Joris Luyendijk es un periodista y antropólogo holandés que hasta 2011 no tenía conocimientos especializados sobre las finanzas —su campo de acción había sido hasta entonces Oriente Medio y la industria automovilística de su país—. Precisamente por eso, el entonces director del periódico británico
The Guardian,
Alan Rusbridger, le pidió que se adentrara en el mundo de la City —el barrio financiero londinense— y contara de forma comprensible, en un blog del diario, lo que fuera descubriendo.
Entre tiburones. Una temporada en el infierno de las finanzas (Malpaso, 2016) es la narración en forma de libro de esas conversaciones y de la idea que Luyendijk se fue haciendo de ese desconocido mundo de las finanzas.
¿Qué es ‘Entre tiburones’?
El libro es un intento de explicar las finanzas y los bancos a gente normal de manera comprensible, algo que el periodismo económico, una suerte de idioma extranjero para los que desconocen la jerga financiera, no suele hacer. Hay cosas que son muy importantes que la gente no sabe cómo son. La Unión Europea es muy importante y la gente no tiene ni idea de cómo funciona. Yo trabajaba en Oriente Medio y me parecía que la manera en que mucha gente de derechas piensa en los musulmanes es parecida a la manera en que mucha gente de izquierdas piensa en los banqueros. Los odian, pero no saben nada de ellos y no quieren saberlo, solo quieren odiar. ¿Cómo acceder entonces a un mundo tan cerrado como el de las finanzas? La solución era hablar con las personas que trabajan en esos bancos y preguntarles, como seres humanos, qué pensaban de su actividad, cómo la justificaban.
Parece un mundo muy opaco.
Fue muy difícil, porque en los bancos hay un código de silencio. Pero lo que pude descubrir es que el problema no es que la gente sea mala —en realidad es gente más o menos como nosotros—, sino que el sistema es tremendamente malo. Los banqueros son recompensados por hacer cosas dañinas para la sociedad, para sus clientes, para la economía. Y por eso lo hacen. Porque les recompensan. Cada vez que alguien vendía un producto tóxico a un jubilado, recibía una recompensa. Cada vez que alguien le daba un crédito a un promotor inmobiliario para que hinchara la burbuja, recibía una recompensa. Pero cuando todo explotó, nadie fue castigado. Es como un catolicismo sin infierno: si te portas mal no importa porque no hay castigo. Eso es una receta para el desastre.
Quien pierde no es el ejecutivo, pero quizá sí el accionista.
Antes, los bancos de inversión de la City y Wall Street eran organizaciones pequeñas en las que los ejecutivos eran al mismo tiempo los propietarios. Cuando las cosas iban bien, ganaban muchísimo dinero, pero era su propia fortuna la que estaba en juego y cuando las cosas iban mal, perdían. Pero a partir de los años 80, estas compañías pasaron a cotizar en bolsa. Ahora el riesgo es de los accionistas. Y a los directivos se les paga una parte de su sueldo con acciones y opciones de compra. Cuanto más suban las acciones del banco, más valen sus acciones y opciones, y para aumentar ese valor asumen más riesgos. Es como jugar a la ruleta rusa con la cabeza de otro.
¿Estamos condenados a una nueva crisis? ¿Podemos evitarla?
Creo que lo más sorprendente de la crisis de 2008 y la eurocrisis con Grecia es que fueron inesperadas. Y creo que ese es el problema más importante de las finanzas: no es gente mala conspirando, es simplemente un caos. Un banco está formado por muchas islas, y una isla no tiene ni idea de lo que está sucediendo en otra isla. Unos departamentos no se comunican con
“El mayor problema de las finanzas de hoy no es que haya gente mala conspirando, es que son un caos”
otros y compiten entre sí sin saber lo que hacen. Un ejecutivo me dijo que hay que dejar de pensar en el término “el banco” y pensar en un grupo de individuos en posiciones de poder que trabajan para esas posiciones. En todo caso, lo que hemos aprendido de 2008 y después de Grecia no es que ningún banco deba volver a quebrar, sino que debemos diseñar un sistema en el que los bancos puedan quebrar de una manera segura. Bancos más pequeños, más simples, gestionados por ejecutivos que sean responsables personalmente de su gestión: que cuando las cosas vayan mal, nadie pague un precio más elevado que los banqueros. Nadie debería tener más razones para que los bancos sean seguros que los propios banqueros. Y eso significa que si tu banco quiebra, pierdes el yate, pierdes el traje, pierdes el reloj. Lo pierdes todo y te pasas el resto de tu vida devolviendo el dinero.
¿Y se puede desfinanciar la actividad económica?
Cualquiera que sea el problema político al que mires, si profundizas un poco siempre acabas encontrándote con los bancos. El lío europeo tiene que ver con los bancos. Después de 2008, muchos bancos prestaron demasiado dinero a Grecia y volvieron a decir: “¡Lo sentimos, pero hemos vuelto a hacerlo! ¡Tenéis que rescatarnos!”. Y ahora todos nosotros, como contribuyentes europeos, tenemos que rescatar a los bancos. El sector financiero está fuera de control.
Pero al mismo tiempo usted dice que las personas no son responsables de lo que ha pasado. Que lo es el sistema.
Sí. ¿Por qué nadie fue a la cárcel después de 2008 o con la venta de productos tóxicos aquí en España? Porque lo que hicieron estaba permitido por la ley. Lo que hay que hacer es conseguir que los políticos digan: “Si ese banco tiene que ser rescatado, lo pagas tú”. Solo hay que hacer una ley. Lo que sucede es que los bancos han logrado capturar a los políticos. Tras el estallido de la crisis cometimos un gran error al culpar a los banqueros, porque tuvieron tentaciones evidentes: podían ganar montañas de dinero vendiendo productos tóxicos a jubilados. Por supuesto, podemos implorarles: “¡Por favor, no vendáis productos tóxicos a jubilados!”. Pero también podemos cambiar la ley para que simplemente no puedan hacer algo así.
Sin embargo…
Está el problema de las puertas giratorias. Los políticos responsables de controlar los bancos en 2006, diez años después trabajan para esos mismos bancos. Ha pasado en todas partes: en Suiza, en Holanda, en Gran Bretaña...