Red de Bibliotecas Municipales de San Sebastián. Y así es. Seis de cada diez visitantes tienen entre 14 y 24 años. Es decir: los estudiantes usan la biblioteca para estudiar. Disponer de salas de lecturas silenciosas y sin tránsito, aisladas de la zona de consulta y la recepción, es lo que coloca al usuario en el centro de la actividad.
No obstante, en las conclusiones del congreso no se habla de usuarios, sino de ciudadanos: “La biblioteca potencia la cultura cívica, crea espacios comunes referenciales e indispensables y promueve el pensamiento social responsable”. Toni Puig propone lo contrario a la reforma que impulsó Ana Botella en la biblioteca de Chamartín: en lugar de adaptar la biblioteca al usuario más frecuente, el profesor plantea escuchar las necesidades de “aquellos que no vienen”.
Cómo articular la participación ciudadana es un punto que inquieta al sector bibliotecario. Se puede seguir el ejemplo francés de hacer colaborar a una librería cercana y convocar allí a los lectores de cómic, como hizo la mediateca de Rillieux-la-Pape, donde los aficionados elegían y defendían las novedades que el presupuesto permitía adquirir. Se pueden establecer convenios con el tejido asociativo cercano, como hacen las bibliotecas donostiarras. Se puede convocar una Comisión de Lectura Pública, como existe desde hace 16 años en Barcelona, para que el propio sector participe en la gestión bibliotecaria. O implementar un proyecto como Públicos BIB de las bibliotecas de la Generalitat de Catalunya con el objetivo de convertir al bibliotecario en prescriptor y programador cultural, para lo cual tiene que estar en permanente contacto con el tejido productivo cultural.
Los nervios llegan al sector no porque estas ideas les parezcan malas, sino porque la polisemia de “participación ciudadana” puede encubrir un voluntariado que sustituya la mano de obra profesionalizada. Para Urkia Etxabe “existen en el colectivo bibliotecario muchas dudas sobre la convivencia de un modelo mixto profesional y voluntario. ¿Es conveniente en esta situación de precariedad laboral favorecer o impulsar el voluntariado? Se tiene miedo al intrusismo, a que actividades que hoy generan puestos de trabajo sean llevadas por voluntarios”.
Leer en píxeles
El 10% de los fondos de las bibliotecas públicas es electrónico. Según los datos del INE, el préstamo de libros electrónicos en 2012 fue del 5,4%. Ese año se habían editado 20.708 libros digitales en España, lo que suponía un 19,8% del total. Hay oferta, pero a los propietarios de dispositivos electrónicos de lectura les falta dinámica en el uso de la biblioteca para tomar en préstamo libros digitales.
La plataforma eBiblio ha sido creada por el Ministerio de Cultura e implantada en la mayoría de comunidades autónomas. Tuvo un coste de 1,6 millones de euros en 2014, que sirvieron para implantar el préstamo de 200.000 licencias de 1.500 títulos a los propietarios de carnés de las redes de bibliotecas de las comunidades autónomas, exceptuando el País Vasco, que ya contaba con su propio sistema.
En el primer trimestre de implantación, el sistema prestó 42.216 títulos. Con esta inversión inicial en licencias, cada libro podrá ser prestado una media de 28 veces. Aunque uno muy popular pueda tener varias licencias, si tiene mucha demanda es posible que desaparezca del catálogo por agotamiento de la cantidad limitada de lecturas que la Administración ha pactado con el distribuidor de las editoriales, la plataforma Libranda.
Esto no ocurre con un libro físico, que podrá ser prestado un número ilimitado de veces. En contrapartida, el canon al préstamo se aplica solo a los libros en papel, pues una copia digital no se considera propiedad de la biblioteca. No importa que una misma biblioteca esté pagando un canon por la edición en papel de la misma obra que ofrece en versión digital: la Administración debe pagar por ambas vías simultáneamente.
La primera fase del proyecto, así como el contrato de las licencias, finalizó el pasado mes de septiembre y todavía se desconoce qué sucederá con el sistema, que ha suscitado muchas quejas, como la incompatibilidad con el Kindle, el lector de Amazon. “Afortunadamente, el libro físico no desaparecerá nunca”, afirmó sin titubear el secretario de Estado de Cultura José María Lassalle en la rueda de prensa de presentación de eBiblio. “Y el servicio bibliotecario —añadió— tendrá que atender a lo que entiendo que es una demanda social que es la presencia del libro físico, que tiene mucho que ver con la dimensión cultural más humanista que viene acompañando a la historia de la humanidad desde el Renacimiento hasta hoy. Otra cosa es la apuesta que va progresivamente orientándose hacia la compra y la adquisición de ediciones digitales para tener un consumo a través del libro electrónico.” Una vez más, la distancia entre los modelos es un abismo. De un lado del precipicio, la demanda, con argumentos que llegan hasta el humanismo. Del otro, la apuesta, que según las palabras del secretario de Estado de Cultura parece más vinculada a las reclamaciones del mercado que a un cambio decisivo de modelo.
En ciudades donde conviven dos redes de bibliotecas públicas, como es el caso de Madrid, se da la paradoja de que estas no se comunican, que son necesarios dos carnés y que el préstamo digital de eBiblio solo funciona en una de ellas. Es posible que desde el punto de vista de la administración tenga sentido, pero para el usuario es muy complejo. Algunas propuestas de base pidieron la fusión de ambas redes, pero finalmente no trascendió a los programas electorales.
¿Y qué hay, en el contexto digital, de aquel ciudadano interconectado y participativo en el que debe pensar la biblioteca pública? Nada. El usuario ha sido degradado a mero receptor del préstamo. No encuentra un papel como autor, ni prescriptor, ni demandante, ni mediador. El lector digital es una persona silenciosa y solitaria que lee en el metro, hundido en su dispositivo electrónico, aislado de lo que le rodea. Lejos de los ámbitos de las administraciones, la sociedad intenta construir las plazas públicas techadas de Toni Puig. Lo hace en el espacio que queda. Ahí se mueve Bookcamping, ejemplo de biblioteca digital colaborativa creada en el fragor del 15-M. O la redes de intercambio P2P que crecen digitalizando fondos al margen de Google Books o los libros electrónicos protegidos con DRM. La biblioteca pública está llamada a ocupar ese espacio de lo común y lo hiperlocal si quiere encajar en el modelo que los expertos pintan para ella.