¿Giro a la derecha en América Latina?
El frenazo económico, la normalización cubana y la decadencia del chavismo han favorecido un retroceso de la izquierda hegemónica
Sin embargo, los últimos procesos electorales latinoamericanos apuntan a una alternancia o sucesión que favorece a fuerzas políticas ubicadas fuera o en contra de la izquierda hegemónica. No es dato menor que ese cambio político se haya producido después de la muerte de Hugo Chávez en 2013 y del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, entre 2014 y 2015. Ambos fenómenos, junto a la caída del precio del petróleo y otras materias primas, cuya exportación fue el motor del crecimiento económico en los países gobernados por la Alianza Bolivariana (ALBA), son parte del contexto en que se verifica el debilitamiento geopolítico y electoral de las izquierdas en América Latina.
De Buenos Aires a Lima
La serie de elecciones desfavorables a la izquierda comienza con el triunfo del argentino Mauricio Macri en la segunda vuelta presidencial, en noviembre de 2015, sobre Daniel Scioli, el candidato del kirchnerismo. Luego, en diciembre de ese mismo año, la oposición venezolana ganó la mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional, en unas elecciones parlamentarias que representaron la primera gran derrota del chavismo en Venezuela. En febrero de 2016, Evo Morales perdió en Bolivia, por tres puntos porcentuales, un referéndum que buscaba introducir la reelección indefinida del mandatario, tal y como existe en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Unos meses después, en las elecciones presidenciales peruanas, Pedro Pablo Kuczynski venció por poco más de 20.000 votos a Keiko Fujimori. Durante la campaña, las fuerzas políticas de ambos candidatos tomaron distancia del eje bolivariano y del alineamiento —más bien tenue— del presidente Ollanta Humala con ese bloque.
La política económica que proponen Macri, Temer o Kuczynski es más continuista que disruptiva
Tanto la crisis venezolana como la brasileña, de diferente naturaleza aunque con el rasgo común del desplome de la popularidad de Dilma Rousseff y Nicolás Maduro, gravitan sobre la recesión de la izquierda. Venezuela y Brasil constituían, desde la década pasada, los dos grandes referentes de la izquierda regional. Referentes alternativos, a veces contradictorios, a veces coincidentes, Chávez y Lula personificaban la gran apuesta por el combate a la pobreza, la redistribución equitativa del ingreso y la transferencia de derechos sociales a las mayorías. Sin embargo, los proyectos económicos y políticos de ambos fueron muy distintos y, por momentos, antagónicos: estabilidad macroeconómica, relaciones internacionales diversificadas y pragmáticas y gobernabilidad democrática en Brasil; intervencionismo estatal, confrontación hemisférica de la hegemonía de Estados Unidos, alianza con Irán y Rusia y autoritarismo en Venezuela.
Saldo negativo
El colapso de ambos proyectos y la crisis económica y social que lo propicia hace visible un saldo negativo de la izquierda latinoamericana, en la primera mitad de la segunda década del siglo XXI, que se lee en el último informe de la CEPAL, "Horizontes 2030" (2016). Los gobiernos de la izquierda no logran hacer la diferencia en cuanto a los indicadores crecientes de la desigualdad, a pesar de la disminución de la pobreza. El coeficiente de Gini en Venezuela y en Bolivia, por ejemplo, sin ser de los más altos de la región, como en Brasil y en Honduras, prácticamente no disminuyó entre 2009 y 2014. Ecuador forma parte de los cinco países de la región en los que el 1% más rico posee más del 20% del ingreso total. Algunos países gobernados por la izquierda son los que poseen, actualmente, balanzas comerciales más deficitarias y menor productividad, bajos niveles de inversión en infraestructura y alzas inflacionarias.
Un simpatizante de Nicolás Maduro sostiene una camiseta con un retrato de Hugo Chávez durante una manifestación en Caracas. EFE / MARTIN ALIPAZ
La desaceleración económica se manifiesta en toda la región latinoamericana y caribeña, especialmente en América del Sur, pero en naciones no dependientes de la exportación de hidrocarburos, como Uruguay y Chile, su impacto social y político ha sido menor. En esos dos países gobierna una izquierda democrática, que forma parte de una coalición plural en el poder, obligada a negociar sus prioridades. La estabilidad macroeconómica en ambos casos, desde los años 90, no se ha quebrado, como en Brasil, por lo que, en buena medida, a pesar de la crisis de popularidad de la presidenta Michelle Bachelet, lo más probable es que esas izquierdas suramericanas culminen sus respectivos mandatos y, eventualmente, se renueven o reelijan. En todo caso, en los próximos años podría predominar la alternancia en el poder en la mayoría de los procesos electorales de Suramérica.
