Hace siglo y medio, en el Caribe atormentado por la fiebre amarilla, un médico antillano, Louis Daniel Beauperthuy, comenzó a recelar de la proliferación de mosquitos que, curiosamente, solía preceder a los peores brotes de una enfermedad que decidió el curso de varias guerras en la región entre los siglos XVII y XIX. Beauperthuy no especificó entonces, pero entre los sospechosos potenciales estaba “el zancudo bobo de patas rayadas de blanco”,
Aedes aegypti, al que décadas después el cubano Carlos Finlay señaló como vector del mal. Aunque la fiebre amarilla se ha vuelto más infrecuente en América y África gracias a la vacunación, su agente transmisor sigue subido a la cresta de la ola y conquista nuevos territorios cada día. Responsable de propagar otras virosis emergentes como el dengue, chikungunya y ahora el zika, la familia
Aedes, incluido el mosquito tigre (
Aedes albopictus), ha pasado de tropical a global, se ha asentado en el primer mundo y plantea nuevos retos a los sistemas públicos de salud y a los científicos.
El dengue en particular está desatado. “Hasta cierto punto, esta enfermedad tropical desatendida ha tomado al mundo por sorpresa, con pocos esfuerzos coordinados nacionales e internacionales”, admite la
Organización Mundial de la Salud (OMS). Según estimaciones conservadoras del propio organismo, ha multiplicado por 30 su incidencia en el último medio siglo y se registran entre 50 y 100 millones de infecciones al año, aunque dado que a menudo cursa con síntomas parecidos a los de la gripe se asume que está infradiagnosticada. En sus formas hemorrágicas más severas causa unas 20.000 muertes anuales, sobre todo de niños. Representa una carga abrumadora para los sistemas de salud en Iberoamérica, el sudeste asiático y el Pacífico occidental y una amenaza potencial para 2.500 millones de personas, el 40% de la población total. Hasta 1970 era endémico en 9 países; hoy, en más de 100. El primer mundo ha dejado de ser inmune. Ya no se trata solo de casos importados desde las zonas de riesgo por viajeros y turistas, también hay contagios locales. Francia y Croacia reportaron episodios en 2010, Madeira sufrió en 2012 un brote de 2.000 casos —varios se diseminaron por otros 10 países del continente— y en 2014 el dengue regresó a Japón después de una tregua de 70 años.
Aunque aún no alcanza los niveles del dengue, el virus chikungunya ha demostrado un patrón de crecimiento explosivo, sobre todo en el continente americano —norte, sur y Caribe—, donde se han notificado más de 1,8 millones de casos locales desde 2014. Italia (2007) y Francia (2014) han sufrido brotes autóctonos transmitidos por el mosquito tigre y este
Se registran entre 50 y 100 millones de infecciones de dengue al año: ha multiplicado por 30 su incidencia
verano se temió un contagio del virus en Gandía (Valencia) que resultó un falso positivo. El zika, oriundo de África, saltó primero a Asia transportado por el
Ae. aegypti y es ya una realidad en el continente americano, con brotes importantes en Colombia y Brasil que han irradiado a varios países limítrofes. Se lo consideraba una amenaza menor hasta que este mes el Gobierno brasileño ha vinculado este virus con un aumento anómalo de casos de microcefalia en recién nacidos — 1.761 según el último boletín epidemiológico— en las localidades más afectadas. No hay aún vacunas ni antivirales específicos contra ninguna de estas enfermedades. Los tratamientos son solo paliativos a base de analgésicos, antipiréticos e hidratación mientras duran los síntomas, entre una y dos semanas en circunstancias normales, salvo complicaciones.
Las buenas noticias llegan desde el frente de la malaria. Sigue siendo la peor de las plagas transmitidas por artrópodos —el mosquito
Anopheles como vector del parásito
plasmodium, en este caso— y mata a casi medio millón de personas al año en el mundo, pero la mortalidad se ha reducido un 60% y la incidencia global un 37% desde 2000, según el reciente informe de la OMS. En menores de cinco años, todavía las principales víctimas del paludismo, las defunciones han bajado un 65%. “La malaria —señala el documento— ya no es la primera causa de muerte infantil en el África subsahariana”. Inversiones, investigación y una panoplia de métodos preventivos y terapéuticos —uso de mosquiteras tratadas, test de diagnóstico rápido y fármacos combinados— “han evitado la muerte de más de seis millones de personas desde comienzos de este siglo”, en palabras de Margaret Chan, directora general del organismo.
