Poesía. Completando a Emily Dickinson
Se cumplen 130 años de su muerte. Se recupera la edición bilingüe de su poesía completa
Si quien dice textos incluye la poesía que se escribió con intención de perdurar (Cuando los Vientos arrastran Bosques en sus Garras — / el Universo — está en calma), y quien dice lectura alude a una experiencia concreta de asimilación de los materiales culturales a la manera que propuso, mediante la asistemática de la acumulación de sentido, el compilador de ideas sobre la lectura que fue Walter Benjamin, el descubrimiento o el reencuentro de la voz de Emily Elizabeth Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830 - 1886) a este lado del océano Atlántico y en nuestro siglo puede devenir una de las experiencias literarias más apasionantes. Cada vez que se forcejea con su genialidad, el mundo se reordena.
A su Casa ridiculizada
Llegó una Mala Hierba del Verano —
Ella no conocía su baja estación
Ni el Nombre de la Ignominia —
Evitar la lectura tópica
Al tratarse de una dama blanca de las letras a la que suele preceder una leyenda con sus imprecisiones, se corre el peligro de caer rápidamente en la lectura más tópica. A menudo se lee con un modo de lectura predeterminado que se dispara solo debido a esa inercia cultural que indica cuándo manifestar públicamente que algo gusta. Hay un modo demasiado complaciente de leer y valorar la furia de esta creadora de un lenguaje metafórico único y preciso que escribió para vivir su tiempo presente como le viniera en gana y que dejó para la posteridad 1.775 poemas dentro de un baúl, organizados en cuadernillos cosidos por ella misma mientras permanecía atenta al mundo que le rodeaba.
Se equivoca con tu Alma
Como Intérpretes con las Teclas
Antes de descargar toda su Música —
Te petrifica por Grados —
Gusta más porque es bonito que guste que porque se lea en profundidad y se trate en su complejidad
Emily Dickinson quizá gusta más porque es bonito que guste, o porque no puede no gustar, que por la contundencia de estos versos. Gusta más con el icono del pulgar que asoma al apretar una tecla que por ser leída en profundidad y tratada en la medida de su complejidad no exenta de humor ni ironía exquisita. Citarla, o disponerse a comentar un racimo de sus poemas de puntuación y sintaxis irreverentes con la tradición, a menudo ha sido, sobre todo en las primeras ediciones póstumas, visitar ese lugar decimonónico del daguerrotipo ovalado, el único retrato que se conserva de ella, con el camafeo, el pelo lacio, la raya en medio, la mirada apuntando el paso de los siglos. Acaso también el lugar previsible de las gentiles damas amaneradas como estado femenino, sin un ápice de la rebeldía o la subversión que ocultan y muestran la mayoría de sus poemas. En su lenguaje único, los versos dickinsonianos también son flores del mal.
La Verja del Rumor fue cerrada tan rígida
Antes que naciera mi mente
Que ni siquiera un empujón del Pronóstico
Puede hacer una Abolladura en ella —
A dicha “topificación” o universalización del modo complaciente de leer a Emily Dickinson contribuyó, entre otras lecturas críticas de corte patriarcal, el servicio de correos de Estados Unidos cuando en 1971 emitió un sello postal en honor de la poeta nacida en Amherst, autora también de una prolífica correspondencia mantenida con las personalidades más luminosas de su entorno. Junto a una variación del mencionado retrato, para el sello se escogieron unos versos con un lenguaje indistinto y de fondo previsible que podrían haber sido escritos por otras versificadoras del XIX:
Si puedo conseguir que un Corazón no se rompa
No viviré en vano
Si puedo calmar la Pena de una Vida
O aliviar un Dolor
[...]
No viviré en Vano
Seguramente pretendían representar a una poeta nacional, grande y accesible. Sin embargo, basta prestar atención a la agresiva insignificancia de la voz de Dickinson para comprobar la imposibilidad de sintetizar su magnitud en un sello postal.
Los numerosos poemas que escribió y reelaboró en la habitación de techos altos de la segunda planta de la casa familiar, esquinada y soleada, conforman la carta de elaboración más lenta, el legado cultural surgido de la estrategia creativa que la poeta comenzó a urdir desde muy temprano, en estrecha y valiente colaboración con su propio inconsciente. En su época no era habitual que una mujer, además de determinar el destino independiente de todas las decisiones de su vida, se dedicara a escribir y reescribir versos tanto o más “vergonzosos” como los que en ese momento estaba produciendo el otro genio americano, Walt Whitman. Desde su escritorio, una mesa pequeña con un cajón, Emily Dickinson escudriñó, entre otras temáticas que solo se afrontan desde la vertical que conduce directamente al abismo que pudo distanciarla en exceso de su entorno, sobre el suicidio, las pasiones físicas, la violación, las posesiones, la tumba.
El cirujano — no palidece — en el dolor—
Su Costumbre — es severa—
Pero cuéntale que ha dejado de sentir —
La Criatura que allí yace
La primera publicación
La decepción que para Emily Dickinson supuso la primera publicación de una entrega de siete poemas que confió a uno de sus primeros interlocutores, Thomas Higginson, quien —al no saber valorarlos dada su extrañeza y dificultad de encasillarlos en un modelo previo— los retocó para que resultaran más presentables, la posicionó en la coordenada geográfica y vital que nunca abandonaría: su comunidad y la casa que hoy es punto de interés turístico, en Main Street 280, Amherst. A partir de entonces, esta mujer práctica y cabal que también hacía pan y cultivaba flores decidió no publicar, o que la importancia de cuanto leyera, escribiera y aprendiera se encontraría en un arte de naturaleza distinta que nunca daría la espalda a su propia poética. En ese hogar del Valle de Connecticut vivió con su padre, su hermana Vinnie y su hermano Austin, quien se casó con una de sus mejores amigas.
