21/11/2024
Internacional

La diplomacia selectiva de Turquía

La reacción de Ankara varía dependiendo del país que reconoce el genocidio armenio de 1915

Daniel Iriarte - 10/06/2016 - Número 37
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La diplomacia selectiva de Turquía
Protestas en Berlín con la pancarta “Núremberg dice: el Bundestag no es un tribunal”, en apoyo a Turquía. P. Zinken / EFE
La “cuestión armenia” es, probablemente, el único asunto capaz de unir a casi todo el espectro político de Turquía. Cuando hace unos días el Parlamento alemán decidió aprobar —de forma casi unánime— una resolución calificando las grandes matanzas de los armenios del Imperio otomano en 1915 como genocidio, todos los partidos mayoritarios turcos (desde los conservadores islamistas del presidente Recep Tayyip Erdogan a los campeones del secularismo, pasando por la ultraderecha nacionalista) reaccionaron al unísono, rechazando de plano la medida.

El que más habló fue, como casi siempre, el propio Erdogan, quien en las 72 horas siguientes arremetió contra la canciller Angela Merkel por haber permitido aquella votación, aseguró que un sector de la población alemana “está conspirando contra Turquía” y censuró a los diputados alemanes de origen turco que votaron a favor de la resolución, acusándolos de “apoyar el terrorismo” y solicitando análisis de sangre para ver “qué clase de turcos son”. “Nunca aceptaremos las acusaciones de genocidio”, sentenció. Por una vez, casi todos los políticos turcos le aplaudieron.

Si admiten el genocidio tendrían que pagar indemnizaciones y reconocer expropiaciones

Y sin embargo, en esta ocasión la reacción suena a poco más que eso: palabras vacías. Mucho ha cambiado el panorama desde que en 2001 Francia aprobó una ley similar, otorgando la categoría de genocidio a la tragedia armenia. Entonces la respuesta turca fue fulminante: retiró a su embajador en París y canceló contratos con empresas francesas por valor de más de 7.000 millones de dólares. Durante años, cada vez que un Estado adoptaba una medida en este sentido, el escándalo y las represalias diplomáticas estaban garantizados. De modo que cuando, una década después, algunos diputados trataron de castigar por ley el “negacionismo del genocidio armenio”, el Gobierno galo se lo pensó dos veces. Erdogan, oportunamente, desempolvó el “genocidio cometido por los franceses durante la guerra de Argelia”. Y aunque en 2011 la medida fue aprobada, el máximo tribunal de Francia la declaró inconstitucional al año siguiente. Muchos en el Elíseo respiraron aliviados. ¿Podía Turquía permitirse romper relaciones con Francia en 2011? Difícilmente, pero contaba con una baza importante: mostraba su disposición a llegar hasta el final ante un asunto de importancia capital para los turcos, pero bastante marginal para Francia.

Hoy, no obstante, es poco lo que el Ejecutivo turco puede hacer. Y más cuando en 2015, centenario de las masacres, se produjo una oleada de reconocimiento del genocidio por parte de gobiernos y líderes de medio mundo. En abril lo hicieron el papa Francisco y los parlamentos de Austria y Luxemburgo, lo que provocó una llamada a consultas de los respectivos embajadores turcos en estos países. Poco después, el término maldito fue utilizado por los presidentes de Francia y Rusia, que asistieron a los actos conmemorativos del centenario en Erevan. Les siguieron Bulgaria, Brasil, Chile, República Checa, Holanda, Paraguay… Castigarlos a todos supondría el colapso total de la diplomacia turca. En el caso de los estados pequeños, la reacción fue iracunda. Pero cuando se sumaron países como Rusia, la cosa no pasó de una protesta formal. El caso alemán es diferente, en primer lugar por el elevado número de turcos que viven en Alemania.

