Pese a su juventud y a ser una desconocida para el gran público, Lurdes R. Basolí tiene ya un importante reconocimiento internacional que incluye la beca FotoPress, la Joop Swart Masterclass de World Press Photo, el Inge Morath Magnum Foundation Award y el ANI-PixPalace de Visa pour l’image de Perpignan. El camino que ha seguido para conseguirlo es la implicación, la empatía, el respeto, la integración. Todos esos elementos han hecho de Basolí la abanderada de lo que se ha venido a llamar documentalismo íntimo.
Sus fotografías se distinguen por mostrar una mirada personal, con imágenes de gran fuerza que están a la altura de las temáticas sociales que aparecen en sus trabajos. Cuenta historias que son en muchos casos duras y que van desde la explotación laboral infantil a la relación con un entorno hostil, desde las consecuencias de la violencia descontrolada en las barriadas pobres a la lucha por mantener la dignidad vital frente a una enfermedad degenerativa. Y en todas pretende contextualizar, explicar, mostrar consecuencias; busca alejarse del impacto amarillista, para mostrar emociones y ponerse en el lugar del otro.
Proyectos de encargo
Lurdes comenzó haciendo el trabajo de un fotoperiodista. Estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad de Ramón Llull y se especializó en fotoperiodismo mediante un posgrado de la Universidad Autónoma de Barcelona. En la carrera, de la mano de
Sandra Balsells, conoció a Eugene Smith, Robert Capa o Richard Billingham, entre otros, y obtuvo una formación sólida. El máster, en cambio, supuso iniciar un camino que posteriormente tuvo que desandar para llegar a una fotografía más auténtica.
En sus inicios profesionales tuvo cierto éxito y comenzó a viajar y a publicar reportajes en revistas y suplementos. Así resume Lurdes su arranque en el mundo editorial: “Te va bien, resuelves más o menos los temas y te crees que sabes algo de fotografía, hasta que te das cuenta de que no”. Enseguida sintió que algo fallaba, que las normas del fotoperiodismo no
En 2010 recibió el Inge Morath, premio que da la agencia Magnum a mujeres documentalistas
cubrían sus expectativas. “El fotoperiodismo tiene un lenguaje anquilosado. Los medios buscan la comodidad del lector y recurren a lugares comunes mediante imágenes fácilmente digeribles.” Identifica el fotoperiodismo con esa forma habitual de trabajar en la prensa, con dinámicas rápidas y repetitivas, sin reflexión, que buscan mostrar buenos y malos y dar con una imagen impactante. Frente a esa fotografía de fácil digestión, Basolí reivindica la fotografía documental, “pero no solo el documentalismos clásico, sino el que va desde
August Sander a
Taryn Simon”.
Comprendió que no le interesaban los discursos inequívocos, sino que quería comprender aquello que se fotografía para tratar de ofrecer una versión personal y veraz de lo que se enmarca mediante una imagen. Se dio cuenta de que el documentalismo ha superado el instante decisivo, la búsqueda de la verdad como algo absoluto, y que necesita de la complicidad del lector para entender lo que se le muestra.
“La fotografía documental se nutre de todo el arte, desde el cine a la música o la escultura, no solo de la pintura. Está pasando por un momento fascinante, sobre todo en España”, explica. Junto a Basolí,
Ricardo Cases,
Oscar Monzón,
Julián Barón o
Laia Abril están siendo reconocidos internacionalmente gracias a la búsqueda de nuevas formas de contar, jugando con los límites o las convenciones del lenguaje fotográfico más tradicional, las nuevas tecnologías o el uso de nuevos formatos. En el caso de Basolí, tener ese compromiso con esa visión de la fotografía no es tan fácil, ya que realiza gran parte de su trabajo por encargo. Con el primero que sintió que había encontrado su forma de fotografiar fue con
Fantasmas de Chernóbil. Cuando se iban a cumplir 20 años de aniversario del desastre nuclear se fue a hacer un reportaje acompañada de un redactor. El resultado es un trabajo a color que plasma la soledad del lugar, los recuerdos congelados, el silencio y la vida detenida de quienes permanecen en la zona contaminada.
