«Están respondiendo a la barbarie con más barbarie»
La periodista Florence Hartmann fue encarcelada en marzo por denunciar las irregularidades del tribunal para la ex-Yugoslavia
El tiempo pasó. La historia se fue borrando y el conflicto de los Balcanes pronto se olvidó. Excepto con Radovan Karadzic, el ICTY fracasó al no emitir sentencias contra ninguno de los principales culpables de las guerras. Florence Hartmann, periodista, escritora, activista y exportavoz del ICTY entre 2000 y 2006, ha repetido muchas veces que incluso el caso contra Slobodan Milosevic, que murió detenido, fue construido sobre una base muy inestable debido a las maquinaciones políticas e intereses externos.
La absolución del serbio Vojislav Seselj el 31 de marzo de 2016 puso el último clavo en el ataúd de la catarsis de la sociedad serbia. Los serbios han fracasado en sus intentos de completar el proceso de desnazificación, y la lentitud e incompetencia del ICTY ha sido un factor que ha contribuido a ello. Slobodan Milosevic no fue derribado por haber empezado las guerras, sino por haberlas perdido. Todas ellas. Hoy, Hartmann es incapaz de controlar su indignación. “Al final del siglo XX pusimos en marcha un sistema diseñado para castigar a los culpables de genocidio. Pero unos cuantos jueces sabotearon el proyecto. En lo que respecta al ICTY, Seselj salió libre y sin castigo. A principios de los 90 fui al frente de la región croata de Eslavonia y conocí a muchos de los hombres que él reclutó.”
Hartmann fue encarcelada en marzo por el ICTY, aislada en una celda durante seis días, con la luz encendida las 24 horas. El único crimen de la periodista francesa había sido decir la verdad. En su libro Paz y castigo (2007) reveló que el tribunal situado en La Haya complació los deseos de las autoridades serbias, rechazando intencionadamente tomar en cuenta los documentos que ligaban al exlíder serbio Milosevic y el establishment de Belgrado con el genocidio de Srebrenica.
Su arresto provocó una firme respuesta entre intelectuales y políticos, que firmaron una petición de libertad. Acusando a Hartmann de desacato al tribunal, el ICTY optó por multarla con 7.000 euros que según la corte nunca pagó. Ella afirma lo contrario. “Pagué la multa en Francia a través del juez autorizado para transferir el dinero al ICTY. Esos 7.000 euros están todavía en la cuenta bancaria y serán utilizados para pagar los honorarios de las próximas acciones legales.”
El tribunal, aun así, cambió su sentencia a siete días de prisión en 2011. La activista fue finalmente arrestada el 24 de marzo de 2016, cuando apareció para ser testigo de la histórica sentencia de Karadzic. Hasta ahora el tribunal ha multado a cuatro periodistas y ha sentenciado a uno a un mes de prisión.
Milosevic no fue derribado por haber empezado las guerras, sino por haberlas perdido
Tras reunirse con el grupo Madres de Srebrenica, Hartmann llegó a la plaza frente a la sede del tribunal para esperar la lectura de la sentencia contra uno de los más sanguinarios criminales de guerra de los Balcanes. Había llegado el acto final de un largo proceso judicial que, entre otras cosas, demóstro la responsabilidad de Karadzic en el genocidio de Srebrenica. De repente un grupo de policías con insignias de la ONU apareció en escena. Y de forma “dura y humillante” detuvieron a la periodista y la trasladaron a la prisión de Scheveningen. Fue entonces cuando la atención sobre la sentencia de un criminal de guerra se desplazó hacia el arresto de Hartmann.
“Fue una sorpresa total. No esperaba que ocurriera algo así. Aparecieron y básicamente me secuestraron. Y todo eso frente a una multitud de víctimas de la guerra de Bosnia que estaban allí para ver cómo se hacía justicia. Para ellos fue una más de una larga lista de humillaciones”, recuerda sobre los caóticos momentos de su arresto.
En sus años como portavoz del ICTY se encontró con numerosos casos de criminales de guerra que escaparon de la justicia, ya que el tribunal tenía prohibido arrestarlos en territorio extranjero.