Discrepancia en las cifras

¿Fue, de hecho, un genocidio? Lo cierto es que a día de hoy existe bastante consenso entre los especialistas de todo el mundo sobre los hechos principales: el 24 de abril de 1915, las autoridades otomanas arrestaron a dos centenares de líderes armenios de Constantinopla y los enviaron a un viaje mortal hacia Ankara, dando inicio a una campaña de deportaciones y matanzas masivas que, en último término, culminaría en la destrucción y la desaparición casi total de la comunidad armenia de Anatolia. Existe cierta discrepancia en las cifras. Aunque algunos miembros de la diáspora siguen manteniendo que entre 1,5 y 3 millones de armenios fueron exterminados, los historiadores más serios rebajan la cifra a entre 600.000 y un millón. Aun así, la escala sigue siendo pavorosa. La narrativa oficial turca sostiene que no se trató de un complot planificado de antemano para acabar con los armenios del imperio, sino que fue la consecuencia no buscada de una deportación mal ejecutada, llevada a cabo en tiempos de guerra contra una comunidad que estaba “cooperando con el enemigo” y, por tanto, justificada. También reduce el número de víctimas a 300.000, asegurando que la mayoría de los deportados sobrevivieron y pueden ser encontrados en comunidades de la diáspora en Oriente Medio, Europa y América. Afirman que un número similar de turcos murieron a manos de las guerrillas armenias, y no se olvidan de señalar las elevadas tasas de mortalidad, por enfermedades o hambre, entre las tropas otomanas durante la Primera Guerra Mundial, un hecho que ayudaría a explicar por qué fallecieron tantos de aquellos deportados a los que, sin duda, había aún menos interés por asistir.

No hay prueba definitiva

Turquía ha podido afirmar esto durante tanto tiempo porque nunca ha aparecido la prueba definitiva que demuestre la intención genocida de las autoridades otomanas, un decreto que ordenara el exterminio de los armenios. Los documentos que han emergido en este sentido han resultado ser falsificaciones o, en el mejor de los casos, imposibles de certificar. Los testimonios al respecto —de misioneros y diplomáticos extranjeros, o soldados alemanes integrados en los ejércitos otomanos— han sido tachados de interesados, parciales y basados en prejuicios antiturcos, y por tanto no fiables. Son, aseguran los turcos, un burdo intento de dañar a Turquía.

Y sin embargo, a medida que se amplía el estudio de los propios archivos otomanos —expurgados y cerrados a los investigadores durante casi un siglo—, emerge un panorama diferente. El historiador y disidente turco Taner Akçam, por ejemplo, ha llegado a la conclusión de que, aunque no exista un único documento escrito que certifique la voluntad de aniquilar a la población armenia, el número de órdenes “modestas” de eliminación de grupos concretos es tal que, asegura, solo puede explicarse como un intento deliberadamente genocida por parte de los líderes otomanos.

Otra de sus innovadoras conclusiones es que, a menudo, estos no pretendían erradicar totalmente a los armenios y otros grupos cristianos, sino convertirlos en una minoría inferior al 10% respecto a la población musulmana en cada región.

Aun así, la palabra genocidio sigue siendo muy problemática, difícil de aceptar incluso para los turcos liberales. Para empezar, se trata de un término legal que tiene importantes implicaciones, por lo que su reconocimiento obligaría a Turquía a pagar importantes compensaciones a los supervivientes. Implicaría admitir, además, que muchas de las grandes fortunas del país se fundaron a partir de las riquezas expropiadas a los deportados. Y no faltan quienes, en la diáspora armenia, exigen restituciones territoriales que supondrían una modificación importante de las actuales fronteras turcas.

Los turcos aseguran que no fue un complot, sino la consecuencia de una deportación mal ejecutada

Los niños turcos crecen asimilando la idea de que los armenios no son de fiar, que son traicioneros y están dispuestos a aliarse con los enemigos extranjeros. En ocasiones como esta, los prejuicios afloran fácilmente. Un ejemplo: “Los medios rusos están dominados por los armenios, que intentan envenenar a la nación rusa contra Turquía”, afirmó esta semana el ministro de Exteriores turco, Mevsin Çavusoglu. “Me han llamado cosas peores, incluso armenio”, dijo en una ocasión Erdogan.

A pesar de ello, no faltan quienes creen que la decisión alemana de desenterrar el asunto justo ahora, en un momento tenso en las relaciones entre ambos países —después de que Erdogan haya iniciado acciones legales en Alemania contra varios cómicos germanos por “insultos al presidente”, y de que Merkel haya advertido que probablemente no se levantará todavía el visado Schengen para los ciudadanos turcos, a pesar de lo acordado— sirve para dar alas a aquellos que creen que las acusaciones de genocidio no son sino una herramienta de los poderes imperialistas que, una vez más, buscan la destrucción de la nación turca. “Aquí el asunto no son los armenios. La cuestión armenia se usa en todo el mundo como un chantaje conveniente contra Turquía”, afirmó Erdogan la semana pasada. En Turquía, está lejos de ser el único que piensa así.