Trampantojos electorales
El entretenimiento ha sustituido al debate, muerto o asesinado el pasado 13 de junio por voluntad de los políticos
La nueva campaña electoral de la legislatura más breve de la democracia se está saldando con el reinado de los magacines matinales de televisión, que han invadido el prime time para ofrecernos la dimensión más idealizada y personal de los cuatro candidatos. Frente al debate político de las ideas, el magacín es un viejo formato de variedades, que Umberto Eco definió en La estrategia de la ilusión (Lumen, 1986) como un contenedor híbrido de géneros, en el que todo se mezcla, información, opinión, entretenimiento, música y hasta ficción, para que así puede alargarse en un bucle hasta el infinito. Quizá, según los expertos, se deba a que las mujeres, que son las que más ven esos programas, constituyen el perfil que más abunda en ese 30% del porcentaje de indecisos que recogen las encuestas.
La televisión es el medio preferido por la mayoría para informarse sobre la campaña electoral
Presentadoras de ese formato, las dos reinas de la programación de las mañanas de Antena 3 y Telecinco, Susanna Griso y Ana Rosa Quintana, han desembarcado en el horario de máxima audiencia de sus cadenas para convertirse en las maestras de ceremonias de los nuevos formatos de la televisión política, en los que los cuatro candidatos han podido difundir la ilusión óptica de sus vidas íntimas y sus personalidades arrolladoras, en el transcurso de Dos días y una noche, y rodeados de infantes en Quiero gobernar.
La muerte del debate
El entretenimiento ha sustituido al debate político, muerto o asesinado el pasado lunes 13 de junio en el photocall del Palacio de Congresos de Madrid por propia voluntad de unos políticos que pactaron una lamentable organización para que nadie perdiera y todos pudieran quedar como falsos ganadores. Sus organizadores, los mismos que antaño defendían que en la televisión no interesa la política, se empeñaron una vez más en que no hubiera nada espontáneo. Pero no pudieron evitar que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se acercaran a solidarizarse con los trabajadores de RTVE, que protestaban enfrente, que el estruendo de una bandeja al caer estropeara la intervención de Mariano Rajoy o que Vicente Vallés le repreguntara sobre sus promesas. El viejo normativismo ya no sirve de mucho para hacer frente a los imprevistos que imponen las redes. Rajoy, el supuesto beneficiado del formato, no pudo hacer frente a la extraordinaria actividad de esas redes sociales, y el debate generó 1,8 millones de mensajes, que dieron finalmente como ganadores a los candidatos emergentes. De igual modo, y quizá para hacer más llevadero el aburrimiento, la emisión del debate fue liderado por La Sexta, que también lideró en audiencias el posdebate, superando a TVE, para convertirse en la referencia informativa de la campaña.
Los organizadores del debate parecían conspirar contra la confianza que los españoles depositan aún en los medios de comunicación frente a los partidos políticos, según indican los datos del CIS. El barómetro realizado entre enero y marzo del 2016 confirma que la mayor parte de los españoles siguió la última campaña electoral por la televisión y que las cadenas preferidas fueron La Sexta, seguida a distancia por TVE y Antena 3. En radio, la favorita es la Cadena Ser, seguida por la COPE y Onda Cero.
La organización de este único debate televisivo venía a contradecir otra ilusión óptica electoral: las afirmaciones que el pasado 5 de junio, al inicio de la campaña, había hecho Javier Maroto, vicesecretario general del PP, en un coloquio sobre los medios audiovisuales celebrado en la Asociación de la Prensa de Madrid. Con los representantes de las otras tres formaciones políticas había abogado por la profesionalización e independencia de la televisión pública y por la libertad de expresión. Lo mismo hizo después el propio Rajoy al defender en plena campaña el modelo de la BBC para TVE, olvidándose de que había derogado la estructura, más próxima al canal británico, establecida por Zapatero.