Yo no recibo a nadie
Dice el Árbol Desnudo —
Con la Cofia de Abril —
Deseándoos un Buen Día —
Su hermana afirmó que Emily siempre buscaba a quienes la gratificaran intelectualmente. La poeta mantuvo el control de su disponibilidad, de sus relaciones con personalidades de categoría intelectual, tanto hombres como mujeres: su cuñada y amiga Susan Gilbert, Samuel Bowles, las Brontë, George Eliot, Elizabeth Barret, de quien leyó Aurora Leigh, uno de los primeros poemas narrativos sobre la vida de otra poeta.
Ante su sobrina Matty la poeta dibujó con un gesto de la mano una puerta y dijo “Aquí está la libertad”, ese lugar desde el que acaso, como cirujana, decidió “dejar de sentir” para diseccionar con pulso firme cada estado no necesariamente amable de su mente, cada encuentro conflictivo entre lo que ella era y sentía y lo que imponía la sociedad de su tiempo: el protestantismo calvinista, el romanticismo, además del precepto decimonónico de encorsetar literalmente los cuerpos y las mentes de las mujeres. Thomas Higginson, el citado editor fatal o provindencial, calificó de “parcialmente trastornada” a la poeta que firmaba la correspondencia a él dirigida como “Tu alumna”. Consciente quizá de la no conveniencia de trastocar antes de tiempo las relaciones sostenidas por una estructura patriarcal, el juego que practicó Dickinson fue la modestia, o la manifestación reiterada de una humildad que apuntaba a un triunfo futuro y, por qué no, de factura eterna. Ahora, al cabo de los siglos, la alumna puede ser leída como maestra.
Revisar los poemas de Dickinson en orden cronológico es comparable a escuchar su proceso creativo
La colección Visor presenta en tres volúmenes los 1.775 poemas o, como apunta el traductor José Luis Rey en el prólogo del segundo libro, las “epifanías” que Emily Dickinson escribió a lo largo de su vida, de la forma más adecuada para su lectura arqueológica, siguiendo el orden numérico que coincide mayoritariamente con el de su primera redacción. Salvo raras excepciones, la poeta no titulaba sus poemas. Leerlos cronológicamente es comparable a escuchar el proceso creativo de aquella que, en palabras de Susan Gilbert, “rápida como la chispa eléctrica en sus intuiciones y análisis, se apoderaba instantáneamente de la pepita”.
La edición en formato bilingüe acierta al seguir la inexpurgada del también biógrafo Johnson (1955) y completa con esta pieza canónica el conjunto de las ediciones en lengua castellana de la obra poética y epistolar de Emily Dickinson, entre las que ya destacaban las traducciones y exhaustivos estudios preliminares de Ana Mañeru y María-Milagros Rivera en Sabina Editorial.
En los prólogos de la edición que nos ocupa, José Luis Rey soslaya la “leyenda, cierta, de su vida aislada, de la bella de Amherst”, para atender a su clasificación dentro de la tradición a la que pertenece: “hija del padre de aquella literatura, Ralph Waldo Emerson”, “admiradora de las Brontë”, “influencias fundamentales de la Biblia y Shakespeare”, “poeta de lo trascendental”. El traductor da cuenta también de la recepción de su poesía entre poetas en nuestra lengua, con mención especial de las palabras que le dedicó Juan Ramón Jiménez: “E. D. fue una mujer en gracia que se llevó el secreto del mundo a la eternidad”. Quizá conviene destacar la puntualización con la que el prologuista asienta su mirada sobre la poesía dickinsoniana: esta poesía no puede ser reducida a una mera visión feminista, “no ha de hacerse de Dickinson la santa patrona de la poesía femenina, si es que tal cosa existe”.
Una furia vestida de blanco
La obra de Emily Dickinson podría leerse como un manual de instrucciones para la salida del armario del talento de la mujer artista ante una sociedad puritana que preferiría no tener que presenciar un espectáculo tan escandaloso. Así, con su furia vestida de blanco impoluto, cierta prolongación del estado de la niñez y de los diminutivos, y una modestia que no atendía a falsedades, contribuyó a forjar la leyenda que seguirá alimentando la necesidad de seguir leyéndola, traduciéndola y completándola desde todos los ángulos, desde todos los géneros. Al respecto, las palabras que Adrienne Rich le dedicó en su famoso ensayo El Vesubio en casa siguen vigentes: “Aun en nuestro tiempo se ha seguido afirmando que era Emily Dickinson el problema y no la sociedad patriarcal. En la medida en que nos acerquemos a investigar las leyes y tabús escritos y no escritos que sostienen el patriarcado, menos conflictivos nos parecerán los métodos que Emily Dickinson eligió”.
Dickinson dijo sí a la exploración de su mente, demostró con su escritura fuera de la normativa sintáctica y ortográfica, así como de las convenciones de su tiempo, que había un alcance de la poesía psicológica más allá de la mera expresión íntima del yo. Puede que no se trate tanto de decir poesía femenina ni escritura femenina como de observar, escuchar cómo y por qué la poeta escribe, traduce cada estado en su propio lenguaje de metáforas exactas donde nada queda al azar, pues nada queda escrito como descanso de la lectura o mero embellecimiento, para canalizar de la mejor forma posible ese poder vesubiano.
Poseer el Arte dentro del Alma
Para entretener al Alma
Con el Silencio como Compañía
Y mantener el Festival
Es una Circunstancia imprevista
Su Posesión es para Uno
Como un Estado perpetuo
O una Mina irreductible.
Emily Dickinson
Traducción de José Luis Rey, Visor, Madrid, 2016, 1830 págs. en tres tomos