Virus en lista de espera
Además del Zika, virosis nuevas y otras reemergentes inquietan a la comunidad internacional mientras cada año se duplica el número de agentes víricos conocidos
Hay un catálogo de virus para cada ser vivo, desde las bacterias al hombre, sean vertebrados e invertebrados, del reino animal o vegetal. Hay incluso virus que infectan a otros virus. Son los microorganismos más abundantes en los océanos. Su función en la naturaleza es un misterio. “Están en todas partes, lo cual nos hace suponer que tienen algún papel en la naturaleza, no solo provocarnos enfermedades a nosotros, el ganado o los cultivos, sino alguno más importante, porque al final la mayor parte de ellos no nos afectan. Solo unos pocos —explica— establecen una relación patológica con el hospedador y son los que nos preocupan.”
Inquietan, y mucho, a la comunidad científica, a los gestores sanitarios nacionales, a entidades como la Organización Mundial de la Salud y a la opinión pública internacional. El Zika y también el episodio de ébola de 2014 —que la OMS acaba de declarar superado, con un saldo de 11.300 muertos y casi 29.000 infectados— han supuesto un aldabonazo general. Dos virus de origen africano, supuestamente conocidos y descritos hace tiempo, para los que no existen vacunas, han rebasado cualquier previsión en sendos brotes epidémicos muy graves, de magnitud inesperada.
Hay un catálogo de virus para cada ser vivo, animal o vegetal. Hay incluso virus que infectan a otros virus
Hace dos años el ébola desbordó su ámbito habitual, pequeñas aldeas rurales perdidas y aisladas donde la infección se apagaba después de unas decenas de casos, para saltar al multitudinario medio urbano por primera vez en la historia de este virus. El Zika, del que se estiman hasta cuatro millones de posibles contagios, mantiene además perplejos a los especialistas. Ya nadie cuestiona su relación con los miles de casos de microcefalia en recién nacidos en Brasil y otros países americanos afectados, ni con el aumento anómalo de cuadros de Guillain-Barré, un raro síndrome neurológico autoinmune. Sin embargo, la naturaleza escurridiza de este virus —transmitido por mosquitos Aedes— y sus estrategias de infección celular aún albergan demasiados interrogantes. La directora general de la OMS, Margaret Chan, fue muy clara hace unos días: “Cuanto más sabemos, peor pinta la situación”.
Hasta enero pasado, cuando el panorama empezaba a tornarse alarmante, toda la literatura científica existente sobre este flavivirus cabía en una carpeta escolar, como admitió el director del CDC (Centers for Disease Control and Prevention de EE.UU.), Tom Frieden. Nadie se preocupó cuando el virus apareció en la remota isla de Yap, en el Pacífico occidental, en 2007, con una cepa precursora en su genotipo de la americana actual. Nadie quiso financiar una investigación más a fondo de Brian Foy, el biólogo de la Universidad de Colorado que divulgó en 2011 el primer caso conocido —el suyo— de contagio del virus por vía sexual. A pesar de tratarse de un rasgo inédito en otras virosis similares que también tienen a los mosquitos Aedes como vector, “me dijeron que el Zika era demasiado desconocido, no era importante”, señaló hace poco Foy al Washington Post.
Impredecibles
“Es muy difícil predecir cuál puede expandirse y provocar una epidemia, cuándo o dónde. El ejemplo del Zika es muy revelador”, subraya Jiménez Clavero. “Hasta hace un par de años era una anécdota en los catálogos. Cualquiera de estos virus, por circunstancias que pueden tener que ver con el medio ambiente, o que el virus cambia para adquirir nuevas características, o por ambos factores, de repente da el salto, aparece donde no se le espera y tiene éxito en ese nuevo emplazamiento porque encuentra un vector apto o condiciones ambientales favorables. Eso es lo que es impredecible.”
Cada año dos o tres tipos de virus saltan de la especie animal que les sirve de reservorio natural al ser humano. Agentes patógenos de las aves, de murciélagos, roedores, del ganado… la lista es interminable. Los hay muy agresivos, con altos índices de mortalidad, otros se propagan fácilmente. Rara vez, por suerte, coinciden ambos rasgos en el mismo virus. Otro dique de contención es la dificultad de que virus de otras especies portadoras se transmitan de persona a persona. Pero si el virus se adapta y esa barrera cae, si alcanza a poblaciones no inmunizadas o con débiles sistemas sanitarios, la catástrofe está servida. La historia está llena de ejemplos: la fiebre amarilla, determinadas gripes o el sida.
