La elección de los enemigos
En esta segunda a la que nos encaminamos volverá a prevalecer, a petición del público, el encono mutuo y la siembra de la discordia en dosis masivas. Responder a la demanda de los tendidos que piden a los toreros que se arrimen y a los políticos que den más caña y sumar a los programas propuestas de alto riesgo ayuda a ganar las elecciones, pero se convierte al día siguiente del escrutinio de las urnas en una onerosa pesadumbre. Así funcionó aquí el compromiso de Felipe González de celebrar un referéndum para salir de la OTAN en 1982 y acaba de comprobarse en Reino Unido con el referéndum convocado para el 23 de junio. Al socialista Pedro Sánchez le reclamaban que ganara perfil en los debates televisivos de la campaña denunciando la pasividad de Mariano Rajoy ante la corrupción incesante. De ahí que le dijera aquello de “usted no es una persona decente”.
Esa afirmación, sin duda exacta, se erigió a continuación en dificultad insalvable para cualquier diálogo. Estos días acaba de reconocer que fue un error. Cuánto mejor hubiera sido aportar las pruebas de la indecencia evitando pronunciar ese vocablo, de manera que, hilando una serie de preguntas retóricas, los espectadores llegaran por su cuenta a esa misma conclusión sin anticiparla. La política camina hacia un calentamiento que puede alcanzar temperaturas de incandescencia para solaz de los electores que necesitan estímulos crecientes si se quiere ganar su atención y causar en ellos sensaciones relevantes. También en el área mediática se instala la beligerancia de alta tensión. Alguno de los protagonistas, ganado por la visceralidad del “usted no sabe quién soy yo”, ha olvidado el principio elemental de la estrategia que recomienda extremo cuidado en la elección de los enemigos. Concederle según a quién esa condición es encumbrarle. Permanezcan atentos a la pantalla que volvemos después de la publicidad. Vale.