“El tribunal estaba bien informado del paradero de esa gente. La fiscal, Carla del Ponte, logró poner en marcha un sistema de seguimiento. Pero no nos permitían arrestarlos, ya que la ONU no tenía el mandato para esa acción. Aparentemente no importaba que esta gente fuera responsable de algunos de los crímenes contra la humanidad más atroces de la historia. Pero ahora resulta que la ONU no tiene ningún problema para arrestarme a mí en un país extranjero. El ICTY no tiene el mandato para hacerlo, como tantas veces yo misma expliqué a la prensa durante mis años como portavoz del tribunal.”
Hartmann defiende que el tribunal no la sancionó como exportavoz, sino como reportera. “Dijeron que rompí el código de silencio, pero yo escribí el libro como periodista, no como portavoz del tribunal.”
Según la periodista francesa, la impunidad otorgada a muchas de las figuras clave de los conflictos de los Balcanes es inaceptable. Deberían poner en marcha un sistema de revisión de los casos, afirma, aunque teme que esto ya no sea posible. “Vivimos en una época de creciente barbarie. Y la única respuesta que hemos conseguido es más barbarie. Las leyes nacionales e internacionales deberían estar sincronizadas para prevenir futuros conflictos. Para conseguir justicia pienso utilizar todas las herramientas legales a mi disposición. Estoy orgullosa de decir que nunca me he plegado cuando me decían que me callara y mantuviera la boca cerrada sobre sus secretos.”
A sus 53 años, Hartmann es una intrépida periodista que ha escrito sobre algunas de las mayores atrocidades del conflicto de los Balcanes. En el momento en que se leyó en público la sentencia contra Karadzic ella ya estaba encerrada en la misma prisión donde estos años han encarcelado a muchos criminales de guerra de la antigua Yugoslavia. Durante los días que estuvo encarcelada, la única visita permitida fue la del cónsul francés, que le llevó los periódicos. Pero ni siquiera el cónsul pudo ayudarla (el ICTY pidió que Hartmann fuera entregada hace más de cinco años, aunque París se negó).
El ICTY encarceló a su exportavoz en la misma prisión donde han encerrado a los criminales de guerra
Hartmann afirma que se sentía mucho más segura en la cárcel que cuando trabajaba en zonas de guerra. Era la única interna en esa parte de la cárcel, y nunca le permitieron abandonar la celda, a diferencia de los criminales de guerra encarcelados. “Nunca me dejaron salir al patio como a otros presos. Me vigilaban guardias las 24 horas, por la noche solo hombres. Me trataron bien. Incluso me ofrecieron material de lectura. Les dije no me gustan mucho las historias de amor.” Ella quería leer The Butcher’s Trail de Julian Borger, un libro que detalla la caza de Karadzic.
¿Nunca más?
Hartmann aguantó en la cárcel estoicamente. Afirma sentirse bien. Aun así, también siente que ha pasado por una de las experiencias más extrañas de su vida. “Quizá lo más doloroso para mí haya sido el estallido de violencia masiva en Europa a finales del siglo XX. Mi generación creció pensando que nunca se volvería a ver algo así. Cuántas veces hemos oído las palabras ‘nunca más’, y sin embargo vuelve a ocurrir. La convención de Ginebra ya no funciona. En los últimos meses unos 30 hospitales han sido bombardeados en el mundo. La mera sospecha de que un hospital alberga a sospechosos es suficiente para asesinar a médicos y pacientes en el edificio. Los saudíes, los rusos, los estadounidenses, todos lo están haciendo. Y con absoluta impunidad. Además, la tortura ha vuelto a los países democráticos”, explica la autora de muchos libros en su apartamento de París, añadiendo que el siglo XXI ha visto a periodistas encarcelados en el corazón de la privilegiada UE.
Dos días después de la puesta en libertad de Hartmann, los jueces del ICTY tomaron la decisión de que Vojislav Seselj, una de las figuras clave del proyecto de la Gran Serbia e ideólogo de sus crímenes contra la humanidad, podría quedar sin castigo. Las cosas no pueden ser más irónicas. Los distinguidos árbitros fueron muy claros, de tal manera que parecía que Franz Kafka se hubiera unido a Monty Python para escribir una de las historias más conmovedoramente orwellianas de nuestro tiempo.