La Nación, agradecida
Por todas partes cunde la caducidad de los afectos. Empieza a verificarse que las actitudes se conforman en relación con las expectativas y las expectativas se ennegrecen. Los medios de comunicación, incluso los más favorecidos, se suman en tromba a la operación de acoso y derribo. Aún resisten los más incondicionales, pero sus filas se clarean en busca de salidas personales que deben comprenderse. La desafección se interioriza. El ambiente adverso hace su trabajo. Quien estaba persuadido de tener las soluciones, más aún de ser en sí mismo la solución, empieza a verse como parte del problema. Deja de ver qué podría aportar.
Pierde sentido prorrogar el sacrificio de la resistencia en aras de servir a los leales que han ido encontrando acomodo y quedando a salvo. En familia, los que le quieren dejan traslucir en sus miradas que nada puede esperarse del aguante, que hay vida después del servicio público cumplido. Entonces es cuando se encarga el discurso de renuncia a un escribidor que haya vivido momentos análogos, preferentemente gallego para mejor sintonía. La clave reside en alejar la menor sospecha de proceder obedeciendo a presiones, ni del IBEX, ni de los responsables del partido, ni del gabinete ministerial, ni del sursum corda. La retirada tiene que parecer sin duda alguna el resultado de una decisión libérrima. Importante evitar que se descomponga la figura. De ninguna manera dar pena. Quedando siempre a disposición del país. Dejando constancia del desinterés que ha presidido la tarea política que concluye. Sin el menor rastro de despecho. Enumerando una escogida referencia de agradecimientos.
Antes de entrar, dejen salir, como rezaban los vagones del Metro madrileño. Quien pretenda acelerar la salida debería promover un homenaje a Mariano Rajoy convocado bajo el lema “La Nación, agradecida”. Veremos.