23/11/2024
Arte

Las esferas del Bosco: espacios zero

El tríptico El jardín de las delicias está lleno de esferas que acogen toda clase de personajes y objetos fantásticos

Bernardo Ynzenga - 02/09/2016 - Número 49
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Las esferas del Bosco: espacios zero
Detalle de ‘El jardín de las delicias’.
En el tríptico El jardín de las delicias (El Bosco, 1490-1500) hay esferas, muchas, de distintos tamaños —unas menudas, otras enormes—. Ninguna es sólida. Son burbujas que acotan fragmentos de espacio. Sirven para muchas cosas y acogen variedad de delicias, personajes y objetos fantásticos.

A la izquierda del observador, en el centro del panel “El paraíso terrenal”, la fálica Fuente de la Vida, que anticipa delicias terrenales, descansa sobre una pespunteada esfera rosa por la que, encaramada en un hueco negro, asoma una lechuza de mirada indiferente, ajena a que a pocos pasos dios presenta la mujer al hombre, Eva a Adán, y pronuncia el “creced y multiplicaos”, libérrimamente interpretado por El Bosco en las imágenes de placeres, libertad y exceso que invaden el panel central, “El jardín”.

Las esferas del Bosco son espacios de libertad, apenas ponen nada, solo la esférica neutralidad

Al fondo de “El jardín”, allí donde los ríos del Paraíso convergen para formar el Laberinto de la Voluptuosidad, las aparatosas arquitecturas de la Fuente del Adulterio se apoyan y descansan sobre una gran esfera azul semisumergida, su cornisa exterior sirve de plataforma para juegos de seducción y de ventura efímera, y su interior acoge y oculta a los amantes. A su derecha otra esfera azul, un arca de Noé varada y herida, ofrece a las aves su rota piel metálica y agolpa en su interior decenas de monos.

En los primeros y medios planos del paisaje hay más y más esferas. Al frente y a la izquierda, en una esfera transparente y frágil, las caricias y preludios de dos amantes se apoyan en la de alguien que flotando en su esférica cáscara rosa de círculos dorados y cola de pez-pájaro mira o respira por un cilindro de vidrio en el que avanza un ratón para morder o ¿ser comido?

En su entorno hay muchas más con otras escenas, personajes o cosas; la lista sería larga: varias esferas-cabaña con tríos y parejas en distintas actitudes y posiciones; un envoltorio esférico del que salen pájaros y flores, sustentado en el escroto de de un hombre bocabajo que acaricia sus genitales; una esfera-barca abigarrada desde la que ofrecen a quien se acerca una esfera de moras; una esfera balcón por la que asoma alguien que, de espaldas, recibe en sus labios la cereza ofrecida por el pico de un pájaro inmenso; una esfera jaula en la que un jinete de la Cabalgata de la Libido pasea a un erizo encrespado… Muchas esferas, distintas y para muchas cosas.

Cada esfera es un receptáculo cuyo espacio interior, dúctil y uniforme, puede ser utilizado a su capricho por cualquiera, y cuya piel puede ser como se quiera: opaca, translúcida o transparente; compacta o frágil; de cualquier color o textura; hermética o abierta… Cada personaje, cada grupo, cada juego de delicias hace suyo y acomoda para sí ese espacio elemental, desde sus deseos y con la libertad que brinda la neutra geometría de la esfera.

Cuando se acabe la luz del sol que no se ve, otros harán en ellas lo que plazcan, las pondrán donde quieran, las acomodarán a sus gustos, custodiarán en ellas otras cosas o protegerán bajo ellas otros momentos. Todo en ellas es efímero; eternamente reciclables, todas sus opciones están abiertas. Son una condición origen que permite utilizarlas, transformarlas, adecuarlas. La forma y tamaño de su espacio vacío se ofrecen como paradigma de un contenedor universal polivalente, origen de posibilidades por definir. Son esferas que envuelven espacios zero.

Contra las Máquinas de Habitar

Escribir “zero” en lugar de “cero” es sustituir la línea continua de una línea en C, que tiende a cerrarse, por la vibración de una línea en Z que avanza, se quiebra y retrocede para abrir y extender ilimitadamente sus extremos. Espacio zero expresa una oportunidad de ámbitos no condicionados que cada cual puede apropiarse y acomodar a su manera, y cambiar cuando quiera e incluso trasladar si así conviene.

Su levedad habla de nomadismo urbano, de un modo de estar desplazándose con solo lo indispensable

El hábitat que sugieren y ofrecen las esferas zero de El jardín de la delicias está en las antípodas de la rigidez conceptual de las Máquinas de Habitar de la modernidad; de su catálogo de estancias especializadas (acceso, estancia, comedor, cocina, dormitorio...) y de su modo de organizar la vivienda, cual crucigrama geométrico, mediante yuxtaposición de cuartos rectangulares de dimensiones mínimas exactas —existenzminimum— hasta encajarlos en un perímetro rectangular que permita unirlas y apilarlas en bloques de viviendas clónicamente repetidas.

Las Máquinas de Habitar quieren dar tanto que dejan poco. Lo mucho condiciona, lo poco libera. Cada cosa en su sitio y tú sin sitio. Por el contrario, las esferas del Bosco son espacios de libertad, apenas ponen nada, solo la esférica neutralidad y la facilidad de vestirlas, de opacas a transparentes, como convenga para ver, ocultarse o ser vistos. Son la posibilidad de un hábitat íntimo y libre ceñido a los deseos de cada momento: a las delicias cambiantes del instante. El hábitat zero que anticipan es afín a la idea base que impregna en gran medida el paradigma de la vivienda contemporánea: espacios multifunción, dúctiles, fluidamente continuos, con un mínimo de particiones sutiles o escamoteables que generen subesferas de privacidad.

Su levedad habla de nomadismo urbano, de un modo de estar en las metrópolis desplazándose con solo lo indispensable entre situaciones cambiantes, negando o superando la disciplina impuesta de referencias y lugares estáticos con contenidos fijos. Cualquier cosa puede pasar y atraer en cualquier parte.

La casi inmaterialidad de algunas de ellas evoca las ideas sutiles de lo fácil de hacer, de reutilización, de sostenibilidad, de un modo no agresivo de definir y hacer burbujas habitables. Azules, rosas, rojas, blancas, verdes; de gasas, de hojas, de láminas; del color y el material que se quiera, a la medida y el talante del momento.

Entendidas como espacios de domesticidad, o como fragmentos de lo íntimo, se aproximan al ideal de quienes, con poco a la espalda y mucho en la cabeza, darían cualquier cosa por poder recorrer paisajes y sitios, protegidos en la noche por una esfera zero de acampada. Sugieren minihabitáculos urbanos para los muchos obligados a anidar donde puedan; y para quienes heridos en el cuerpo y en la mente desean una pausa no hostil, un lugar ocasional de respiro y de descanso donde trenzar los hilos de sus pasos y urdir con ellos el nuevo hilo de un futuro jardín de integración y delicias.

En el tríptico del Bosco, las esferas avisan de los tormentos que describe el tercer panel —“El infierno musical”— pero en un mundo quimérico sugieren espacios de libertad y gozo. Bienvenidas sean.

El Bosco. La exposición del V centenario
El Bosco. La exposición del V centenario

Museo del Prado, Madrid. Exposición ampliada hasta el 25 de septiembre