¿Regreso al neoliberalismo?
Un lugar común de la prensa “bolivariana” asegura que esa alternancia, favorable a la derecha, implica el regreso al neoliberalismo. Extraño diagnóstico, desde cualquiera de las dos acepciones más comunes del neoliberalismo en el pensamiento contemporáneo de la izquierda. Sea entendido como sinónimo del capitalismo financiero global, a la manera de David Harvey, o como una estrategia de política económica específica, que en América Latina alcanzó sus mejores definiciones en los 90, el neoliberalismo no es la plataforma básica de los gobiernos latinoamericanos desde principios de la década pasada. No habría regreso al neoliberalismo porque la economía global es neoliberal o porque los gobiernos de la región no tienen como prioridad la privatización o la desregulación. Desde principios de los 2000 se alcanzó un consenso posneoliberal, que tiende a la estabilidad macroeconómica sin limitar el rol del Estado como garante de la equidad en la distribución del ingreso.
Es en las relaciones internacionales donde la vuelta de la derecha latinoamericana se ve con mayor claridad
Algunos gobiernos de izquierda, a partir de 2014, intentaron contener la desaceleración aplicando medidas que se asocian con el repertorio neoliberal, como el importante recorte del gasto público de Nicolás Maduro en Venezuela o la devaluación de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina. Pero ninguno de los nuevos gobiernos electos en el último año, ligados a la expectativa de un agotamiento del ciclo de izquierda, ha abandonado aquel consenso de la primera década del siglo XXI. Ni Mauricio Macri en Argentina, Michel Temer en Brasil o Pedro Pablo Kuczynski en Perú ganaron con un programa que prometía la vuelta a la política monetarista de los 90. Estos gobernantes capitalizan el hartazgo de la ciudadanía con la corrupción, la inseguridad y el populismo, aunque proponen una política económica más continuista que disruptiva.
Un giro similar se percibe en México, si bien en este país la izquierda no llegó al gobierno federal en los 2000. Tras la recuperación de la hegemonía legislativa y ejecutiva por parte del PRI, las recientes elecciones estatales beneficiaron considerablemente al derechista Partido Acción Nacional (PAN) y mostraron un incremento del voto favorable a Morena, el nuevo partido de izquierda que encabeza el popular líder Andrés Manuel López Obrador. También en México se vive un momento de inflexión que podría ser aprovechado por la derecha o la izquierda para llegar a la presidencia, en 2018, o para consolidar sus posiciones en el congreso federal. La alternancia puede favorecer más a uno u otro partido opositor, pero por ahora el repunte del poder territorial del PAN es más perceptible.
Desplazar el péndulo
No es en la política económica sino en las relaciones internacionales donde la vuelta de la derecha latinoamericana se afirma con mayor claridad. Es muy probable que la pérdida de influencia de bloques como la Alianza Bolivariana, Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) continúe en los próximos años, como consecuencia de las crisis simultáneas en Venezuela y Brasil. Ya el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, aceptó participar como observador en la Alianza del Pacífico, una iniciativa de integración más pragmática, a la que Pedro Pablo Kuczynski respaldará firmemente desde Perú. Países integrados en esa plataforma, como México, Chile y Perú, y que también cuentan con acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, han sido los menos golpeados de la región en materia de exportaciones.
La sucesión presidencial en Estados Unidos, con una altísima probabilidad de triunfo de Hillary Clinton, alentará el desplazamiento del péndulo que tiene lugar en América Latina. La zona de mayor conflictividad con Washington, conformada por los gobiernos “bolivarianos”, vive en los últimos años una coyuntura paradójica, marcada por la normalización diplomática con Cuba y el conflicto entre oposición y Gobierno en Venezuela, que ha intensificado el rol de la OEA. La distensión regional que propicia el restablecimiento de vínculos entre Washington y La Habana se ve contrarrestada por la crisis venezolana, a pesar de que el Gobierno de Barack Obama ha intentado reducir su protagonismo en el área. Si la nueva administración se propone un papel más decisivo en el dilema venezolano, el giro a la derecha en América Latina podría traducirse en fracturas diplomáticas o retrocesos en el camino de la integración.