Cambio climático y movilidad
Este escenario desigual en la guerra contra el mosquito no invalida el principio general: las enfermedades tropicales de las que es portador se diseminan por el mundo favorecidas por el aumento general de las temperaturas y el transporte internacional masivo de viajeros y mercancías como los neumáticos y las cañas huecas de bambú, entre otras. También por la adaptabilidad que ha demostrado el género
Aedes al colonizar diferentes hábitats. Aunque
Ae.aegypti es el transmisor principal de los arbovirus citados, el
albopictus/tigre es igualmente un vector apto que va ocupando nichos en regiones templadas porque soporta un rango de temperaturas más bajas que su primo mayor y es más oportunista en sus necesidades de agua para procrear. Lo mismo sucede con un tercer miembro de la saga. El
Aedes japonicus prospera ya en Estados Unidos y se ha detectado en Alemania, Austria, Suiza, Francia, Holanda y Bélgica, entre otros países, según el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés). Entomólogos canadienses reportaron en noviembre los primeros avistamientos de este subtipo en la Columbia Británica, en el extremo oeste del país.
Como los virus van ligados al mosquito, si este hace acto de presencia tarde o temprano la enfermedad llegará. En países con sistemas sanitarios sólidos y condiciones de vida razonables no hay que alarmarse sino prevenir y adaptarse, como el propio mosquito. El mosquito tigre, de origen asiático, llegó a Europa en 1979 vía Albania. Desde entonces se ha naturalizado en Italia, el sur de Francia y, progresivamente —desde 2004—, en todo el arco Mediterráneo español, de Cataluña hasta Andalucía. También ha ido detectado en Baleares, Aragón y País Vasco, pero es muy probable que resida ya en otras comunidades. Un ritmo de dispersión muy notable que, dado que el rango de autonomía natural del mosquito no supera los 500 metros, solo ha podido darse gracias a la intervención humana. “Se ha ido extendiendo claramente por la autovía de la costa hasta Granada y Málaga, y luego hemos visto que por la N-2 ha llegado hasta Lérida e incluso a Huesca”, precisa Javier Lucientes, profesor de Parasitología de la Universidad de Zaragoza, miembro del grupo asesor de expertos del Ministerio de Sanidad.
Si algo destaca en el
albopictus además de su agresividad —pica también de día sin distinción de horarios—, es su carácter urbanita, un rasgo por lo demás común a todo el género
Aedes. Es un mosquito que vive en núcleos muy poblados y en íntimo contacto con su fuente principal de alimento, el hombre. “En Barcelona se ha comprobado que el 100% de las
Las enfermedades tropicales de las que es portador se diseminan gracias al aumento de las temperaturas
hembras (en todas las especies de mosquitos hematófagos solo las hembras pican porque necesitan las proteínas de la sangre para madurar sus huevos) de mosquito tigre estudiadas se alimentaba de sangre humana, a diferencia del mosquito común, que también pica a otros mamíferos”, explica Rubén Bueno, biólogo de la Universidad de Valencia y director en España de la Asociación
Europea para el Control del Mosquito (EMCA, por sus siglas en inglés). Otra característica que atestigua la plasticidad de la especie y la ventaja que esta le confiere es que sus huevos hibernan solo cuando lo necesitan.
“Se ha adaptado a Europa y puede pasar el invierno en forma de huevo, a diferencia de los trópicos, donde está activo todo el año”, explica Bueno. Esos huevos hibernantes facilitan la transición y la reproducción en climas templados, pero al llegar a zonas más cálidas recupera su patrón natural. “En el sur de Murcia hemos comprobado que la especie está activa todo el año, también pica en invierno, o sea que está replicando el comportamiento tropical”, añade.
Para la eclosión de las larvas, los
Aedes —de cualquier tipo— necesitan tan poca agua como la que cabe en la chapa de un refresco. Platos de macetas, depósitos de riego, jarrones o el charco más diminuto le sirven. “En Latinoamérica, por ejemplo, los cementerios son lugares importantísimos de cría, por los jarrones de flores, o las iglesias por la misma razón. He visto allí al
Ae. aegypti criando en cocinas”, detalla Lucientes. A veces basta con que haya rastros de agua, marcadores que la hembra detecta y que le indican que es un lugar donde “en algún momento se volverá a acumular líquido”.
