J. M. Coetzee. Hablando de uno mismo
Se publican en dos volúmenes los textos que el nobel dedica a escritores y libros ajenos
El lector encontrará aquí nombres indiscutibles como los de Faulkner, Turguénev, Musil, Hölderlin, Erasmo o Beckett; autores contemporáneos como Roth, Zbigniew Herbert o Lessing, y dos escritores en lengua castellana: Gabriel García Márquez y un casi inverosímil Juan Ramón Jiménez.
Los libros de los demás
Aunque el libro se abre y se cierra con dos ensayos de inspiración libre (un trabajo sobre la “convivencia creativa” con sus traductores, y un texto prodigioso sobre la manera en que los clásicos se “imponen” en entornos poco cultivados, y que opera como vacuna contra los prejuicios de los estudios culturales), el grueso de estas páginas está dedicado al encuentro con textos ajenos (a menudo en traducciones recién publicadas al inglés, es decir: solo novedades a medias), de manera que lo que aquí más abunda es el género de la reseña: esa especialísima forma de crítica a medio camino entre la publicidad y el discernimiento.
El interés de la empresa está fuera de toda duda por la envergadura del autor. Coetzee no solo ha ganado la mayor parte de premios prestigiosos, entre ellos el Nobel, sino que también ha escrito por lo menos tres obras maestras —La edad de hierro (1990), Desgracia (1999), Verano (2009)—.
Tomados como ejercicios de crítica convencional, ¿no son estos ensayos insuficientes por excesivos, por ensimismados? No encontramos aquí el menor ánimo pedagógico ni clasificatorio, ni se explica suficientemente el argumento de cada uno de los libros, ni siquiera cumple con la función de convencer al lector de comprarlos o no. No son discernientes. Coetzee se desentiende con más o menos descaro o disimulo de las convenciones académicas y periodísticas que suelen vertebrar el comentario de libros.
Los ensayos aquí reunidos no tratan tanto de los autores abordados como del propio Coetzee
¿De qué tratan estos ensayos? Una vez le preguntaron sobre Naipaul (de quien había dicho antes: “Cuando habla Naipaul, nosotros escuchamos”), y Coetzee aseguró que, si era sincero, no se preocupaba en exceso de la obra de su colega y añadía que entre tanto se había convencido de que ningún escritor contemporáneo se interesaba por los libros de otro novelista más allá de los puntos de contacto con su propia obra, de lo que podía aprovechar o absorber en provecho de su proyecto estético personal. Dicho de otro modo, los ensayos aquí reunidos no tratan tanto de los autores abordados como del propio Coetzee (de sus novelas), o para ser más precisos: del provecho que extrae de las poéticas de los autores aquí convocados para debatir problemas muy cercanos a sus propios intereses literarios.
El lector puede experimentar ante estos ensayos una sorpresa parecida a la del burgués de finales del XIX que acudía a un pintor con el modesto plan de llevarse a casa un retrato propio y de la familia y que, al contemplar (después de horas posando) la obra terminada, se sorprende al descubrir (con un contenido disgusto) un rostro sin apenas relación con sus facciones, desdibujado por el estilo personal del autor, que brilla tras apoderarse del primer plano.
Algo así sucede con estos ensayos en los que si bien comparecen los autores estudiados, lo hacen tan escorados por los intereses de Coetzee que en muchas ocasiones quedan iluminados por luces que ofrecen perspectivas rarísimas. La mayoría de los ensayos aquí reunidos por Coetzee están varios cuerpos por encima de la mayor parte de las reseñas grises, intercambiables y a fin de cuentas insignificantes que se amontonan en suplementos y revistas académicas.
El valor de estos ensayos radica precisamente en que están decantados, en la riqueza del ángulo desde el que los aborda Coetzee y que apuntan directamente a preocupaciones que llevan años madurando en sus libros, con las que sus lectores ya están bien familiarizados. Comparecen aquí la censura, la sexualidad en la vejez, la obstinación, el entrecruzamiento entre la vida pública y la privada, el cultivo imposible de la inocencia, el racismo o la deshonra. Podría decirse que por mucho que Coetzee aprecie la obra de Roth o le interese rebatir a García Márquez, jamás (o muy pocas veces) se deja arrastrar por un interés puro hacia la obra de sus colegas; siempre está mirando con el rabillo del ojo sus intereses y alicientes creativos.
¿Se puede extraer alguna lección general de esta inclinación de la lectura de Coetzee hacia sus propios problemas? Lo que distingue a la crítica de autor es precisamente que es mejor cuanto más se desentiende de los procedimientos comunes. O si se prefiere, que está más viva e impresiona más cuando, sin olvidarse del todo del libro que toca reseñar, el autor se entrega a discutir los aspectos comunes, aquellos que le interesan porque animan y vivifican su obra, o porque la discuten y la ponen en entredicho. Cuando, en definitiva, hay algo personal (e incluso muy personal) en juego.
J. M. Coetzee, PRH,
Traducción de Javier Calvo, Barcelona, 2016, 224 págs.
J. M. Coetzee, PRH,
Traducción de Javier Calvo, Barcelona, 2016, 240 págs.