Los mil y un hijos de Botticelli
El Victoria & Albert de Londres revisa el influjo del pintor renacentista desde el prerrafaelismo hasta el arte contemporáneo
La abundancia iconográfica de Botticelli y su influjo a través de los tiempos indican que la verdadera naturaleza del arte se encuentra en su carácter espurio, fruto de sumas, multiplicaciones, restas, divisiones u ocultaciones. Contaminado era el origen de Venus, nacida de la simiente de Urano al caer en el mar tras ser castrado el titán por su hijo Cronos, como “mezclado —afirmó el pintor Pico della Mirandola, coetáneo de Botticelli— es el origen del mundo y su armazón está hecho de fuerzas contrarias”.
Aunque es la obra más reproducida entre los mil y un hijos de Botticelli convocados en la exposición, El nacimiento de Venus (1482-1485) no está incluida en la muestra —se custodia como un tesoro en la Galleria degli Uffizi de Florencia, junto a La primavera (1477 - 1482)—. En vez de esa invaluable pintura encontramos una variación del cuadro, una pieza menos conocida que muestra una Venus desnuda sobre un fondo negro datada en 1490, todavía más enigmática que la que protagoniza ese lienzo encargo de Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, primo de Lorenzo el Magnífico.
El nacimiento de Venus es uno de los cuadros más enigmáticos del Renacimiento y de los más reinterpretados
De gesto estatuario y tono marmóreo, esta Venus flotante en un escenario oscuro recuerda que entre las fuentes artísticas de las que se sirvió el pintor está la escultura de la Venus Capitalina, a su vez inspirada en la Afrodita de Cnidos, cuyo original desapareció. Pero no fue la única fuente de Botticelli, tal y como constató el historiador del arte Aby Warburg (1866 - 1929), uno de los recuperadores del florentino en los conservadores claustros académicos de finales del siglo XIX. Warburg señaló a lo largo de su apasionante carrera como investigador el origen textual del cuadro. En 1898 escribió: “Constituye una hipótesis fundada que el mismo acontecimiento que inspirara la Giostra de Poliziano, la veneración que sentía por la ninfa Simonetta, incitara también a Sandro a representar idénticos temas mitológicos. Se trataba de inmortalizar la memoria de Simonetta Vespucci, una joven que murió prematuramente y que Lorenzo y Giuliano [Médici] habían amado respetuosamente y caballerosamente, como Dante a Beatriz y Petrarca a Laura, y de representarla bajo el símbolo confortador de Venus, como si se tratara de la naturaleza en el momento de su despertar”. Un lienzo, así, surgido del entramado de la poesía, del amor cortés, del redescubrimiento de los mitos helénicos y del mecenazgo.
Infinita adaptabilidad
Proveniente de la Gemäldegalerie de Berlín —de donde también viaja buena parte de la muestra tras haber congregado en ese museo alemán, según datos del centro, a más de 190.000 visitantes entre septiembre de 2015 y enero de 2016—, esta Venus que posa en un fondo tenebroso ayuda al mismo tiempo a explicar la infinita adaptabilidad de esa figura en numerosos escenarios y contextos y, por tanto, ilustra como pocas obras de arte las razones de la popularidad de la que sigue disfrutando en el panorama artístico contemporáneo.
Entre las múltiples apropiaciones e imitaciones de esa Afrodita protagonista de la muestra del V&A encontramos Details of Renaissance Paintings (Sandro Botticelli,Birth of Venus, 1482), una de las diversas Venus reinterpretadas por el genio del pop Andy Warhol; Venus After Botticelli (2008), una versión firmada por Yin Xin en la que nos enseña a la diosa bajo rasgos asiáticos; o la caricatura kawaii de la artista digital japonesa Tomoko Nagao, quien en Botticelli - El nacimiento de Venus con Baci, Esselunga, Barilla, PSP y Easyjet (2012) hace emerger a Afrodita de una consola de videojuegos, envuelta en un maremágnum de marcas. Otras versiones contemporáneas del mito presentes en la exposición son la mirada saturada y kitsch de David LaChapelle —Rebirth of Venus (2009)—, las fotografías hiperrealistas de adolescentes en la playa capturadas por Rineke Dikjstra —Beach Portraits (1992)—, o el patchwork textil de Dolce & Gabbana para la colección de primavera/verano de 1993.
En un salto mortal que demuestra que no hay fin para la capacidad de reinventar la iconografía de Botticelli, la muestra incluye una fotografía publicitaria de la firma de moda italiana que recuerda, asimismo, que Lady Gaga se vistió de pies a cabeza de esa colección de D&G para promocionar su single Venus (2013). La cita de la cita: la cultura pop en su máxima expresión.
Todas esas obras, junto a otras de Bill Viola, ORLAN, Cindy Sherman, Tamara de Lempicka, René Magritte o las recreaciones fílmicas en películas como Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962) —con la inigualable Ursula Andress como trasunto de la diosa— y Las aventuras del Baron Munchausen (Terry Gilliam, 1988) —en la que Uma Thurman pone rostro, cuerpo y movimiento al cuadro de Botticelli— pertenecen al primer tramo del recorrido de la exposición, que en vez de viajar del pasado hacia el presente recorre hacia atrás en el tiempo el legado y las obras del artista. Va desde el uso posmoderno hasta la visión romántica.
