A finales del siglo XIX la imagen del ángel del hogar para referirse a la mujer era dominante en el discurso cultural español. Cuenta la investigadora Susan Kirkpatrick en
Mujer, modernismo y vanguardia en España (1898-1931) (Cátedra, 2003) que ese modelo, representado en novelas, manuales de conducta y revistas como una mujer entregada a la tarea de atender las necesidades de su familia, servía para justificar ideológicamente la subordinación femenina según el papel “natural” de la mujer como madre y cuidadora. Si el sexo femenino estaba destinado a la maternidad, las mujeres estaban emocionalmente adaptadas para sacrificarse por los demás y hallar satisfacción dentro del hogar sin ningún tipo de duda. La represión de la mujer y su pobreza cultural seguían intactas, algo que se manifestaba en los datos de alfabetización: en 1900, el 71,4% de las mujeres españolas eran analfabetas en comparación con el 55,8% de los hombres.
Carmen Baroja (1883-1950) cuenta en
Recuerdos de una mujer de la generación del 98 (Tusquets, 1998) que su madre la educó a ella y a sus hermanos según un modelo distinto en el que “mis hermanos tenían el derecho a vivir como les diera la gana. Mi espíritu cada vez se iba dividiendo más entre la vida cotidiana, que sin duda era estúpida y aburrida, y lo que yo pensaba; entre mis amigas y mis conocimientos de gentes de la clase media, pequeño-burgueses que hubieran dicho los rojos, y mis lecturas y lo que hubiera querido hacer. Por otro lado, no tenía el arranque de romper con lo que me molestaba y llevar otra vida, porque tampoco conocía a nadie que la llevara y que me hubiera podido iniciar fuera del ambiente mezquino y estrecho mío”.
En 1900, el 71,4% de las mujeres españolas eran analfabetas, en comparación con el 55,8% de los hombres
Aunque Baroja no recibió una educación reglada más allá de los seis años que pasó en un colegio de monjas, conocía y admiraba a mujeres con formación universitaria. En 1903, mientras se recuperaba de una enfermedad, su hermano Pío la llevó a un monasterio de la sierra de Guadarrama donde pasaba el verano un grupo de educadores y artistas asociados con la Institución Libre de Enseñanza. En este grupo estaban María Goyri, que había terminado su doctorado en Filología en la Universidad de Madrid y colaboraba con su esposo, Ramón Menéndez Pidal, en el estudio de la tradición oral española, y Carmen Gallardo, que también había estudiado Filología en la misma universidad, aunque sin obtener el título. Tanto Goyri como Gallardo, 10 años mayor que Baroja, tenían carreras profesionales además de estar casadas y tener hijos.
El impacto que estas dos mujeres independientes tuvo sobre Baroja se refleja en las convicciones feministas que ella misma recuerda haber tenido en aquella época: “Yo era francamente feminista, veía la poca diferencia que había entre los dos sexos. Encontraba a muchos hombres estúpidos, tan estúpidos o más que las mujeres, y que, sin embargo, gozaban de un sinfín de prerrogativas en todas partes, desde las mismas ideas ancestrales, pasando por la literatura, hasta la Iglesia, etcétera. Esto me sublevaba”. Baroja estaba convencida de que si las mujeres estaban consideradas inferiores al hombre era por la falta de preparación que, además, las hacía dependientes económicamente y obligadas a sucumbir al matrimonio o al convento. “Como todas o casi todas las de mi generación creíamos a pies juntillas que, en cuanto las chicas tuvieran manera de ser independientes, las muchachas andarían libres, sin dedicarse a la vergonzosa caza del novio.” Mucho antes de que Virginia Woolf escribiera su conocido ensayo
Una habitación propia, Carmen Baroja ya era consciente de que para que las mujeres fueran libres debían tener dinero y un espacio propio.
Por entonces, Emilia Pardo Bazán se había convertido en adalid del feminismo gracias a su campaña para ingresar en la Real Academia Española, su traducción de
The Subjection of Women de John Stuart Mill y sus brillantes ensayos en la revista
Nuevo Teatro Crítico. En 1892 dio un discurso en el Congreso Pedagógico Internacional: “Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá construir o no construir; que su felicidad y dignidad personal tiene que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de ese modo de ser mujer, está investida del mismo derecho a la educación que el hombre”.
