Renata Adler. La escritora más moderna
Oscuridad total tiene una peculiar estructura para un argumento conocido: una historia de amor y desamor
Es un “género en sí misma, una narración discontinua en primera persona”, escribió Muriel Spark
Oscuridad total cuenta una historia de amor, de desencuentro y de ruptura, con un final más o menos abierto que deja intuir una posible reconciliación. La narradora, Kate Ennis, es periodista y tiene una relación con un hombre casado, Jake, que además es su vecino en la isla de Orcas: “Bueno, él vino a verme una noche que estaba borracho, con su perro y caminando con una linterna. Le dimos un poco de agua al perro y los llevé a casa en coche. Hizo eso varias noches, a lo largo de los años”. El argumento no es original, la modernidad de este libro está en su construcción y en la voz de la narradora: la estructura, como ya sucedía en Lancha rápida, es fragmentaria y no lineal.
Un relato insertado
Está divida en tres partes. La primera y la última, se centran en la historia de amor y desamor de la narradora, y aparecen personajes que componen un retrato coral y de contexto (viejos amigos, compañeras de la facultad, un mapache que va a morir a la casa en la que pasa unos días Ennis —“Creía que estaba empezando a confiar en mí, cuando en realidad se estaba muriendo”—, la mujer de Jake o abogados con los que discrepa sobre los refugiados o un asesino a punto de cumplir condena). La segunda parte, de la que toma el título para el libro, sucede en Irlanda, adonde la narradora viaja para olvidarse de su enamorado. El relato central sobre “el asunto de Irlanda” se diferencia de las otras dos partes en que tiene identidad propia, podría funcionar por sí mismo como un cuento de terror, sobre la paranoia. En ocasiones recuerda al tono que maneja Larry David en Curb Your Enthusiasm, entre el patetismo y la comedia. Es más lineal y menos interrumpida que la primera y tercera partes.
Novela con estribillos
Hay frases que se van repitiendo a lo largo de la novela y que funcionan como estribillos que a veces anticipan lo que va a suceder (“¿Puede ser que, accidentalmente, tirara lo más importante?”; “La verdad era que había algo en el cubito de hielo”), a veces funcionan como recuerdo de lo sucedido (“¿Le habría costado tanto, alguna vez en todos estos años, llevarla una semana a Nueva Orleans?”; “¿Sabes? Eres, fuiste lo más parecido que tuve en mi vida a una historia real”) y otras resumen una idea, una reflexión sobre el mundo, y son casi aforismos (“El punto de inflexión en el periódico fue la introducción de la firma”; “El mundo es todo lo que acaece”).
Esta novela forma parte de las que, además de contar una historia, cuentan el proceso de escritura
En el posfacio de Oscuridad total, Muriel Spark afirma que esta novela, como la anterior, es un “género en sí misma, una narración discontinua en primera persona. La mente de Adler es analítica y su estilo, efervescente”. Adler juega con todo: introduce reflexiones, ideas aparentemente inconexas sobre lo que debe ser una historia y cómo ha de contarse, sobre literatura, sobre lectura y sobre feminismo. Hace así que esta novela forme parte de las que, además de contar una historia, se cuentan a sí mismas y el proceso de escritura. Hay también una pista, tal vez falsa, sobre la correspondencia entre la autora y la protagonista: cuando al huir de Irlanda decide dar un nombre falso pero que se parezca al suyo por si tiene que dar explicaciones, se le ocurre Alder.
Oscuridad total no tiene el ritmo de Lancha rápida, comparten el sentido del humor, pero el cinismo con el que la narradora de la primera novela mira al mundo se ha convertido aquí en otra cosa: en la necesidad de comprender el mundo y en el deseo de explorar los sentimientos de una manera sincera.
Renata Adler
Traducción de Javier Guerrero Sexto Piso, Madrid, 2016,
182 págs.