El Bosco en el imaginario de la literatura
Las huellas del pintor se pueden seguir desde Baltasar Gracián a Blake Butler, pasando por el surrealismo o Alejandra Pizarnik
Fue el caso de Baltasar Gracián (1601 - 1608), que con su personal estilo conceptista, denso y concentrado, así como su afán por brindar recursos para enfrentar un mundo hostil y engañoso, influyó tanto a La Rochefoucauld como a Schopenhauer, a Nietzsche y al existencialismo francés hasta ser considerado un precursor del pensamiento posmoderno. El Criticón (1651, 1653 y 1657), una de sus obras más conocidas, trata de la peregrinación alegórica de Critilo, el hombre “civilizado”, y Andrenio, el hombre “natural”, en busca de Felisinda (la felicidad), la esposa anhelada por Critilo y la madre de Andrenio, para al final del viaje llegar a la isla de la Inmortalidad.
Se lo considera un precursor del descubrimiento del inconsciente y de lo siniestro familiar
Según sostiene el antropólogo Roger Bartra en El salvaje artificial (Era, 1997), la organización en tríptico de esta obra estaría inspirada en la más famosa pintura del pintor flamenco: “El pensamiento del salvaje se entremezcla con la razón cultivada —a lo largo de las tres edades de la vida— para dibujar un impresionante tríptico, muy parecido a la estructura que pintó El Bosco en El jardín de las delicias, donde una compleja geografía alegórica y una arquitectura simbólica representan el delirio de un mundo que ha perdido el camino de la salvación. No es difícil pensar que Gracián se inspirase directamente en el tríptico del Bosco, a quien admiraba profundamente”.
Turbulentas imágenes oníricas
La aptitud de este pintor artesano para dar vida a las turbulentas imágenes oníricas que pueblan su obra es un enigma de varios siglos. Se sigue considerando al Bosco un precursor del descubrimiento del inconsciente y de lo siniestro familiar, lo cotidiano inquietante (Das Unheimlich) freudiano. Por eso mismo el poeta André Breton lo mencionó como visionario precedente en El Surrealismo y la pintura (1928).
Sin embargo, hay otro tópico que inspiró a una de las poetas canónicas de la poesía en castellano del siglo XX. Influenciada por la creencia común en la Edad Media de que la discapacidad mental era producida por protuberancias o tumores sobresaliendo de la frente, en la parte superior de La extracción de la piedra de la locura del Bosco se lee la inscripción: “Maestro, quítame la piedra, me llamo Lubbert Das”.
En aquellos cambiantes tiempos, someterse a esa intervención quirúrgica significaba ceder ante el curanderismo. Y por eso, el pintor convirtió esa escena en un simulacro burlesco: un presunto cirujano extrae una flor y no una piedra de su paciente. Y a esta poderosa imagen recurrió Alejandra Pizarnik, ligada al surrealismo en su primer época, para denominar su poemario Extracción de la piedra de la locura (1968), realizando una perdurable simbiosis entre pintura y poesía.
El jardín de los horrores
Los micromundos de los cuadros del Bosco son inquietantes y abrumadores. En conjunto parecen un rompecabezas de mil piezas. De cerca, cada pequeño detalle, cada minúscula escena podría ser un cuadro en sí mismo. En esta dirección, el ensayista Esteban Ierardo (El agua y el trueno. Ensayos sobre arte, naturaleza y filosofía, Editorial Prometeo, 2007) traza una posible coincidencia entre la pintura del Bosco y la literatura borgeana en cuanto a su percepción del espacio. Según este autor, con la multiplicación de figuras en lo pequeño, ambos artistas expresaban una realidad universal plena de imágenes y sentidos en lo que llama la condición numinosa: “Toda obra anhela la condición numinosa. Pero pocas ambicionan ser fogatas visibles de una totalidad trascendente. Aquí brilla la diferencia de la pintura del Bosco o de algunas ficciones borgeanas. La imaginación artística transfigura un átomo de espacio en un sitio de concentración e irradiación de la riqueza múltiple de lo real. Este sitio numinoso son las tablas pintadas del Bosco; o una moneda, una novela desordenada, la piel de un jaguar, un peldaño aparentemente insignificante de la escalera de su sótano, en el caso de Borges”.
Los micromundos de los cuadros del Bosco son inquietantes y abrumadores, parecen rompecabezas
Esta imaginación saturada e intensificada del espacio y del tiempo también es característica de obras posteriores como La exhibición de atrocidades (1970) de J. G. Ballard. Considerado por la crítica como el más obsesivo de sus libros, está compuesto por una serie de “novelas condensadas”, donde los terrores posnucleares asaltan desde sus páginas como pesadillas agazapadas, en una amplitud de registros literarios donde se siembran los mitos de un futuro agónico.
Otro caso más contemporáneo de imaginación literaria bosquiana es El atlas de la ceniza (2013) de Blake Butler. Esta “novela en historias”, con su inquietante arquitectura simbólica y su expresividad oscura y surrealista, satura, cual “jardín de las delicias” en el horizonte apocalíptico de la muerte del afecto.