Pardo Bazán fue una precursora de las modernas de Madrid y denunció la situación de la mujer
Pardo Bazán fue una precursora de las modernas de Madrid por denunciar abiertamente la situación de la mujer y exponer con atrevimiento ideas nuevas en España. Fue una pionera en su búsqueda de lo nuevo dentro y fuera de España. En
Las románticas: escritoras y subjetividad en España, 1835-1850 (Universitat de València, 1991) Susan Kirkpatrick la define “como activa propagandista en defensa de una perspectiva feminista burguesa, como la primera profesora universitaria española y como modelo vivo de una mujer intimidada, desempeñó un papel central en el establecimiento del andamio sobre el cual el feminismo español del siglo XX podría construirse”.
En
Las modernas de Madrid (Península, 2001) Shirley Mangini documenta cómo la difusión en las décadas de los 10 y los 20 de este nuevo modelo de identidad femenina dio lugar a un nutrido grupo de mujeres intelectuales que desempeñó un papel destacado en los avances sociales, políticos y culturales. “Las mujeres españolas descubrieron en la producción estética un instrumento significativo para definirse a sí mismas como participantes de la modernización de su país.”
Según Mangini, la moda de aquellos años era un reflejo de la mujer moderna que trabajaba o estudiaba, hacía deporte y rechazaba el papel impuesto de “ángel del hogar”. Asegura que esa nueva moda llegó a España a través del cine: “Era del cine de donde la moderna adquirió el hábito de fumar, de maquillarse y de broncearse como las hollywoodienses, cosas bastante escandalosas en aquel tiempo. El atuendo decimonónico (faldas y mangas largas, corsé) dejó paso a una mujer moderna que prefería aparentar delgadez y no mostrar sus curvas. Para estar de moda había que llevar el pelo corto, preferentemente ondulado como en Hollywood, y la falda más corta. Era un
look menos femenino, más bien andrógino”.
Una habitación propia
En octubre de 1915 vino al mundo la Residencia de Señoritas, hermana pequeña de la
Residencia de Estudiantes, que se estableció en uno de los hotelitos de la calle Fortuny donde hasta entonces había estado la de Estudiantes. Hasta el 27 de marzo puede visitarse en Madrid la exposición
Mujeres en vanguardia, preparada por Acción Cultural Española y comisariada por Almudena de la Cueva y Margarita Márquez. La muestra reconstruye a través de libros, documentos, pinturas y fotografías de las residentes los 21 años de vida de la institución.
El alma de la
Residencia de Señoritas fue
María de Maeztu (1881 - 1948). Estudió Filosofía y Letras en Salamanca y, posteriormente, se trasladó a Madrid, donde impartía clase Ortega y Gasset, su gran maestro. Al terminar la carrera ya era conocida por su capacidad como oradora y sus avanzadas ideas acerca de la educación de las mujeres. Después de dar clase en Cádiz y de viajar por Inglaterra, Bruselas, Amberes, Suiza, Turín, Milán y Leipzig, volvió a Madrid a trabajar con Ortega y se licenció en Filosofía en 1915. En aquellos días hizo una gran amistad con José Castillejo, secretario de la Junta para la Ampliación de Estudios, entidad de la que dependían las dos residencias, y nombró a Maeztu directora por su brillante expediente.
La Residencia tenía la meta de proporcionar una casa y un lugar de estudio a las jóvenes de provincias
Como explica Mangini en
Las modernas de Madrid, la Residencia de Señoritas tenía la meta de proporcionar una casa y un lugar de estudio y de conferencia a las jóvenes de provincia que querían hacer una carrera universitaria o estudiar Magisterio. El primer año, las 30 residentes estudiaron Magisterio, considerada por entonces la profesión de maestra como la más “adecuada” para la mujer según la sociedad española. Aunque los fundadores de la Residencia de Estudiantes se habían inspirado en los
colleges de Oxford y Cambridge y sus habitaciones eran tan austeras como las de un convento, residentes como Dalí, Buñuel, Lorca o Pepín Bello no tenían nada de pudorosos a la hora de organizar actividades extracurriculares.
