Notas sobre el matrimonio
La tercera novela de Lauren Groff cuenta una historia de deterioro conyugal desde los dos puntos de vista
La historia empieza retratando la bohemia neoyorquina de los años 90, un territorio muy transitado por la novela y el cine contemporáneos (Sam Lipsyte y Noah Baumbach serían sus perpetuos artistas en residencia), pero pronto se expande hasta abarcar un espacio más amplio, que contrasta lo cotidiano con lo arquetípico. El título es la indicación más patente de ello. En un sentido no solo metafórico, aquí los humanos no enfurecen, sino que se ven movidos por las furias. Comentando las vicisitudes de los personajes, hay una voz narradora que suena a coro de tragedia griega. Y el deseo de grandeza afecta incluso la caracterización. Lancelot mide casi dos metros; Mathilde, a quien diversas voces tildan de “bellezón” y “despampanante”, se eleva “seis pies en calcetines”. Rebosantes de glamur, admirados por doquier y ricos hasta en la pobreza, los dos habitan una especie de olimpo, y sus emociones parecen pensadas para representar fuerzas mayores que el individuo. Cómo respondan los lectores a ello dependerá en gran medida de su tolerancia a las grandes ideas.
Dos perspectivas, una historia
Groff divide la novela en dos partes, la primera dedicada a Lancelot y la segunda a Mathilde. Una y otra abarcan los mismos 20 años de su vida en común, pero del cambio de perspectivas resultan versiones radicalmente distintas. La de Lancelot, que es despreocupada y poco dada al autoanálisis, se centra en su carrera profesional, primero como actor de escaso éxito y luego como dramaturgo superestrella. En la transición entre una y otra fase, Mathilde se va delineando como una modélica mujer-musa que paga las cuentas, mantiene a raya la disipación y acaba supeditando sus propias aspiraciones a la carrera meteórica del marido. El amor nunca aparece puesto en entredicho, pero el matrimonio se adivina ya entonces como una contabilidad de doble entrada, donde no es fácil balancear deudas y deberes.
Empieza retratando la bohemia neoyorquina de los 90 y amplía para contrastar lo cotidiano con lo arquetípico
La versión de Mathilde, que oímos a continuación de un acontecimiento traumático, es mucho más ácida y revanchista, empezando por el anuncio de que ella siempre ha retocado las obras de teatro de Lancelot. El contraste ha hecho pensar a muchos en Perdida, la superexitosa novela policiaca de Gillian Flynn en la que marido y mujer libraban una guerra de egos de la que salían vivos de milagro. Aunque aquí nadie finja un secuestro, Groff rellena los intersticios de la primera historia con sorpresas no menos melodramáticas. Sin develar los quiénes ni porqués digamos que, en distintos momentos, hay prostitución, embarazos adolescentes, infanticidio, niños expósitos, un hijo que vuelve, un benefactor mafioso, suicidios, crisis depresivas y un enfrentamiento nuera-suegra propio de una epopeya. Incluso resulta que Mathilde —y aquí sí viene una revelación— nació en Francia y sólo a los 11 años llegó a Estados Unidos, donde más tarde borró toda huella de su primera identidad. Llegados a este punto, estos héroes apenas alcanzan el nivel de superhéroes, y sus batallas con sus conciencias no son más sutiles que una secuencia de Los vengadores.
personaje menor, de esos que sirven para canalizar las ideas de los autores, se queje de lo que llama “artistitis estadounidense”, esa propensión que demuestran los escritores de Estados Unidos a elegir “grandes temas” en desmedro de cuestiones “más domésticas”. Es un noble llamamiento por parte de Groff, sobre todo ante el gigantismo de novelistas como Jonathan Franzen o, más recientemente, Garth Risk Hallberg, que no dejan sin decir nada que sean capaces de decir. Pero, atención, que el llamamiento se hace en un libro de 500 páginas, y que lo doméstico aquí se adereza por si acaso con referencias a los trágicos griegos, citas de Shakespeare y reflexiones pueriles sobre el destino (“a los dioses les encanta jodernos”). En vano se buscará nada similar en las historias cautivadoramente cotidianas de Alice Munro o David Means.El libro acaba ejemplificando exactamente lo que denostaba su personaje: artistitis
Un melodrama camuflado
En cierto sentido, es loable el intento de Groff por conciliar el mundo de la novela urbana con la grandeza de los mitos, la flexibilidad de la psicología contemporánea con los modelos de los titánicos héroes clásicos. Lamentablemente, con todo, la novela acaba ejemplificando exactamente lo que denostaba su personaje: artistitis pura y dura. Descompensada en sus aspiraciones, pasa de brillante a grotesca sin ser nunca buena, y del costumbrismo al melodrama sin hacer un alto en lo humanamente plausible. Y si lo anterior suena feo, hay algo peor. Su publicación en español, en una traducción que para colmo plancha lo mejor de Groff, su inventivo manejo del lenguaje, viene a confirmar un modelo de literatura estadounidense que el mercado editorial no se cansa de proponer. Precedida por más publicidad que un producto de Hollywood, En manos de las furias trafica con grandes ideas, ambición, ruido. Pero no siempre la calidad coincide con el impacto, y últimamente dan ganas de salir corriendo cuando nos dicen que determinada “novela literaria” es la bomba.
Lauren Groff
Traducción de Ana Mata Buil
Lumen,
Barcelona, 2016,
544 págs.