El búnker en funciones
Rajoy sabe que la mejor manera de superar las expectativas es rebajarlas. No conoce la envidia que el catecismo define como tristeza del bien ajeno. Lo suyo es el goce indisimulado del mal o de las carencias ajenas, lo que los alemanes llaman Schadenfreude. En la otra banda proliferan los que se entregan a la litost, que acertó a perfilar Milan Kundera y que en términos castizos quedó acuñada con la expresión de “para que se fastidie el capitán no como el rancho”. Frase que tampoco puede despacharse a la ligera porque al capitán desde luego le fastidia que sus soldados rechacen la ingestión del rancho, una actitud que enseguida se considera insubordinación y se sanciona con arrestos. Como demuestra un libro de reciente aparición, del mismo modo en que Borges influyó a Cervantes, o al menos a la comprensión que tenemos de él, rompiendo nuestra resistencia mental a renunciar a una linealidad cronológica, estamos a punto de establecer cómo Rajoy ha influido en Narváez.
Antes las sesiones plenarias del Congreso dedicadas al control del Gobierno se abrían a las cuatro de la tarde hasta que conveniencias varias se sumaron y un presidente, Manuel Marín, acordó iniciarlas los miércoles a las nueve de la mañana. Semejante madrugada es de obligado cumplimiento para sus señorías pero desalienta a la tropa periodística. Reseñemos que en esa inclemente madrugada, además Pedro Sánchez quería estrenar tono presidencial, Pablo Manuel era incapaz de desprenderse del tono mitinero y regalón y Albert Rivera practicaba una cierta elegancia. Todos coincidieron en que un Gobierno en funciones no puede encerrarse en el búnker y debe estar, si cabe, más rigurosamente controlado. Por eso acordaron acudir al Tribunal Constitucional con su queja compartida. Veremos.