Golo Mann. Retrato de una amistad
Juan Luis Conde rinde homenaje al historiador, hijo de Thomas Mann, al que conoció en Salamanca cuando era estudiante
El abrigo de Thomas Mann. Golo Mann y sus amigos españoles quiere ser un homenaje póstumo a la vez que un intento, como confiesa el autor, de no cerrar en falso un capítulo que había quedado inconcluso al no haber podido despedirse de un Golo ya enfermo terminal de cáncer. Le movieron también a escribirlo las necrológicas y alguna entrevista que encontró buceando en internet y a cuyo autor no duda Conde en calificar de “carroñero” por interesarse de modo casi enfermizo por su supuesta y acaso reprimida homosexualidad.
Los cuatro estudiantes
Los amigos españoles del subtítulo son cuatro jóvenes estudiantes de Salamanca: el autor, su hermano Alberto, también filólogo y hoy profesor de francés, Guti, futuro médico, y un mexicano que había ido a estudiar a la ciudad del Tormes y que presentó a Golo a todos ellos, que iban a amenizar, aunque solo fuese durante los meses que les dejaban libres sus estudios, la vida del solitario historiador.
Como otros jóvenes de la época, los hermanos Conde, hijos del empleado de una empresa de autobuses que llevaba a trabajadores españoles a Suiza, aprovechaban sus vacaciones de verano para pagarse los estudios trabajando en algún hotel o restaurante o en cualquier otra cosa que pudiera salir en aquel país alpino cuyos sublimes paisajes, siempre dominados por la montaña, los fascinó desde el primer momento.
Retrato de un hispanófilo
Los dos hermanos tuvieron la suerte de conocer al “hijo feo” de Thomas Mann, como le conocían algunos, quien a la sazón buscaba a hispanohablantes que le ayudaran a progresar en castellano, lengua por la que en la etapa final de su vida sintió un enorme cariño al punto de aprenderse poemas de memoria y traducir a Antonio Machado y Luis Cernuda.
Golo Mann buscaba a hispanohablantes que le ayudaran a progresar en castellano
“A los 73 años se estaba hispanizando —escribe Conde—. Se rodeaba de españoles, bebía vino español, leía poetas y prosistas en lengua castellana, sin dejar de fantasear incluso con la posibilidad de transformar en permanentes sus visitas a España.” Y añade: “Superior icono de su hispanización, atornillado a un gigantesco castaño, los eficientes funcionarios de correos suizos depositaban a diario un ejemplar de El País (salvo tempestad)”, periódico para el que los hermanos Conde trabajaron más tarde durante algún tiempo como críticos literarios.
De aquella relación de amistad entre los jóvenes españoles y un Golo Mann ya achacoso —había tenido que someterse a varias operaciones de rodilla, lo que le obligaba a caminar con ayuda de un par de bastones— nace un vivo relato en el que el autor va entreverando retazos de su propia vida y una correspondencia que se conserva en el Archivo Literario Suizo, en Berna.
El de Conde es un relato vivo, irónico a veces, sobre todo cuando habla de la España de los años 80, los de la Transición, la apertura a Europa y la movida, que puso de pronto de moda a España en el mundo, pero que se torna hermosamente lírico cuando se trata de describir los paisajes alpinos por los que tanto les gustaba pasear a Golo Mann y a sus acompañantes.
En todo momento se respira su admiración por la humanidad y generosidad del historiador, puesta de manifiesto en la acogida que brindó a aquellos jóvenes, algunos de los cuales le sirvieron también de chóferes en determinado momento, como cuando Golo tuvo que asistir al rodaje en la antigua Checoslovaquia de la serie de televisión alemana inspirada en su biografía de Wallenstein.
Una experiencia enriquecedora
Los hermanos Conde le ayudaron sobre todo en tareas de intendencia tanto en el imponente caserón familiar de Kilchberg, en las afueras de Zúrich, donde había vivido Thomas Mann con su familia durante su exilio en Suiza, como en el pequeño chalet próximo a la aldea de Berzona, un refugio que Golo se hizo construir en las estribaciones del monte Peloso, en el bellísimo cantón del Tesino. Golo Mann fue para aquellos jóvenes algo así como un padre sabio y cariñoso. Resultan enternecedores los consejos epistolares que ofreció a Juan Luis Conde cuando este tenía que cumplir su servicio militar o cuando trataba de consolarle, también por carta, sobre sus cuitas amorosas.
Y sorprende positivamente la profunda y sincera simpatía surgida entre un conservador e incluso reaccionario temperamental como Golo Mann, instintivamente defensor de la autoridad y el orden y que no oculta su amor por la España católica, y los jóvenes izquierdistas de los que supo rodearse en sus últimos años. Fue una experiencia que enriqueció a todos.
“Yo no podía evitar pensar que el profesor Mann cometía un error garrafal. Mientras él nos buscaba por nuestro origen nacional, nosotros no hacíamos otra cosa que huir de eso mismo”, escribe el autor refiriéndose a la opresión y la cutrez de la España de Franco. Pero añade: “Nos encontramos en caminos cruzados. […] Con el tiempo, y sin conseguir reconciliarme con ella del todo, su particular visión de la ‘pasión española’ me ayudaría a ver con otros ojos, o simplemente a ver, un lado de la historia de mi país que no tenía que avergonzarme”.
La extraordinaria amistad entre Golo Mann y sus amigos españoles constituye en sí misma una moraleja, como explica Conde, al margen ya de su libro: las personas son más importantes que las ideologías, las patrias, las clases y las apariencias.
Juan Luis Conde
Reino de Cordelia Madrid, 2016,
288 págs.