La paradoja de la tecnología
El ensayo Pressed for Time trata de explicar cómo los avances crean nuevas necesidades y consumidores compulsivos siempre conectados
La aplicación viene después
Naturalmente, en muchos sentidos las máquinas nos han liberado. Basta con remontarse un par de generaciones atrás para ver hasta qué punto las lavadoras o las neveras han servido para dar más tiempo libre a mucha gente, singularmente a las mujeres, aunque sigamos trabajando muchas más horas de las que predijo Keynes. Con todo, quienes temían que las máquinas nos embrutecieran y fueran, como ha reflejado en innumerables ocasiones la ciencia ficción, criaturas diseñadas para trabajar para nosotros que con el tiempo nos esclavizaban y nos ponían a trabajar para ellas, tenían parte de razón. En buena medida, porque las invenciones tecnológicas no responden al intento de solucionar problemas humanos, aunque así lo parezca. Los hombres que inventaron el tren, el telégrafo o el televisor no lo hicieron porque la especie necesitara viajar de Liverpool a Manchester y viceversa a 27 kilómetros por hora (esa era la velocidad del primer tren comercial con locomotora), comunicarse con gente a distancia por medio del tendido de cables o poder ver durante horas a gente haciendo cosas en una pantalla cuadrada. En muchos casos, la tecnología se inventa y luego se le da una aplicación práctica. Una aplicación que hasta entonces no se había percibido como necesidad, pero que se convierte en una desde el momento en que se inventa y se pone a disposición de los clientes, que no mucho después se acostumbran tanto a esos servicios que no pueden pasar sin ellos y se convierten en sus consumidores compulsivos.
Keynes afirmó que en 2015 la productividad sería tanta que bastaría con trabajar 15 horas a la semana
Y aquí hacen su entrada los ordenadores, internet y los dispositivos móviles. Aparatos y tecnologías pensados para aumentar la productividad, para disminuir los costes de la elaboración y transmisión de información se han convertido no ya solo en herramientas con las que pasamos una cantidad desproporcionada de tiempo, sino también en una especie de fetiches a los que prestamos una atención constante en detrimento del contacto cara a cara y cuyo modelo de negocio, en muchos casos, se sostiene en la explotación del consumidor, no del producto. Porque no está claro quién trabaja para quién: ¿lo hace Facebook para nosotros, dándonos una plataforma en la que compartir desde anécdotas intrascendentes a noticias relevantes, o nosotros para Facebook, que vende nuestra atención a anunciantes que conocen hasta el último detalle de nuestra conducta?
En su interesante pero a veces rígidamente académico Pressed for Time. The Acceleration of Life in Digital Capitalism [Justos de tiempo. La aceleración de la vida en el capitalismo digital], Judy Wajcman, profesora de sociología en la London School of Economics, plantea todos estos dilemas a partir de la evidencia de que cada vez dedicamos más tiempo a desarrollar nuestras actividades —sean laborales, personales o amorosas, sean de simple ocio— por medio de la tecnología, y cómo ello nos está dejando sin vida para lo demás. Todo se acelera y el tiempo que necesitamos para tener al día Twitter, Facebook, WhatsApp y el resto de aplicaciones que llevamos en el móvil nos consume. “A medida que las tecnologías proliferan, descubrimos que no tenemos más tiempo para nosotros mismos; de hecho, muchos tenemos menos. ¿Cómo ha acelerado la tecnología el ritmo de la vida cotidiana? ¿Por qué recurrimos a dispositivos digitales para aliviar la presión del tiempo pero les culpamos por imponerla?”
El prestigio de la velocidad
En gran parte, afirma Wajcman, hemos permitido que esto nos sucediera porque la velocidad tiene un gran prestigio desde hace más de un siglo. Ser moderno se ha identificado con vivir rápido, sin tiempo, permanentemente atareado. Como dice Marshall Berman y cita Wajcman, “nos encontramos en un ambiente que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nuestros yoes y el mundo, y al mismo tiempo, eso amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos”. Quizá sea una exageración, pero lo cierto es que cada vez nos cuesta más mantener una larga sobremesa, dedicar dos horas a un libro o pasear (por no hablar de asistir a una reunión de trabajo) sin mirar de vez en cuando las alertas que se van acumulando en la pantalla del teléfono. A consecuencia de ello, “el significado mismo del trabajo y del ocio está siendo reconfigurado por la digitalización”.
“El significado del trabajo y del ocio está siendo reconfigurado por la digitalización”, dice Wajcman
Todo esto, según Wajcman, es una transformación más de nuestra sociedad liberal, perfectamente coherente con las que ha ido experimentando desde la revolución industrial. En nuestro tiempo, de lo que se trata es de la “inmediatez”, una suma de “la saturación de la vida cotidiana por parte de las tecnologías mediáticas” y de un capitalismo que requiere cada vez más velocidad —la de las transacciones financieras instantáneas, la de las decisiones de compra compulsiva, la de los irreflexivos intercambios de mensajes políticos o amorosos— que están transformando “por completo la naturaleza de la cultura del consumo”. De nuevo, esto puede ser algo exagerado. A pesar de los buenos argumentos que tienen tanto los ciberoptimistas como los ciberapocalípticos, lo cierto es que la vida sigue siendo más parecida a sí misma de lo que auspician las promesas de un paraíso tecnológico liberador o los augurios de un mundo en el que desaparecen para siempre la conversación o la misma soledad. Pero la paradoja que presenta Wajcman, la de que tecnologías que en teoría estaban pensadas para ahorrar tiempo y aumentar nuestra eficiencia se hayan convertido en generadoras de la perpetua sensación de que tenemos un montón de cosas por hacer, es cierta y en muchos sentidos preocupante.
Pressed for Time es en el fondo una reflexión sobre cómo utilizamos nuestro tiempo. Los filósofos llevan milenios, desde la Grecia clásica, advirtiéndonos de que lo utilizamos mal, de que deberíamos dejar a un lado las trivialidades que nos consumen y dedicarnos a lo verdaderamente importante. En ese sentido, no es seguro que los ahora vivos estemos equivocándonos más que nuestros antepasados. Pero, aun así, dejarnos la vida en los grupos de WhatsApp es una mala idea. No vaya a ser que, contra todo pronóstico, consigamos, como anunció Keynes, que nuestra vida laboral consuma solo dos o tres horas al día, pero lo que nos mate de cansancio sea, paradójicamente, el ocio dominado por las nuevas tecnologías.
Judy Wajcman
University of Chicago
Press, Chicago, 2015,
224 págs.