La de Señoritas, en cambio, era otra historia. Maeztu era una mujer seria que se había comprometido con los padres de las residentes a vigilar su “pureza”. Se conserva en los archivos de la Residencia de Estudiantes la correspondencia que la directora mantenía con los padres y que demuestra la preocupación de estos ante los peligros que corrían sus hijas solteras en la capital. Maeztu lo explicaba así: “La labor de la Residencia no se limita a dar a las alumnas una intensa formación intelectual. Intenta ofrecer a las muchachas un ambiente sano, favorable a los ideales morales, utilizando para ello la acción de la vida corporativa en un régimen de prudente libertad”.
En pocos años fue creciendo el número de residentes y se hizo necesario buscar más espacios. A partir de 1928 fueron divididas en dos grupos y daban clase repartidas entre 12 edificios con cabida para unas 300 alumnas.
Lo que todas estas muchachas encontraron a su disposición era parte del producto del esfuerzo de muchas otras mujeres como Baroja, Pardo Bazán o Maeztu que, según Kirkpatrick, habían negociado con éxito las corrientes discursivas y sociales de su época, convirtiéndose en participantes activas de un periodo brillante de la cultura en España. Entre las mujeres que servían como modelos para las residentes estaban Isabel Oyarzábal y María Lejárraga. En 1925 Gabriela Mistral pronunció varias conferencias y Victoria Ocampo habló sobre Harlem en el curso 1931/1932 y también en 1934/1935. Concha Méndez leyó allí algunos de sus poemas; las parlamentarias Kent y Campoamor dieron conferencias entre 1932 y 1933. También fueron la pedagoga italiana Maria Montessori y Marie Curie, que, aunque vino a impartir un par de conferencias en la Residencia de Estudiantes, convivió con las muchachas y ejerció una gran influencia entre las que estudiaban ciencias. La vanguardia literaria masculina también tuvo ocasión de invadir la Residencia de Señoritas para hablar de vida y literatura. En ella dieron charlas Gómez de la Serna, Alberti, Bergamín, Ortega, Salinas o Lorca.
Shirley Mangini asegura que las oportunidades de las que gozaron las mujeres que vivieron en la Residencia de Señoritas fueron definitivas para su formación como mujeres y como intelectuales. “Las residentes no solo recibieron una cultura sólida y moderna, sino que también tuvieron la oportunidad de estudiar y convivir con excelentes profesores españoles y extranjeros, algo entonces poco habitual en España.” Algunas como Victoria Kent, que fue la primera residente y una de las mujeres más destacadas de la República, llegaron a las altas esferas políticas y otras nunca ejercieron sus profesiones, “pero todas pudieron demostrarse a sí mismas y a la sociedad española que la mujer era capaz de cualquier cosa”.
El Lyceum ofreció a las mujeres que querían aprender un sitio donde llevar a cabo sus aspiraciones
En
Ni convento ni college. La Residencia de Señoritas (CSIC, 1993), la escritora
Carmen de Zulueta cuenta que fue María Maeztu quien tuvo mayor influencia en la formación de la mujer moderna. “Existían casos aislados de mujeres profesionales, independientes, pero María formó a toda una generación que, dentro de España o en el exilio, hizo posible la liberación de la mujer española.”
Cuando estalló la Guerra Civil todo se vino abajo. Raminero, el hermano de Maeztu, fue asesinado en la cárcel en los primeros meses de la guerra, y ella renunció a su puesto en septiembre de aquel terrible 1936 y huyó a Buenos Aires. Los edificios fueron requisados por los militares republicanos, y en 1939 se convirtió en una residencia femenina del régimen franquista y pasó a ser el Colegio Mayor Teresa de Cepeda.
La necesidad de ver mundo
Algo que comparten muchas de las modernas y que las hizo diferentes del resto de mujeres fue que vieron mundo. No todas aprendieron idiomas, pero muchas viajaron por Europa, algunas de ellas gracias a las becas de la Junta para la Ampliación de Estudios, otras como corresponsales o por cuestiones políticas. Viajar supuso para ellas romper su microcosmos ante la perspectiva de otra posible vida más radical y extraordinaria.