Los radares internacionales se han afinado y escrutan los movimientos de una serie de virus señalados por su peligrosidad para la salud humana y/o su facilidad de transmisión. Algunos son recién llegados, otros están catalogados, lo que no significa que se conozca a fondo su idiosincrasia. En todo caso, “hablamos de virus emergentes o reemergentes cuando aparecen en un lugar o una población donde no estaban presentes antes, cuando aumenta su extensión geográfica o su incidencia, o cuando es conocido pero ha mutado y adquirido características nuevas”, resume Nuria Busquets-Martí, del Centre de Recerca en Sanitat Animal (CReSA), de la Universidad de Barcelona.
El Nipah, nombre de la localidad malasia donde fue aislado por primera vez, en 1998, designa a un virus (NiV) aún infrecuente pero con unos porcentajes de mortalidad superiores al 50%. Del medio millar de casos consignados hasta ahora, 252 tuvieron un desenlace fatal. Cursa con síntomas que van desde los propios de una gripe leve hasta síndromes respiratorios agudos y encefalitis mortal. El hospedador natural son algunas especies de murciélagos frugívoros del tipo zorro volador, aunque la infección llegó primero al hombre a través de un intermediario doméstico, ganado porcino infectado. Desde 2001 se acumulan evidencias crecientes de transmisión entre humanos. En India y Bangladés se han reportado brotes ocasionados por el consumo de savia de palmera datilera contaminada con la orina de los murciélagos y, posteriormente, contagios entre el personal sanitario y visitantes de los enfermos. No hay vacuna para el virus Nipah, como tampoco para el virus Hendra (HeV), directamente emparentado. Detectado en los suburbios de la ciudad australiana homónima en 1994, esta rara zoonosis la transmite la misma familia de murciélagos. Afecta a caballos y humanos, y puede complicarse con afecciones neurológicas y un colapso respiratorio letal.
El MERS —acrónimo inglés de Síndrome Respiratorio de Oriente Medio— es otra de las amenazas sometida a vigilancia. Un coronavirus desconocido hasta hace cuatro años, cuando fue descrito en la península Arábiga, y cuyo reservorio animal es el camello. Los afectados padecen una severa insuficiencia respiratoria que ha causado la muerte de 597 infectados, casi el 36% de los 1.677 casos notificados a la OMS —los últimos 25 a mediados de marzo—, la mayoría en Arabia Saudí y otros países de la región, así como algunos en el sudeste asiático.
“Lleva ya algunos años con un goteo constante de casos, e incluso ha llegado a exportarse y a producir transmisión humana de forma limitada pero que han causado alerta en Corea del Sur”, recuerda Miguel Ángel Jiménez Clavero. “Cualquiera de estos virus está contenido, pero como tienen la fea costumbre de adaptarse e ir cambiando, puede acabar dando el salto a la especie humana y a contagiarse de persona a persona.”
Es lo que sucedió con otro coronavirus de infausto recuerdo, primo del MERS. El Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), una neumonía atípica muy intensa con unos índices de letalidad que oscilaban entre el 12 y el 18% según los países, se expandió de China al mundo en 2002 y despertó el pánico por la facilidad con que se propagaba entre la población.
Gripes aviares
Candidato potencial a un brote pandémico de enfermedad respiratoria es el H7N9, un subtipo del virus influenza de la gripe aviar llegado de China —su inmensa cabaña avícola y sus masivos mercados de aves de corral son una cantera permanente— e identificado por primera vez en 2013. De momento no ha salido de las fronteras del gigante asiático, donde se han reportado casi 670 casos y 230 muertes. Existe el precedente de otro virus aviar, el famoso H5N1, que logró cruzar la barrera de las especies para contagiar al ser humano, aunque limitado en general a aquellas personas en contacto muy directo con aves enfermas. Su periplo geográfico arrancó en Hong Kong en 1997 y ha generado un goteo de casos —algo más de 500— en el resto de Asia, África y Europa, con infecciones muy agresivas, enormes pérdidas económicas en la industria avícola y un 60% de mortalidad en humanos, muy superior al de cualquier gripe.
