30/10/2024
Literatura

Ella también quería combatir

Neverhome, del escritor estadounidense Laird Hunt, ofrece una visión de la guerra alejada del tópico y de la épica y construye un impactante alegato antibelicista

Marta Caparrós - 27/11/2015 - Número 11
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Ella también quería combatir
Frances Clalin Clayton se disfrazó de hombre con el fin de luchar junto a su marido por las fuerzas de la Unión.
El escritor Laird Hunt (Singapur, 1968) ha afirmado en varias entrevistas que fue la lectura de la correspondencia original de una soldado alistada en la Guerra de Secesión americana (1861-1865) lo que le animó a novelar la vida de una mujer en aquella contienda. Para escribir Neverhome, que acaba de ser publicada en castellano, consultó muchos otros textos historiográficos y otros tantos testimonios reales de algunas de las 400 mujeres que se calcula participaron en la guerra. Pero Neverhome se distancia de la crónica bélica al uso, y no solo porque conceda casi el total protagonismo a un personaje femenino. No hay grandes batallas ni minuciosos detalles sobre los movimientos del ejército. La narración privilegia la cotidianeidad mundana del frente y el interesante punto de vista de un personaje complejo.

La novela se distancia de la crónica bélica al uso no solo porque el protagonismo sea de un personaje femenino

“Como yo era fuerte y él no, fui yo a la guerra para defender la República.” Constance está casada con Bartholomew y, efectivamente, son las limitaciones físicas de su marido lo que la animan a alistarse. Hay también una firme creencia en los ideales unionistas. Pero sobre todo mueve al personaje  una temeridad que lo vuelve fascinante desde las primeras páginas. Con una buena dosis de inconsciencia, Constance cambia su falda por unos calzones, coge su petate y se convierte en Ash Thompson. “Yo solo quería combatir. Plantar los pies y permanecer firme y no echar a correr nunca.” 

La guerra le ofrece la posibilidad de vivir experiencias que nunca habría podido experimentar como mujer: “Los funerales de cinco minutos no eran más que una de nuestras muchas distracciones, magníficas todas ellas. Otras eran el huerto, la bebida y las peleas”.  Entre diversiones y sinsabores, el joven Ash va curtiéndose en el frente y pronto se hace famoso tanto por sus buenos modales con sus congéneres, que le valen el sobrenombre de Galante Ash, como por su pericia con la escopeta y por su valentía.

El libro no se recrea excesivamente en el ocultamiento que Constance debe hacer continuamente de su género, ni en los malentendidos a los que da lugar. La narración tampoco se detiene en la reconstrucción de batallas. La historia avanza no por la vía clásica de someter al personaje a pruebas bélicas cada vez mayores, sino casi a través de un proceso inverso por el que Constance se va distanciando del campo de batalla para replegarse en sí misma. 

Un personaje ambivalente 

Uno de los momentos más oscuros de la novela es el encarcelamiento en un psiquiátrico, donde tienen lugar las mayores crueldades. También es interesante la convivencia de la protagonista con una mujer, Neva Thatcher, que ha perdido a su marido en el frente y establece con la soldado una relación llena de ambigüedad sexual. Además de lo que vive Constance, está lo que recuerda. Son particularmente sugerentes las partes en las que evoca a su marido Bartholomew, con el que mantiene una correspondencia llena de ternura.

La cuestión de género está muy presente en la historia. Sin embargo, al encarnarse en un personaje tan ambivalente, el posible mensaje feminista  es ambiguo como tambie én lo es la propia heroína travestida. El Galante Ash se muestra valiente, odia al enemigo y no duda en matar sin piedad cuando es necesario. Pero también ama con candidez infantil a su pareja y siente empatía y compasión por algunos de sus compañeros. 

Es una historia odiseica de roles invertidos, un cuento de formación que se vuelve aprendizaje amargo

Más allá de la perspectiva de género se diría que Laird Hunt se propone retratar la guerra y a sus protagonistas, tanto masculinos como femeninos, sin atender a idealizaciones, con una veracidad que escasea en las crónicas al uso, como se afirma en un pasaje de la novela. “A juzgar por muchos de ellos [los libros], uno pensaría que solo había capitanes y coroneles y generales encabezando una preciosa carga tras otra. Todo a fecha de tal, batalla cual. Los hombres eran soldados de a pie en la guerra celestial. Un considerable número de mujeres que sí aparecían descritas eran santas, y algunas ángeles, sagradas e indemnes… En la pila de los libros que tengo ninguna mujer empuña un arma. En esos relatos las mujeres son santas y ángeles y los hombres son personas nobles y valiosas, todo lo que hacen lo hacen bien y deprisa y nada huele a sangre.”  

Las aventuras de Constance, narradas en primera persona, deben ser leídas atendiendo a esa lógica de autenticidad y falta de épica oficialista. La protagonista no nos habla con el afán de presentarse como una heroína. Al contrario, la suya es casi una confesión amarga de un pasado doloroso. A medida que avanza la narración se van desgranando con algo de remordimiento experiencias traumáticas de pérdida y sufrimiento, como el suicidio de su madre, herencias atávicas de las que Constance no encuentra otra manera de huir más que a través de la guerra.
 

Alegato belicista

El libro prosigue y el tono se vuelve cada vez más introspectivo, con pasajes oníricos llenos de oscuridad, y otros en los que es difícil distinguir lo soñado de lo vivido. “Entonces me dormí. Fui a errar por mundos de colores negro y verde.”  Y más adelante: “Dormir sin soñar. Túnel sin final. Cielo sin estrella. Arco iris reducidos a sanguinolentos añicos de colores”. La guerra cada vez es más dura y el personaje encuentra en los campos de batalla desolados un correlato perfecto de sus luchas internas. Estos fragmentos, de un lirismo doliente que recuerda a la prosa hipnótica de William Faulkner, hacen de Neverhome un libro muy personal y exigente.

“Penélope se fue a la guerra y Ulises se quedó en casa.” Esta novela es, efectivamente, una historia odiseica de roles invertidos, un cuento de formación que se vuelve aprendizaje amargo de la vida y de la muerte no solo para Constance, sino para todos los personajes con los que se va cruzando y va conversando. “Son novatos, recién salidos del cuarto de juegos, y ejerzo el arte de la hipérbole cuando aludo a ellos como hombres… Es una vergüenza de nuestros tiempos, y de todos los tiempos de guerra, que obliguemos a nuestros hijos a empuñar las armas”, dice un coronel. “A mi nieto me lo mandarán a casa el mes que viene sin media cara y sin los dos ojos”, afirma un granjero más adelante. Estos parlamentos, junto a la crudeza de los acontecimientos y a un final muy cuidado, convierten Neverhome en un impactante alegato antibelicista con resonancia atemporal. 
Neverhome
Neverhome
Laird Hunt

Traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla , Blackie Books, Barcelona, 2015,

200 págs.