23/11/2024
Europa

Un gasoducto agita las aguas del Báltico

El proyecto Nord Stream 2 para transportar gas ruso hasta Alemania reabre el debate sobre la dependencia energética europea

  • A
  • a
El proyecto de construcción de un segundo gasoducto entre Rusia y Alemania, bautizado Nord Stream 2, agita de un tiempo a esta parte las habitualmente serenas aguas del mar Báltico. Los países más directamente perjudicados por ese plan —algunos de ellos comunitarios, como Polonia o Eslovaquia, otro, Ucrania, que no forma parte de ese club— no ocultan su irritación con el Gobierno de Angela Merkel. Lo acusan de defender egoístamente solo los intereses económicos alemanes sin tener en cuenta, como ha ocurrido también en el espinoso tema del reparto de los refugiados, la opinión de sus socios.

Algún político, como el exministro de Defensa polaco Radoslaw Sikorski, no ha tenido empacho en comparar el acuerdo ruso-germano con el pacto entre Hitler y Stalin por el que ambos dictadores aceptaron repartirse Polonia a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Otros, como los eslovacos, rumanos y los líderes de los países bálticos, no han llegado a tanto, pero, tras intentar en vano la paralización del polémico proyecto, han acusado al gobierno de coalición de Berlín de socavar la solidaridad europea.

Rusia es el principal suministrador de gas natural de la Unión Europea y Ucrania, el país de mayor tránsito

Hay quien habla de un déjà-vu y recuerda que algo parecido ocurrió hace 10 años, cuando se construyó el primer gasoducto europeo del norte, el Nord Stream 1, y se elevaron fuertes protestas en Polonia, país entonces gobernado —al igual que ahora— por el partido derechista Ley y Justicia. Aquel proyecto, como este segundo, fue impulsado por el presidente Vladimir Putin y el excanciller socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder, actual presidente del consejo Nord Stream Ag. y el mejor amigo que tiene el ruso en Alemania.

Ucrania sería de todos los citados el país más directamente perjudicado por la construcción del gasoducto, que debe unir el puerto de Viborg, en Rusia, con el alemán de Greifswald y doblar la capacidad del gasoducto existente hasta los 110.000 millones de metros cúbicos.

Recelos y servidumbres

Rusia es ya en la actualidad y con mucho el principal suministrador de gas natural de la Unión Europea, con un 40% aproximadamente del total, y la mitad de ese combustible fósil atraviesa actualmente territorio ucraniano. Por permitir el paso del gas por su territorio, Ucrania ingresa anualmente 2.000 millones de euros de la compañía rusa explotadora, Gazprom, y hay quienes consideran que, al llevar su gas por el Báltico, Moscú trata de desestabilizar aún más ese país con el que tiene un grave conflicto por la anexión de Crimea. Consciente de lo que está en juego, la compañía ucraniana Naftogas ha presentado ya una querella en Bruselas contra la construcción del segundo gasoducto.

Aunque no en la medida de Ucrania, también Eslovaquia se beneficia del tránsito del gas ruso por su territorio: unos 400 millones de euros al año, que teme perder si sigue adelante Nord Stream 2. De ahí que su primer ministro, Robert Fico, figure también entre los más duros críticos del proyecto. Y Polonia teme a su vez que con el nuevo gasoducto marino se devalúe el de Yamal, que atraviesa Rusia, Bielorrusia y Polonia hasta llegar a Alemania y que también le reporta actualmente beneficios económicos.

Todos esos países excomunistas vienen obteniendo su suministro energético casi exclusivamente de Rusia y aprovechan hasta ahora su condición de países de tránsito para arrancar concesiones al monopolista Gazprom, capacidad de presión que temen perder en un futuro.

Rusia despierta además por razones históricas gran desconfianza  en la mayoría de sus vecinos. Una excepción serían Bulgaria, Hungría y República Checa, que se negaron a firmar el año pasado una carta contra Nord Stream 2 dirigida a la Comisión Europea.

De ahí que todos traten de limitar su actual dependencia energética de las fuentes rusas y busquen alternativas como, por ejemplo,  está haciendo Polonia con una terminal para el gas natural licuado de Qatar que se quiere construir en el Báltico.

Además, como ocurre en Ucrania, se apuesta cada vez más por los flujos inversos, es decir, desde Europa occidental en dirección a los países del este, para reducir la actual dependencia de los suministros rusos.