El redescubrimiento
En el segundo tramo, titulado “Rediscovery”, la exhibición se detiene en el impacto de Botticelli en el círculo de los prerrafaelitas de Dante Gabriel Rossetti. El poeta y pintor le dedicó al florentino su poema “For ‘Spring’ by Sandro Botticelli (in the Accademia of Florence)” (1880), y pintando a su amante y luego esposa Lizzie Siddal como una belleza etérea y frágil quiso emular la relación maestro-musa del italiano con Simonetta Vespucci. Además de seguidores del estilo pictórico de Botticelli, Rossetti, John Ruskin o Edward Burne-Jones fueron ávidos coleccionistas de sus cuadros y responsables, desde la Inglaterra victoriana, del renacimiento del artista tras casi 300 años de abandono en la historia del arte. La Ghirlandata (Rossetti, 1873); The Mill: Girls Dancing to Music by a River (Burne-Jones, 1870-82), The Orchard (William Morris, 1890) y la única película conservada que muestra a Isadora Duncan bailando, de 1900, conforman una sección sobre la que se cierne la sombra del Retrato de una dama conocida como Esmeralda Bandinelli (1475), una de las joyas de la exposición, el único Botticelli que poseyó en vida el mismo Rossetti.
El pintor adquirió ese cuadro en una subasta en Christie’s en 1867 por apenas 20 libras esterlinas, aunque jamás logró deshacerse del mito que se contaba: que esa pintura no era más que una falsificación que Rossetti habría hecho según la técnica del italiano. Ha tenido que pasar más de un siglo para que se desmintiese el rumor gracias al trabajo de los conservadores del museo londinense. Se creía que Rossetti había toqueteado el cabello de la mujer del cuadro —en una carta a su secretario Charles Augustus Howell de 1867, el artista explica: “He estado restaurando el tocado, pero no te atrevas a decirlo”— y tras un trabajo realizado ex profeso para la exhibición se ha logrado eliminar la capa de barniz y color añadida por el pintor.
Una reconversión tardía
Y como el valor de la copia siempre reside en saber cuánto se apropia del original, la última sección de Botticelli Reimagined, titulada “Botticelli in his Own Time”, está dedicada enteramente a obras del florentino. Entre estas destaca la única pintura que contiene la firma de Botticelli como tal, Natividad mística (1501), un cuadro —dicen historiadores como el pionero Giorgio Vasari— bajo el influjo tardío de Girolamo Savonarola, dominico radical obsesionado con eliminar todo rastro de apertura secular en los estados nación renacentistas. La falta de perspectiva imitando los antiguos retablos medievales sugieren esa reconversión tardía del artista, que se alejaría de la majestuosidad de sus madonnas y de sus desnudos alegóricos, reflejos de las teorías neoplatónicas de Marsilio Ficino, hacia una introversión espiritual católica. Resulta sorprendente que el autor de secuencias pictóricas tan salvajes, crueles y sanguinolentas como las que se ven en Historia de Nastagio degli Onesti (1483), obra basada en la octava novela de la quinta jornada del Decamerón de Boccaccio, acabara sus días aislado del mundo como un asceta religioso. Tres de las cuatro tablas que conforman esa pieza se exhiben, por cierto, en el madrileño Museo del Prado tras haber sido cedidos en 1941 por Francesc Cambó.
Quizá Sandro Botticelli fuera de los primeros artistas en hacer de su estilo una marca
Sea como fuere, además de esa etapa crepuscular del pintor, en el V&A también se pueden apreciar cuadros de sus años de esplendor: tres retratos atribuidos a la legendaria Simonetta Vespucci, diferentes versiones de la Virgen con el niño o la magnífica colección de ilustraciones que Botticelli realizó en torno a la Divina Comedia (1313-1321) de Dante Alighieri. Se exhiben 30 dibujos (10 pertenecientes al círculo del Infierno, otros 10 al del Purgatorio y los 10 restantes, asomándose al círculo del Paraíso), prestados para la ocasión por la Berlin Kupferstichkabinett. Y sobre todas estas piezas de incalculable valor se impone el cuadro Palas y Centauro (1482 - 1483), unas de las muchas obras mitológicas, junto al famoso Nacimiento de Venus, que el pintor realizó tras su estancia en Roma trabajando en los frescos de la Capilla Sixtina.
Es la etapa más fructífera de un artista que consiguió medrar como pocos bajo el mecenazgo de los Médici en la Florencia del Quattrocento. Se convirtió en paradigma. Tan reclamadas eran su presencia y su talento que llegó a tener un taller con numerosos aprendices bajo su tutela para poder dar abasto a la demanda de una sociedad ávida de la pujante creatividad que redescubría el clasicismo grecolatino.
Él también se curtió como aprendiz de dibujante siguiendo a fray Filippo del Carmine, a quien fue remitido desde el taller del orfebre Botticello —de ahí el apodo del pintor—. No cuesta imaginar, hoy en día, ese más o menos modesto estudio de aspirantes a Botticelli multiplicando efigies de la nobleza de la época, rellenado los contornos de otras tantas Venus en múltiples retablos, como el precedente del ejército de imitadores de su estilo elegante y misterioso que hoy en día son legión. Y que han sabido rentabilizar su condición de imitadores.
Su legado, entendido así, va mucho más allá de esas figuras cosmogónicas que aspiran, entre la languidez y el secreto, a alcanzar la verdad estética de cierta mística cristiana. Quizá Botticelli fuera de los primeros en hacer del estilo una marca.
En el Victoria & Albert Museum
de Londres
hasta el 3 de julio