Marruecos se plantea la legalización del cannabis
La presión para aprobar su uso médico e industrial llega al Parlamento ante el fracaso de los cultivos alternativos
En la orilla sur, Marruecos, uno de los líderes mundiales en la producción de hachís, la resina que se obtiene del cannabis. En la norte, España, principal país de tránsito o destino de la mercancía de los traficantes, donde solo en 2013 se intervinieron 460 toneladas. En 2014 fueron 377. La Guardia Civil calcula esa misma cifra para 2015, aunque no es un dato oficial todavía.
El Rif tiene una relación especial con el cannabis desde el edicto real del siglo XV que permitía plantarlo
La superficie de cannabis plantada en el reino alauí ha descendido en los últimos años, coincidiendo con el avance del nuevo siglo, pero no parece que la llegada a los mercados de esa famosa resina haya perdido fuerza. Tras el pico de 134.000 hectáreas anunciadas en 2003 se pasó a las 47.500 de 2011. En paralelo el hachís habría pasado de 3.080 toneladas en 2003 a 760 en 2011. Son datos de la Organización de las Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen (ONUDC). De esta forma Afganistán, con 1.300 toneladas en 2011 y 1.400 en 2012, ocuparía el primer lugar —que tradicionalmente era para Marruecos— como primer productor mundial de hachís.
Pero esas cifras del país magrebí respaldadas por ONUDC son puestas en duda por varios organismos internacionales como el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (EMCDDA, por sus siglas en inglés), que entiende que no cuadran a tenor de las incautaciones que se llevan a cabo dentro y fuera de ese país y de la productividad de las nuevas plantas híbridas, que se han hecho hueco especialmente en la zona histórica del Rif. Estos nuevos cultivos serían capaces de producir entre tres y cinco veces más hachís que la tradicional planta de kif del reino alauí, según los especialistas Pierre-Arnaud Chouvy y Kenza Afsahi. Por eso ambos hablan incluso de un nuevo impulso del hachís marroquí, que está lejos de aminorar su marcha frente al potente mercado europeo.
El propio Ministerio del Interior reconoce que el sector ocupa a 90.000 hogares y más de 700.000 personas, esencialmente en el norte del país, según datos ofrecidos en 2014 por la agencia France Presse. “Lamentablemente, el informe mundial sobre drogas de este año muestra que el amplio apoyo político al desarrollo de alternativas no va acompañado de financiación”, ha señalado el director ejecutivo de ONUDC, Yuri Fedotov, en su último informe. En efecto, la ausencia de alternativas reales al cannabis en Marruecos ha llevado incluso a que el debate sobre su legalización para usos médicos, terapéuticos e industriales haya llegado al Parlamento en un país cuyo Gobierno es una formación islamista que, según algunas fuentes, no se opone de manera frontal a la iniciativa.
El histórico Partido Istiqlal (PI) y una formación nacida recientemente del entorno del rey Mohamed VI —el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM)— abanderan desde la arena política este movimiento que antes habían impulsado parte de la sociedad civil y algunos medios. Cada vez es más frecuente que se aborde el asunto en la esfera pública.
Impulsores de la legalización como Chakib Al Khayari, coordinador de un colectivo marroquí que defiende el uso médico e industrial del kif, creen que hay que actuar más contra los traficantes que contra los cultivadores y plantear el asunto como un problema internacional, no solo marroquí. “La guerra contra las drogas ha fracasado. La única alternativa en la que creo por el momento es la legalización del cannabis para su empleo con fines médicos e industriales. No confío en que sea posible desarrollar una economía sin cannabis en una región rural y montañosa como el Rif”, dice Khayari.
Los puertos más vigilados
Aunque reconoce que las alternativas han fracasado porque no son rentables, recuerda que en Marruecos ya hay algunas experiencias de plantaciones con vistas a una posible legalización, como las desarrolladas por el Instituto Nacional de Investigación Agronómica (INRA, por sus siglas en francés) y la Gendarmería Real en cuatro regiones. Pero nada será posible, opina este activista, “sin una voluntad política internacional que ofrezca una verdadera nueva economía”.