Las mujeres que no se formaron en la Residencia de Señoritas tuvieron los salones del Lyceum Club para cultivar sus intereses. En su libro de memorias, Carmen Baroja habla de su papel en la institución: “Veníamos reuniéndonos unas cuantas mujeres con la idea, ya muy antigua en nosotras, de formar un club para señoras. Esta idea resultaba un poco exótica en Madrid y la mayoría de las que la teníamos era por haber estado en Londres, donde eran, y supongo que siguen siendo, tan abundantes. La que presidía nuestras reuniones era María de Maeztu”.
Por ser una de las grandes figura del feminismo en Madrid, por su liderazgo y porque tenía la posibilidad de ofrecer un espacio físico para las reuniones, Maeztu era la más apropiada para ser presidenta. Isabel Oyarzábal, escritora y primera diplomática española, fue una de las vicepresidentas y escribió acerca de las razones que las llevaron a fundar el Lyceum, un espacio colectivo para la conversación y la sororidad: “Hace tiempo que queríamos tener una casa donde poder reunirnos y traer a nuestras amigas, señoras extranjeras. Trataremos de fomentar en las mujeres el espíritu colectivo, facilitando el intercambio de ideas y encauzando las actividades que redunden en su beneficio; aunaremos todas las iniciativas y manifestaciones de índole artística, social, literaria, científica, orientadas en bien de la colectividad”. Fue la primera organización femenina democrática donde las mujeres no tenían que ser de clase alta, sino haber demostrado su compromiso con la sociedad. El Lyceum proporcionó a las mujeres que querían crecer y aprender un lugar donde llevar a cabo sus aspiraciones y sentirse menos solas.
Paraíso para madres casadas
Algunas de las mujeres que pasaron por allí fueron Victoria Kent, Zenobia Camprubí, Ernestina de Champourcín, Clara Campoamor, Carmen Baroja, María Goyri, la jovencísima Hildegart Rodríguez, Maruja Mallo, María Lejárraga, María Teresa León, Concha Méndez, Carmen Conde y Elena Fortún. Fue en sus salones donde se plantó la semilla de la polémica en torno al sufragio femenino. La traductora Amparo Hurtado, encargada de la edición de las memorias de Carmen Baroja, asegura que fue allí mismo donde comenzó el debate entre Victoria Kent y Clara Campoamor.
En el prólogo a
Celia. Lo que dice de Elena Fortún (Alianza Editorial, 1993), Carmen Martín Gaite escribe que fue el lugar “donde muchas madrileñas de la burguesía ilustrada (generalmente casadas y no tan jóvenes) encontraron un respiro a sus agobios familiares y una ventana abierta para rebasar el ámbito de lo doméstico. Un paraíso para madres casadas”. La poeta Concha Méndez cuenta en
Memorias habladas, memorias armadas (Mondadori, 1990) que “todas estas personas que empezaba a encontrar me abrían las puertas a una realidad que favorecía mi espíritu; de un solo salto entraba al medio artístico de mi tiempo: al mundo de los libros, a las referencias a los poetas antiguos que yo no había podido leer”. El Lyceum quiso ser una habitación propia compartida para todas las mujeres con inquietudes intelectuales del momento.
Las modernas ya eran conscientes de la opresiva situación de la mujer debido a la falta de educación y de recursos económicos. Querían reformar la sociedad española para mejorar la situación de la mujer, pero el estallido de la Guerra Civil se llevó por delante todos los proyectos y visiones de la nueva España que habían estado construyendo durante 30 años. Esa identidad nueva y rompedora que estaba emergiendo a través de la creación artística de las mujeres españolas apenas sobrevivió a la ruptura que supuso la guerra de manera fragmentaria y dispersa. Según Kirkpatrick, quedaron “distorsionadas por el rígido aparato de un régimen dictatorial opresivo o convertidas en irrelevantes por el exilio, lo cual nos recuerda que, al igual que cualquier otra forma social, la modernidad española y su elemento femenino deben rehacerse constantemente dentro del flujo heterogéneo y accidentado de la historia”.