Por todo ello, algunos de esos gobiernos ven en el reforzamiento de la conexión energética de Rusia con Alemania un nuevo intento por parte de Moscú de incrementar su control sobre los suministros a la UE, sobre todo a Polonia y Ucrania,  al tiempo que acusan a Berlín de aspirar a un trato especial.

El Gobierno alemán niega que se trate de una apuesta política y afirma que tiene un carácter exclusivamente comercial y que su conclusión depende solo del interés de las empresas rusas y germanas participantes. Sus vecinos desconfían, sin embargo, de sus razones, y argumentan, por ejemplo, que ni siquiera ahora está totalmente aprovechado el primer gasoducto del Báltico, que inauguraron en noviembre de 2011 el entonces presidente ruso Dmitri Medvédev, la canciller Merkel y el primer ministro conservador francés François Fillon.

Además de Nord Stream 2, Rusia proyecta otro gasoducto, el llamado Turkish Stream, que atravesaría el mar Negro y uniría a Rusia con Turquía, aunque Moscú anunció que reduciría a la mitad la capacidad inicialmente proyectada de 63.000 millones de metros cúbicos. En cualquier caso, las tensiones actuales entre Moscú y el Gobierno de Ankara a propósito de la guerra de Siria arrojan una sombra de incertidumbre sobre ese proyecto, criticado como innecesario por el vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de Unión de la Energía, el eslovaco Maros Sefcovic.

Por cierto que el proyecto Turkish Stream debería sustituir al denominado South Stream, que planeaba atravesar también el mar Negro y Bulgaria para llegar a Austria e Italia. Ese otro proyecto, en el que tenía gran interés Moscú, se frustró finalmente por la oposición de Bruselas, que no quiso hacer nuevas excepciones a las reglas del mercado interior de la energía como las que posibilitaron el Nord Stream 1.

Dependencia energética

La actual coalición alemana parece muy decidida a seguir adelante con el segundo gasoducto del mar Báltico a pesar del rechazo que suscita también en otros países como Italia, cuyo primer ministro, Matteo Renzi, lo criticó en una reunión de jefes de gobierno de la UE el pasado diciembre. Tal vez la queja principal es que la construcción de ese segundo gasoducto aumentaría la dependencia energética de Rusia cuando uno de los objetivos estratégicos de la Unión Energética Europea es precisamente diversificar las fuentes.

Con el nuevo proyecto, solo en Alemania Gazprom aumentaría su cuota de mercado del 40% actual a un 60%

Con el Nord Stream 2, solo en Alemania Gazprom aumentaría su cuota de mercado del 40% actual a un 60%. Eso, unido al hecho de que el 80% del gas ruso destinado a Europa pasaría en el futuro por el Báltico, indica, según sus críticos, que se trata de un proyecto que no atiende a los intereses del conjunto de los países europeos.

Mientras tanto, intensifican su cabildeo tanto en Berlín como en otras capitales los defensores del proyecto, del que forman parte, junto a la rusa Gazprom, otras grandes empresas como Winterhall, filial de la alemana BASF, la angloholandesa Shell, la austriaca ÖMV o el grupo energético francés Engie.

Y si algunos de los críticos argumentan que la decisión de seguir adelante con el Nord Stream 2 es ante todo política, no sería la primera vez que eso ocurre en el sector energético. Basta recordar cómo a finales del pasado siglo, Estados Unidos intentó llevar el petróleo y el gas del Caspio a los mercados mundiales soslayando a Rusia, mientras que este país intentaba a su vez reforzar el control sobre sus vecinas Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán a fin de impedir que se convirtieran en exportadores independientes.

Pero al margen de las críticas políticas que se hacen al proyecto,  la canciller alemana, como su segundo, Sigmar Gabriel, o el ministro de Exteriores, el también socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, se esfuerzan en asegurar en todos los foros que Nord Stream 2 es un proyecto exclusivamente económico. Para tranquilizar no solo a Ucrania, sino también a los  socios europeos más desconfiados, Gabriel intentó arrancar recientemente en Moscú la promesa de que el petróleo ruso seguirá transitando por aquel país más allá de 2019. En definitiva, Europa seguirá dependiendo durante bastantes años más de lo que a muchos les gustaría de la energía que produce Rusia.