Se trata de “un problema muy diferente al de los mosquitos tradicionales, porque las larvas de
Aedes albopictus se desarrollan en aguas que están en pequeños recipientes, dentro de las viviendas. Eso las deja fuera del alcance del control de la Administración, que desde hace 25 años se ocupa eficazmente de los mosquitos autóctonos”, refiere el
Servei de Control de Mosquits del Baix Llobregat, el primero que detectó la presencia del mosquito tigre en España. Para frenar su expansión “una parte muy importante del trabajo —añade— la han de hacer los mismos ciudadanos en las zonas de riesgo, suprimiendo los recipientes con agua en sus hogares”. Iniciativas como la web
atrapaeltrigre.com, coordinada por el
Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC), solicitan la participación ciudadana a través de aplicaciones digitales para la detección temprana del mosquito tigre y la alerta sobre sus lugares de cría.
Erradicar al tigre o a cualquier otro insecto invasor igual de versátil es posible técnicamente. Se hizo con el
Anopheles y la malaria en España en los años 60, pero eran otros tiempos de menos movilidad de personas y mercancías. “Hoy resultaría carísimo y con el riesgo grande de que en unos pocos años, cuatro o cinco, se reprodujese otra vez el fenómeno”, opina Lucientes.
Mientras la industria farmacológica afronta sus propios desafíos con el desarrollo a medio o largo plazo de vacunas y/o tratamientos específicos contra el dengue, el chikungunya o el zika, la expansión de los vectores que las transmiten retan a los poderes públicos y demandan más inversiones en prevención. “Esa es la pata que cojea”, recalca Rubén Bueno. “La dotación de buenos programas de control tiene que redimensionarse. No podemos trabajar con los mismos presupuestos para el control de mosquitos que hace 10 años”, insiste. Hay ejemplos próximos de cómo abandonar o recortar los programas contra vectores por la crisis económica afecta muy pronto a la salud pública. “En Grecia se han declarado varios picos recientes de malaria, o el mismo brote de dengue en Madeira”, recuerda.
Se necesita “un enfoque integrado, supramunicipal” de vigilancia, afirma. Es cuestión de tiempo que surja en España un caso autóctono de dengue o de chikungunya, y llegado el momento “puede extenderse más o menos dependiendo de los medios con que cuente el ayuntamiento en cuestión, y no debe ser así; es una cuestión de salud pública”.
Química vs. genética
Arantza PrádanosLa bioingeniería lleva años utilizándose en la agricultura para el control de plagas en cultivos. Ahora los ensayos de manipulación genética, siempre controvertida, abren nuevas expectativas en la lucha contra los vectores de enfermedades de transmisión humana, hasta hace poco limitada a los insecticidas químicos y a los métodos de barrera. Unos y otros han comenzado a generar resistencia y cambios adaptativos en el comportamiento de los mosquitos. Equipos internacionales trabajan con distintas técnicas de laboratorio para reescribir el genoma tanto del Anopheles como de los Aedes y lograr, según los casos, acortar su ciclo de vida para que no procreen, bloquear su capacidad reproductiva o anularla por completo.
La propuesta más ambiciosa y controvertida es la edición genómica con el método CRISPR-Cas9, que permite borrar, insertar, modificar o reemplazar fragmentos de ADN en un individuo y activar, además, una reacción en cadena (gene drive) que acaba transmitiendo esa misma alteración al resto de individuos de una población. Un equipo de la Universidad de California ha logrado mosquitos Anopheles —de la variedad stephensi característica de la India— inmunes al parásito de la malaria. Una vez identificados los genes mutados responsables de esa inmunidad, los insertaron en el ADN de embriones. Como método de control, les acoplaron además un gen “de ojos rojos”. Los recién nacidos que tuvieran ojos rojos serían portadores del gen antimalaria; el 99,5% nació con ojos rojos. La carga genética resistente a la malaria no afecta solo a cada ejemplar, sino que cada uno, en el supuesto de aparearse con individuos silvestres, transmitiría la mutación a toda su descendencia. En teoría, la técnica sería aplicable a cualquier especie. En una carta publicada en Science, 26 de los mayores expertos mundiales en ingeniería genética reclamaron responsabilidad y estrictas medidas de control que impidan escapes accidentales. La introducción en la biosfera de organismos transgénicos altera irremediablemente equilibrios naturales y exige consensos públicos, transparencia y análisis rigurosos de ventajas y costes.
También el dengue es objeto de proyectos de bioingeniería. En primavera el Gobierno brasileño autorizó la suelta de mosquitos Aedes aegypti modificados en Piracicaba, afectada por un brote alarmante de dengue. Los machos liberados portaban el gen autolimitativo (OX513A, de la firma biotecnológica británica Oxitec). Según los resultados publicados en julio en PLOS Neglected Tropical Diseases, la población de mosquitos en la zona se habría reducido en un 95%, una proporción superior a la de una experiencia previa con el mismo gen en las Islas Caimán en 2010.