«La burguesía es una enfermedad contagiosa»
Entrevista a Juan-Ramón Capella, autor de Impolíticos Jardines
Su libro habla de cosas diferentes
Tengo la sensación de haber escrito siempre por obligación. Y tenía ganas de hacerlo solo por divertirme. Este libro responde a eso.
¿Una actividad infantil?
No. Hay un texto sobre la infancia que pretende serlo también sobre la inocencia. La idea era recordar lo que es ser niño, quizás para estimular al lector a recuperar su propia inocencia, porque todos hemos sido inocentes en algún momento.
¿Un niño que leía a Cervantes?
Cervantes fue una de las sorpresas de mi vida. En casa había un mamotreto, una edición del Quijote difícil de manejar y, al mismo tiempo, otra versión infame y para niños que me habían puesto de lectura en el colegio. Lo leíamos en clase en voz alta, y los críos leen más bien mal. Acabé pillándole tirria. Volví a él ya con 30 años y despertó toda mi admiración. Tengo la impresión de que el héroe que crea Cervantes, con toda la ironía que se quiera, es un personaje comprometido. Él se reía de muchas cosas, incluido Felipe II. Cervantes es un caso extraordinario de escritor, perfectamente moderno.
No tuvo patrón ni fue eclesiástico. ¿Le evitó eso pagar peaje?
Quizás sí. Yo hablo del asunto para dejar claro que la pobreza no es buena. Los que vienen a decir “si uno es pobre, que se jorobe y escriba igual” no tienen razón. De todas formas, si hubiera tenido un protector, igual hubiera evitado el peaje. Góngora no lo pagó. Era un capellán más o menos descreído e hizo lo que quiso. Sí que lo pagó Lope de Vega, que fue un pelota de la monarquía.
El impulso popular, al llegar al Parlamento, queda cortado. Esto desnaturaliza la actividad de los partidos, que no pueden transmitir la voluntad de la población
¿Barcelona Traction fue el inicio de la ingeniería financiera?
Yo había oído hablar de esta empresa en casa, desde niño. Un día, ya mayor, el periodista Manuel del Arco entrevistó en televisión a Carlos Montañés, un ingeniero que llevó a Pearson, el creador de la empresa que electrificó Barcelona, a lo alto del Tibidabo para mostrarle la ciudad y las posibilidades de la electrificación. La empresa tenía protección pública, pero eso no evitó la primera huelga general en Barcelona y en España. Inicialmente la ganaron los trabajadores. Consiguieron la jornada de ocho horas y la readmisión de los despedidos, pero fue un triunfo a corto plazo. La reacción de la patronal fue tremenda: se cargaron a Salvador Seguí, el Noi del Sucre, el abogado que había negociado por los empleados. Hay otras cosas curiosas: el capitán general, que se llamaba Milans del Bosch, era uno de los accionistas de la firma. Y para resolver el problema hicieron gobernador civil a Montañés, el ingeniero que había sugerido a Pearson las posibilidades del negocio.
¿Un ejemplo del poder económico limitando la soberanía?
La definición clásica de soberanía es la de un poder que no reconoce otro poder superior. Si los estados admiten que hay poderes superiores que les dictan las políticas económicas o militares, incluso a veces educativas, entonces es que no son soberanos. Hay una tendencia a sugerir que ese poder superior era una especie de imperio, Estados Unidos. Yo creo que se trata de grandes instancias, desde la Unión Europea a las superpotencias que, finalmente, imponen lo que hay que hacer.
¿Con qué consecuencias?
El impulso popular, al llegar al Parlamento, queda cortado. La fuerza de la gente, que va hacia arriba, se ve neutralizada por otra que va hacia abajo. Esto desnaturaliza la actividad de los partidos, que no pueden transmitir la voluntad de la población y desnaturaliza la democracia al convertirla en limitada.
¿Por qué se imponen estos poderes no electos?
Porque son poderes fácticos muy difíciles de desmontar, si no imposibles. Si se tratara de desmontar el complejo militar en Estados Unidos se produciría un cataclismo, porque da trabajo a millones de personas. A veces se transforma; por ejemplo, redujeron el Ejército, pero crearon compañías privadas de seguridad que asumen toda la intendencia del Ejército.
También cambian los trabajadores.
Los cambios entre los obreros se producen por dos vías: el ataque neoliberal y el cambio tecnológico. El primero acaba con las concentraciones de trabajadores en las fábricas; el segundo, los pone en la calle. La gran factoría que agrupaba a medio millar de trabajadores ya no existe. Y si la hay, se dispersa a los obreros en talleres, sin comunicación. Paralelamente, se convierte a los trabajadores despedidos en patronos de sí mismos, para seguir haciendo lo mismo que hacían.
¿Todos se hacen burgueses?
Decía Pasolini que la burguesía, más que una clase social, es una enfermedad tremenda y contagiosa. Debe de ser verdad porque ha contagiado a las clases trabajadoras y también a las dirigentes de Cuba, de China. No digamos a los dirigentes rusos, que lo que buscaban era un cambio de sistema para convertirse ellos en propietarios.
Habla usted de tres poderes, el económico, el político y el simbólico.
El principal es el económico. En la época feudal, todos los poderes eran uno solo. En la modernidad, se diferenciaron claramente el económico y el político. El simbólico pasaba desapercibido. Hay un estudio del poder en el siglo XVII que muestra cómo se presentaba ante todos la “clase ociosa”, con sus vestimentas y sus joyas. Hoy eso ha desaparecido. Ya no existe ese patrón que en el siglo XIX se caracterizaba con billetes saliéndole de los bolsillo. Hoy el patrón es un fantasma. Podemos citar unas pocas grandes fortunas, pero lo normal es que el trabajador ignore quién es el dueño de la empresa. Puede ser un fondo de inversión o una multinacional. Lo que es importante, de todas formas, son los poderes económico y político. Si están en desacuerdo puede ganar el político; si están de acuerdo, se hace lo que dice el poder económico. Y luego está la fuerza del poder simbólico, que nos hace a todos burgueses y nos convence de que no hay nada que hacer.
¿No hay nada que hacer?
Sí, pero... Creo que entre el capitalismo y el poscapitalismo habrá un periodo largo, sobre todo medido desde la vida humana. También lo hubo entre el feudalismo y el capitalismo. Nos falta tiempo para dejar atrás el capitalismo. Habrá un periodo en el que tendremos que eliminar desigualdades, sustituir la igualdad proclamada por el capitalismo, que nos iguala a todos ante una ley, la misma para todos, por una especie de derecho en las desigualdades. Por ejemplo, lo que han conseguido las mujeres para salir de una situación de opresión. El tiempo libre tras el parto fue primero un privilegio y poco a poco lo convertimos en un derecho de igualdad, al permitir que el permiso lo tomen el hombre o la mujer. Se trata de ir suprimiendo desigualdades importantes, de recuperar el impulso socialdemócrata en el sentido originario de la palabra, no en el del PSOE.