Otro trabajo “de autor” de Lurdes, pese a ser un encargo, fue
La hora del recreo, centrado en la explotación infantil. Cinco fotógrafos se desplazaron a diferentes zonas de Latinoamérica a explicar la vida cotidiana de los niños trabajadores. Basolí se decidió por el blanco y negro para plasmar la dureza y la alegría que se mezclan de manera muy sutil. Convivió con los niños y consiguió imágenes de gran lirismo que contrastan con la situación que denuncian. “Cuando estoy realizando un proyecto, sea de encargo o no, se convierte en un trabajo personal, con la misma implicación en ambos casos. La diferencia puede ser que en el encargo te imponen un tiempo, un espacio y unos personajes. Pero, dentro de esas acotaciones, intento aplicar mi mirada. Incluso a veces es más sencillo que sean otros los que te impongan los límites.”
Una mirada propia
En la búsqueda de esa mirada propia fue fundamental su paso por Caracas. Acudió a la ciudad venezolana a hacer lo que en un principio iba a ser un reportaje de 10 días sobre la violencia. “Entonces no sabía que aquel iba a ser ese proyecto que buscaba, pero después de empezar no pude dejarlo.” El reportaje se prolongó tres años que trasformaron su forma de fotografiar. “Durante aquel tiempo pasaron varias cosas, yo estaba en un proceso de cambio vital y asistí a un taller con
Antoine D’Agata que cambió mi manera de entender la fotografía. Me di cuenta de que no era algo ajeno a mi vida, sino que la fotografía y la vida son la misma cosa.”
Así nació
La sucursal del cielo, para cuya realización obtuvo la beca Fotopress. Caracas, la ciudad que había sido puntera urbanísticamente gracias al dinero del petróleo, había pasado a tener algunos de los barrios de chabolas más impresionantes de Latinoamérica. La estrategia para obtener las magníficas fotos que componen este trabajo fue relativamente sencilla.
Su trabajo se adapta a diferentes registros en función de las historias que quiere contar
Para integrarse en la comunidad comenzó a desplazarse como sus miembros: a andar o coger el bus para moverse por la ciudad. Eso es lo que distingue a las clases sociales. Dejó de ser una extranjera para ser una caraqueña más. Hacía fotos solo en el momento oportuno. Usó el blanco y negro, que permite obtener unas imágenes más contenidas. No se pierde con la visión de la violencia o la muerte —los cadáveres en plena calle aparecen en sus fotos—, sino que aparecen también las causas, el ambiente del lugar y sobre todo los que sufren las consecuencias, los familiares, especialmente las mujeres.
En 2010 recibió el premio Inge Morath, galardón que otorga la agencia Magnum a mujeres documentalistas menores de 30 años. El premio lleva el nombre de la primera mujer que formó parte de la agencia. El encuentro entre varias de las premiadas dio lugar a un proyecto-homenaje a la célebre fotógrafa. Morath había nacido en Austria en 1923, escapó de la Alemania nazi, fue asistente de Cartier-Bresson y se casó con Arthur Miller. Realizó varios viajes a lo largo del Danubio, en diferentes épocas, en los que fue documentando los cambios acaecidos antes y después de la caída del Telón de Acero. Algunas de las galardonadas (
Olivia Arthur,
Kathryn Cook,
Jessica Dimmock,
Claudia Guadarrama,
Claire Martin,
Emily Schiffer,
Ami Vitale y Lurdes Basolí) viajaron en el verano de 2014 desde Alemania hasta la desembocadura del río en Rumanía, documentando de nuevo aquellos lugares y mostrando allí por donde pasaban el trabajo de Morath en un camión-galería.
Mi Danubio, la aportación de Basolí, es un conjunto de fotografías en color que muestra la calma del río, cierto misterio y una mirada al futuro con un toque de extrañeza y nostalgia.
Además de estar hecho por mujeres y para mujeres, en casi todas las fotos de este proyecto, que se podrá ver en la Fundación Telefónica en 2016, aparecen también mujeres. “Lo femenino puede estar en los hombres y hay atributos masculinos en las mujeres. Mi propio trabajo —explica Basolí—, como se puede ver en
La sucursal del cielo, tiene una parte muy masculina de violencia explícita, pero también una parte, que es la que para mí le da fuerza, en la que me empiezo a fijar en el dolor de la mujer. Y eso sucede porque soy mujer, porque empatizo con ellas.”
El trabajo de Lurdes Basolí se adapta a diferentes registros en función de las historias que quiere contar, a veces en color, otras en blanco y negro, unas veces más explícito, otras más lírico, otras más oscuro. Pero siempre se basa en la implicación y el conocimiento de lo que fotografía. Así ha conseguido crear su propio lenguaje.