Los sueños teatrales
Los datos del CIS coinciden con los del estudio de octubre del 2015 de Kantar TNS-Demoscopia, que ya avanzaban que la televisión es el medio preferido por más de la mitad (53,8%) de los españoles para informarse sobre la campaña electoral. Después prefieren internet y las redes sociales (citadas a estos efectos por el 21,9% de electores), seguidos por la radio (11,4%) y los periódicos y publicaciones en papel (9,6%). Las redes o plataformas sociales como Facebook o Twitter ya tienen una incidencia significativamente por encima de la media entre los menores de 35 años (58,4%) y entre los potenciales votantes de Podemos (56,3% frente a, por ejemplo, un 36,2% en el caso de los potenciales votantes del PP). Solo un 0,8% de la población considera útil la asistencia a los mítines.
La representación mediática de la política ya no es solo competencia de los periódicos, es una actividad presente siempre en toda la industria del entretenimiento. Ya dijimos en una referencia anterior (“Del infotainment al politainment”, 1 de marzo de 2016) que la política hoy no puede prescindir de la escenificación constante de los sueños y luces teatrales. Para que esta democracia del público deje muy atrás la democracia de los partidos, que profetizó Bernard Manin, aún hace falta la experiencia traumática de la refundación o disolución de los partidos tradicionales. Y a pesar de tanta campaña ese colapso todavía está pendiente en nuestro país.
Por eso esta convocatoria electoral se centra en la pugna entre el PSOE y Unidos Podemos emitida por televisión y las redes entre vídeos y catálogos de Ikea. La batalla por el voto de centroizquierda ha sido el eje de esta campaña, porque como siempre el granero de ese espacio es el más propenso a cambiar de voto y a determinar, por su tamaño, el resultado electoral. Cuando Pablo Iglesias afirma ahora que es socialdemócrata, o que Podemos tiene rasgos peronistas, no solo está pensando en las doctrinas de Gramsci sobre la hegemonía política sino también en la televisión como productora del tono emocional y, por tanto, del sentido político.
El ‘sorpasso’
La espoleta para salir de esta sensación de largo estancamiento electoral puede que sea lo que ha dado en llamarse el sorpasso. Durante muchos años esa posibilidad de que el PSOE fuera superado por su izquierda fue una ilusión óptica. Hoy muchos vuelven a alimentar ese espejismo, porque a todos interesa imaginar a un presidente descamisado y con coleta, porque consideran que esa imagen conducirá al voto útil.
El sorpasso, la escapada, fue un invento de Enrico Berlinguer del Partido Comunista Italiano, que en las elecciones generales de 1976 estuvo a punto de superar a Democracia Cristiana. Faltó poco, pero años después los comunistas también tuvieron que refundarse para acceder al gobierno. Grecia es la referencia actual, porque en el 2012 Syriza desbancó al Pasok. Y desde entonces, el sorpasso se ha convertido en una especie de asignatura pendiente de un sector de la izquierda europea.
Que Obama visite a Iglesias
A mediados de los años 90 en España, Julio Anguita importó esa doctrina fracasada para sustituir al PSOE, pero en las elecciones de 1996 se quedó 27 puntos por debajo de Felipe González. Hoy la ilusión óptica del sorpasso se refuerza con la crisis de la socialdemocracia y con el hecho de que la izquierda en Europa se ve abocada a ser o nueva o bisagra. Para que esa ilusión óptica se materialice en España hará falta que Unidos Podemos obtenga más votos y escaños que el PSOE. Que Unidos Podemos y el PSOE obtengan más de 170 escaños. Que un PSOE “sorpassado” en crisis apoye a Pablo Iglesias. Que Obama visite a Iglesias en julio y que Bruselas haya digerido el referéndum del Brexit.
El viejo normativismo no sirve para hacer frente a las redes. El debate generó 1,8 millones de mensajes
De momento, la ilusión de esta campaña se esconde en los datos del estudio de Kantar que señalan que casi 3 de cada 10 españoles no tienen definido su voto, siendo las mujeres y las personas más jóvenes (entre 18 y 34 años) los que más abundan en ese grupo de indecisos. Y a mayor edad, mayor decisión respecto a la intención de voto. La conocida como generación millennial (18 a 34 años) concentra un tercio de electores indecisos, seguida por la generación X (30,6%), los baby boomers (26,3%) y los mayores de 65 años —o generación silenciosa— (22%). Pero como en Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960) de Jean-Luc Godard, todas las road movies suelen acabar mal o como en el film de Dino Risi, precisamente titulado Il sorpasso: todos huimos de nosotros mismos para encontrar la libertad en los espejismos y en las ilusiones ópticas.