Mientras tanto, los lugares más vigilados de las dos orillas son los puertos de Algeciras y TángerMed, dos colosos que flanquean uno y otro lado del Estrecho. Son las versiones modernas de aquellas dos columnas de Hércules. Las medidas de seguridad desplegadas permitieron a la Guardia Civil el pasado junio dar con el mayor alijo de la historia en el puerto de Algeciras durante la operación Cuádrigas. Dos camiones ocultaban 48.000 kilos de hachís procedentes de Marruecos.
Pero la droga llega a suelo europeo no solo camuflada entre la mercancía de los cientos de camiones, furgonetas o coches que cada día embarcan desde Tánger a Algeciras o Tarifa. También lo hace con porteadores individuales, que se la tragan —para después expulsarla— o adhieren a su cuerpo. Llega también en lanchas rápidas equipadas con motores fueraborda casi imposibles de alcanzar, en las bodegas de barcos pesqueros, en embarcaciones de recreo, motos de agua y hasta a bordo de avionetas o helicópteros que despegan y aterrizan en pistas piratas. Los agentes reconocen que lo han intentando hasta con drones (aviones no tripulados), pero que no es un método extendido porque las cantidades que se pueden transportar son menores que en los helicópteros, el medio preferido. Muchas veces los traficantes son detectados durante la travesía por las cámaras, sensores y radares instalados en el lado español, el conocido sistema SIVE (Sistema Integrado de Vigilancia Exterior), o por los medios existentes en el lado marroquí. Pero muchas otras, no.
Algunas redes ponen a prueba la tecnología de las fuerzas de seguridad en su intento de colocar la droga en el mercado europeo. Empleando a un experimentado piloto ucraniano bregado en vuelos nocturnos y en la extinción de incendios, una organización de traficantes traía desde Marruecos al sur de España cargamentos de hachís a bordo de pequeños helicópteros que llevaban a cabo vuelos a muy baja cota por encima del Estrecho.
A principios de este año la Guardia Civil desmanteló ese entramado —uno de tantos— y detuvo a una veintena de personas tras seguir uno de esos vuelos entre el norte del reino alauí y una finca de la provincia de Cádiz. Los traficantes habían preparado el aparato retirando dos asientos y colocando además dos cestas exteriores, a derecha e izquierda, para poder cargarlo con más de 600 kilos de mercancía, además del piloto y el copiloto. Junto al lugar del aterrizaje los agentes encontraron un segundo helicóptero siniestrado en una operación anterior que había sido enterrado para no ser detectado. En los primeros meses de 2016 la Benemérita ha anunciado casi cada semana operaciones contra redes de este tipo frente a las costas del reino alauí. Marruecos mantiene una relación especial con el cannabis desde al menos el siglo XV. Tan especial que hoy su cultivo es ilegal, pero se mantiene tolerado. Con frecuencia los vecinos de la cordillera de Rif hacen referencia al dahir (edicto real) que les permitía plantar cannabis. Esa actividad no cesó ni durante las décadas de protectorado español, en la primera mitad del siglo XX. Por eso, esta zona montañosa en el norte sigue siendo el gran reino de estas plantas.
Allí, la localidad de Chauen, a poco más de una hora de Ceuta, es el principal polo turístico. El visitante tiene a veces la sensación de que entre su conservadora población es más sencillo conseguir una china de hachís que un botellín de cerveza. Pero las cifras de muchos ceros y el grueso del negocio no están detrás de ese trapicheo de corto alcance y casi folclórico que protagonizan los extranjeros con los vendedores locales. Ni siquiera en las visitas turísticas que a veces les organizan para recorrer los duares (aldeas) de los alrededores, donde crecen las plantas y se elaboran las famosas tabletas que después se empaquetan en fardos de una treintena de kilos para enviar estrecho de Gibraltar arriba.
