Joy Williams. La contraépica americana
Se publica Estado de gracia, una epifanía nómada e irreverente sobre la relación de una hija con su padre
La frontera en la obra de Williams es el terreno de la derrota y la errancia permanentes, como esa singular Arizona en Los vivos y los muertos (Alpha Decay, 2014), finalista del Pulitzer de ficción en 2001. Este territorio está destinado a ser transitado por los perdedores natos, los subalternos, las mujeres. Como las tres sociópatas adolescentes que, junto a otros excéntricos personajes, protagonian esa deslumbrante novela coral: Alice, una eco-terrorista en germen; Annabel, una futura ama de casa alienada, y Corvus, una retraída pirómana ocasional que es voluntaria en un geriátrico.
Kate, la protagonista de Estado de gracia (Alpha Decay, 2015) es otra vagabunda, nómada existencial. La novela fue finalista del National Book Award en 1974, que finalmente fue para Thomas Pynchon por El arco iris de la gravedad. Kate está en constante desplazamiento desde su infancia, asediada por un secreto ominoso que condiciona su relación con el mundo. Su madre y su hermana murieron en un accidente de coche cuando ella era una niña. Y la relación con su padre, un pastor protestante, se vuelve sombría e inquietante (“Y ¿qué puede esperar una de las miradas de su padre? Es el roce de una sombra sobre las paredes empapeladas de la mente”) y condicionará sus peripecias vitales.
El panteísmo ecologista
En la escritura de Joy Williams, elogiada por autores como James Salter o Raymond Carver, el entorno adquiere vitalidad propia a través de personificaciones que germinan en estremecedores chispazos de un singular lirismo, como cuando dice que “en el hospital el nuevo surtido de bebés es transportado sobre ruedas desde la sala de maternidad porque ha llegado la hora de comer. Son como pastitas finas en sus carritos de aluminio” o cuando inspira vida en un trasto doméstico en Los vivos y los muertos: “La nevera encendió una luz en la salita de estar” . Este recurso se magnifica en las descripciones del paisaje natural, como cuando en Los vivos y los muertos observa “una luna encefálica” o como “un sol exótico chocaba contra el asfalto” en Estado de gracia. O en esas recurrentes iluminaciones que animan el entorno de la vida en el desamparo de la carretera: “Tenemos el negro asfalto que abraza la costa”.
A través de este panteísmo lírico que plantea la continuidad de la vida en todo lo que nos rodea, el entorno natural en la obra de esta escritora adquiere un plano metafísico, de trascendencia entre lo mágico y lo espiritual, pero con un lenguaje cristalino que evita siempre lo esotérico: “Todos esos árboles transformados en mentiras publicables”. Labra poderosas expresiones ecologistas sin recurrir a ningún tipo de prédica o panfletarismo sino transformándolas en dolorosos gestos de belleza.
El entorno natural adquiere un plano metafísico, de trascendencia entre lo mágico y lo espiritual
Esas epifanías ecologistas también se manifiestan en una cierta ternura melancólica que asume la forma de hilarantes sinestesias en la voz de los personajes: “Pensamos como comemos. Nuestro cerebro absorbe los sabores y los paisajes. Lo que quiero es bajar el ritmo de mi cabeza y al final pararla del todo. Lucho por conseguir un cerebro tan inofensivo y homogéneo como un pastel de boniato”. Además, esta comicidad se expresa en inesperadas reflexiones sobre la ansiedad de trascender: “El alma es un palmito y la vida es una ensalada disparatada en la que todos los ingredientes se parecen pero con el tiempo se vuelve menos interesante, menos necesaria a medida que avanzas. El truco consiste en no ignorar este descubrimiento después de haberlo hecho”. El humor florece en sus novelas como la asilvestrada expresión de la desconsoladora intemperie vital en la que libera a sus criaturas.
El vitalismo de la muerte
La omnipresencia de la muerte en las novelas de Joy Williams también adquiere matices inusuales. A pesar de sus fuertes raíces literarias anglosajonas, ejecuta una original absorción de la tradición latinoamericana, de la narrativa de Juan Rulfo en particular.
En Los vivos y los muertos la muerte y la vida conviven con los personajes en una continuidad promiscua: el fantasma de la esposa de un padre gay “closeteado” lo asedia con frivolidades ultraterrenales y la joven Corvus acompaña a los ancianos de un geriátrico en su proceso de declive vital.
Además, florecen en la boca de los personajes intempestivas e hilarante reflexiones sobre la muerte: “Hace tiempo, en la poesía seria, la muerte se representaba a menudo como un jardinero. Uno de los problemas de nuestra era es que ya no podemos representar la muerte como un jardinero, o de cualquier otra manera. Una línea recta en una pantalla es lo mejor que se nos ocurre”.
La dulce e irreverente cosmogonía que presenta Joy Williams se convierte en un sugestivo sincretismo literario (en la misma clave que un clásico totémico del siglo XX, Pedro Páramo) donde las diferentes coordenadas culturales conviven en una singular armonía. En la intemperie existencial que asola a sus personajes formula una sutil alianza entre feminismo y ecología que, marcada por un aura de desencanto y promesas incumplidas, envuelve esta fascinante contraépica americana.
Joy Williams
Traducción de Albert Fuentes
Alpha Decay,
Barcelona, 2015,
253 págs.
Joy Williams
Traducción de Albert Fuentes
Alpha Decay,
Barcelona, 2014,
440 págs.