Hay muchos más microorganismos víricos que podrían protagonizar la siguiente gran epidemia: el Norovirus o gripe gástrica —que cada año siega casi 200.000 vidas de menores, ancianos y pacientes con inmunodeficiencias, sobre todo en los países más pobres—, el virus Mayaro en Sudamérica, la fiebre hemorrágica de Lassa, el virus Usutu o la encefalitis japonesa, ambos flavivirus emparentados con el dengue, y tantos otros. El Usutu se aisló en Sudáfrica en 1959 en mosquitos y posteriormente en aves silvestres —mirlos—, y en la última década se ha detectado su presencia en varios países de Europa, incluida España. Hay evidencias de su capacidad patogénica para el ser humano.
La penúltima amenaza remite a tiempos que se creían superados. La fiebre amarilla cabalga de nuevo. El virus —transmitido por el mosquito Aedes aegypti— es endémico de las zonas tropicales de su continente nativo, África, y de América, adonde llegó con el comercio de esclavos en el siglo XVII. La vacunación lo había hecho retroceder, pero hay señales de que se ha reactivado o mutado, y enfrente tiene a una población cuya respuesta inmunológica se ha debilitado.
Hoy es posible dar la vuelta al mundo en menos de lo que tarda en incubarse cualquiera de las virosis
Angola sufre el peor brote de fiebre amarilla en 30 años. Los primeros casos se reportaron en diciembre en Luanda, la capital, y se ha extendido ya por varias provincias del país dejando casi 180 muertos, medio millar de infectados y varias decenas de casos exportados a otros países del entorno. La expansión en el medio urbano es lo que preocupa a los especialistas. La OMS y las agencias de salud regionales han activado planes de contingencia y liberado fondos para la vacunación masiva. Más de 5,7 millones de personas han sido inmunizadas, a costa de agotar las reservas mundiales de vacunas. La mortalidad por fiebre amarilla, una enfermedad aguda y hemorrágica, ronda el 20%, aunque puede llegar hasta el 50% en los casos no tratados.
Los virus emergentes abren nuevos frentes en distintas regiones del planeta, pero son las virosis tropicales, y sobre todo transmitidas por mosquitos, las que conquistan territorios. El aumento de las temperaturas, la adaptación a nuevos entornos de vectores tan versátiles como la familia Aedes —incluido el albopictus o mosquito tigre residente en España y en todo el Mediterráneo—, el transporte masivo de personas y mercancías, la emigración a las ciudades, los desplazamientos por conflictos armados… factores antropogénicos, en suma, confluyen para acrecentar un problema sin fronteras. Con el agravante de que hoy es posible dar la vuelta al mundo en menos de lo que tarda en incubarse cualquiera de los virus citados. Las crisis se globalizan a gran velocidad y plantean retos inéditos a la coordinación sanitaria internacional.
Territorio y medio ambiente
No solo se trata de cambio climático. Hay otros cambios ambientales y del territorio que liberan agentes potencialmente patógenos. “La población humana crece, necesita más recursos, nuevas áreas de cultivo, más regadíos, o la minería en medio de las selvas y la deforestación que ello implica. Todo eso —advierte Jiménez Clavero— pone a la especie humana en contacto con virus con los que nunca habíamos coincidido, y hace que los eventos de enfermedades infecciosas en general y víricas en particular estén aumentando en todo el mundo”.
La degradación de numerosos hábitats tiene como consecuencia la desaparición de especies. El resultado de esa pérdida de biodiversidad es que los mosquitos reducen su menú a unas pocas especies diana, entre ellas nosotros. Las buenas noticias son que, en general y salvo excepciones, las infecciones transmitidas por los Aedes y otros insectos no saltan de persona a persona con facilidad, y que las técnicas de detección de patógenos en laboratorio mejoran día a día.
Investigadores de la Universidad de Sidney han identificado una serie de factores biológicos que determinan la mayor o menor transmisibilidad de un virus entre humanos. El estudio, publicado en marzo en Proceedings of the National Academy of Sciences, analiza un total de 203 virus y, entre otras conclusiones, corrobora que los virus transmitidos por insectos vectores son menos dados a pasar de un enfermo a otro. En este sentido -dicen los autores- “aunque enfermedades como el dengue y el Zika suscitan alarma y mucha atención, son más la excepción que la regla general”.
También son una excepción las vacunas. Pocos de los ensayos y proyectos de inmunización contra virus emergentes pasan de la fase experimental a la línea de producción. Es un proceso largo y muy caro. Y hay otro factor disuasorio. Al cabo de unos meses de epidemia las poblaciones afectadas se acaban inmunizando de manera natural. Los grandes laboratorios son poco dados a poner en el mercado una vacuna si no tienen asegurado de antemano un retorno económico importante.