El sector ocupa a 700.000 personas en el norte de Marruecos; España es el principal país de tránsito
El verdadero flujo de millones de euros se halla en manos de las redes de traficantes intercontinentales, que cuentan a menudo con el visto bueno —y hasta la participación— de miembros de las autoridades marroquíes, según las numerosas operaciones que se han llevado a cabo en los últimos años en el reino alauí. Chakib Al Khayari, cuyo activismo le llevó 27 meses a prisión entre 2009 y 2011, no se muerde la lengua al señalar parte del problema. “Atendiendo a las declaraciones de políticos marroquíes comprobamos que ellos mismos reconocen que los traficantes han podido dar el salto a la política”. De esta forma, añade, los barones de la droga en Marruecos son personas “con muchos medios, que tienen relaciones con agentes de seguridad corrompidos que les ayudan en su comercio ilícito y reciben amparo desde la corrupción política”.
Pero, como ocurre en otras zonas del planeta azotadas por el narcotráfico, el campesinado, el último eslabón de la cadena, vive no solo señalado por el estigma sino casi en la miseria. Para ellos no hay una alternativa rentable a la que sigue siendo su principal fuente de ingresos. El hachís y el kif, ambos derivados del cannabis, ofrecen una rentabilidad 16 veces mayor que la de los cereales, según la ONU.
Los intentos por frenar el negocio han chocado con esa cruda realidad, la de la falta de alternativas reales y la del peso de la historia. Algunos dudan incluso de que haya voluntad oficial de cerrar el jugoso negocio. A lo más que se ha llegado en los últimos años es a poner coto a las plantaciones en otras provincias norteñas como Larache o Taounate, que se habían subido en las últimas décadas a ese beneficioso carro ocupado desde hace siglos por el Rif, zona de mayoría bereber y no siempre bien avenida con el poder central dominado por los árabes.
Kif, la hierba de los locales
En efecto, detrás de la polémica se esconden motivos no solo económicos sino también culturales, históricos y sociales. Y si el hachís es en su mayoría exportado a Europa, la otra estrella es el kif (placer, en árabe), la hierba que se extrae también de las plantas del cannabis y es consumida esencialmente por los locales, que lo fuman en pipas. La musicalidad y el juego de palabras lleva con frecuencia a hablar del famoso kif del Rif, una región que vive además bajo la losa del perenne subdesarrollo, lo que para muchos justifica el recurso al cannabis. La tendencia, según la ONU, es que en Europa el consumo de cannabis en hierba es creciente, aunque no importado de Marruecos sino extraído de plantas locales.
Para lograr un kilo de polen con el que se elaborará el hachís es necesario almacenar y secar unos 100 kilos de plantas tras su recolecta en los meses veraniegos. Posteriormente son apaleadas sobre unos bastidores y el fino polvillo cae sobre palanganas. A esa base compactada se le dará forma de tabletas o bellotas. Las primeras generalmente viajan empaquetadas en fardos y las segundas, dentro del cuerpo del traficante tras ser tragadas gracias a su forma redondeada. Casi toda esa producción tiene como destino Europa.
Pero más allá de estadísticas e informes, la realidad disfrazada de normalidad en el norte de Marruecos permanece casi inalterable. La carretera de Chauen a Alhucemas, la antigua Villa Sanjurjo española, sigue serpenteando entre los montes rifeños de oeste a este. La vista permite en alguna ocasión contemplar a la izquierda las cumbres de Sierra Nevada en Granada, casi al alcance de la mano. Con Europa y África casi tocándose, la ruta avanza ajena a primera vista al negocio que se esconde entre sus meandros de asfalto y tierra, pues generalmente los campos de cannabis se mantienen en un prudencial segundo plano.
Nada se cuenta del kif y el hachís en una vieja guía de viajes de 1955 en la que se habla de Ketama como el mejor resort para deportes de invierno en el Marruecos español. Sí lo hacen las más modernas como Lonely Planet. Cómo no hacerlo.